cognac-. Agnes.

– Enchante, madame la baronne -saludo el oficial, esforzandose lo mas posible por ocultar la perturbacion que le causaba la mujer y la fuerte decepcion al enterarse de que estaba casada con su anfitrion. Le beso la mano y se presento-: Je suis le capitaine Afonso Brandao, a sus ordenes.

– Alphonse? -sonrio la francesa.

– Si lo desea…

La sonrisa se deshizo en el rostro de Agnes en el momento en que por primera vez lo vio de cerca. La francesa lo miro intensamente, por momentos parecio reconocerlo, vacilo, lo examino de arriba abajo, observo su aspecto sonador, dulce, los ojos grandes y penetrantes, la tez palida, la nariz recta, el bigote bien disenado, el pelo castano oscuro corto y bien peinado, el porte altivo y tranquilo. Suspiro.

– Usted me recuerda a alguien que conoci una vez -dijo con lentitud, algo seria, tal vez solemne, con una inesperada palidez que le desdibujaba el semblante, era evidente que una enigmatica perturbacion ensombrecia su mirada. Pero deprisa el rostro marmoreo se volvio a iluminar con una sonrisa, primero forzada y tensa, despues gradualmente genuina y facil, con un candor que llego a ser apabullante-. ?De donde viene usted, Alphonse?

– De Merville.

– No. -Agnes se rio, esforzandose por mostrarse mas alegre, parecia que se habia transformado en unos pocos segundos-. ?Cual es su pais?

– Soy portugues, m'dame.

– On dit que les portugais sont toujours gais -exclamo, citando un dicho frances segun el cual los portugueses son siempre divertidos.

– Pas toujours, m'dame -nego Afonso.

Agnes hizo una mueca tristona con la boca, como si estuviese decepcionada.

– ?Usted no es divertido?

– Lo soy -exclamo, corrigiendo su primera respuesta y deseando complacerla-. Pero si viese a mis generales…

La baronesa volvio a sentarse en la mecedora y los dos hombres se acomodaron en el sofa, un refinado canape de haya tapizado en gros y petit point. Afonso no pudo evitar pensar que habia una sensible diferencia de edad en la pareja anfitriona: el rozaba los sesenta; ella, unos treinta anos mas joven, tendria alrededor de veinticinco. Era hermosa como una princesa, pero vivia encerrada en aquel palacete, una prisionera encarcelada en una tierra de miseria y desolacion, rodeada de ruinas y destrozos, en un mundo de hombres y rencores, con la guerra cerca y el enemigo a las puertas. Extranamente no se marchitaba, esa vulnerabilidad la hacia aun mas atrayente, mas deseable, mas fragil, era como una flor porfiadamente expuesta a una tormenta, delicada pero obstinada, y esa impactante porfia despertaba en el oficial un inexplicable e irresistible afan de proteccion.

– Quiero agradecer que me hayan recibido -dijo Afonso, aclarando la voz y mirando esos perturbadores ojos verdes, envolviendose asi, casi sin darse cuenta, en un sutil juego de seduccion.

– Oh, es un placer -repuso Agnes, devolviendole la mirada y aceptando el juego-. Jacques y yo estamos convencidos de que debemos cooperar con el esfuerzo de la guerra.

– No puedo negarme a una peticion del presidente del ayuntamiento -comento el baron-. Pero a veces me da la impresion de que monsieur le maire cree que mi chateau es un hotel, y eso me fastidia.

– C'est la guerre, Jacques -exclamo la francesa con una expresion reprobadora de las palabras de su marido.

Afonso se dio cuenta de que, aunque intentaba ocultarlo, el baron no se sentia del todo complacido con su presencia. El alojamiento de militares en el castillo le llegaba impuesto por el alcalde del consistorio de Armentieres, encargado de instalar a los oficiales de los ejercitos expedicionarios aliados que combatian en Francia. En aquel sector se concentraban la 1a y la 2a Divisiones del Cuerpo Expedicionario Portugues, el CEP, flanqueado, a la izquierda, por la 38a Division del XI Cuerpo, y, a la derecha, por la 25a Division del I Cuerpo, ambas pertenecientes al I Ejercito de la British Expeditionary Force, la BEF, fuerza expedicionaria britanica. Los soldados que no ocupaban el frente se instalaban en fincas rusticas de la region, a veinte centimos por noche con cama y cinco centimos cuando no habia cama. Por cada caballo se pagaban cinco centimos por establo cerrado, y los propietarios franceses se reservaban el derecho a quedarse con el estiercol para usarlo como abono. Las autoridades civiles francesas se mostraban, sin embargo, empenadas en evitar, en la medida de lo posible, que los oficiales ocupasen los corrales y las caballerizas donde dormian los soldados y los solipedos. Un oficial pagaba un franco por noche y se sentia naturalmente con derecho a instalaciones mas dignas que las plazas y los animales. Pero, con las pensiones atestadas, las casas particulares ya requeridas y los hoteles que cobraban tarifas inaccesibles, a veces solo quedaban como alternativa los palacetes de la region.

– ?Como va la guerra, capitan Alphonse? -quiso saber la baronesa-. ?Es como dicen los periodicos?

– ?Y que dicen los periodicos?

– Que estamos ganando.

– No se puede creer siempre en los periodicos…

Agnes se sorprendio.

– ?Estamos perdiendo?

– No, no ganamos ni perdemos. Estamos inmovilizados.

– Pero ?no es verdad que el enemigo ha retrocedido hace algunos meses?

Afonso sonrio.

– Retroceder, ha retrocedido. Pero ha retrocedido por iniciativa propia, no porque los hayamos empujado nosotros.

– ?Como es eso? -interrumpio el baron, con la garganta templada por el cognac-. Si ellos retroceden, se debe a que nosotros avanzamos, nadie retrocede porque le apetece.

– Lo que ha ocurrido, m'sieur le baron, es que los boches construyeron unas trincheras mejores en una posicion elevada, en la retaguardia de sus trincheras habituales, y despues abandonaron sus posiciones y fueron a instalarse en esas trincheras. Llamamos a esas nuevas posiciones la linea Siegfried, pero parece que los boches la llaman linea Hindenburg. Sea como fuere, este retroceso significa, para la Siegfried, que han perdido unos kilometros pero han ganado posiciones casi inexpugnables.

– Entonces, ?no cree que vayamos a ganar la guerra?

– Para ganar la guerra es necesario que la guerra acabe -comento el capitan con frialdad.

– ?Y esta no va a acabar? -quiso saber Agnes.

– No da senales de que pueda acabar. Fijese en que ya estamos a 20 de noviembre, pronto acabara 1917; por tanto, la guerra lleva ya mas de tres anos y las posiciones permanecen estaticas. Ni nosotros avanzamos ni ellos se mueven.

– Usted es un hombre de poca fe, por lo que veo -comento la francesa.

– Por el contrario, m'dame, soy un hombre de fe.

– Pues no lo parece -observo ella-. ?No fue en su pais donde aparecio, el mes pasado, la Virgen para anunciar el inminente fin de la guerra?

– Si, ya he leido esa noticia -dijo, inclinandose para coger su cartera-. Hasta tengo aqui un periodico que me mandaron hace dias con referencias a esa aparicion, fijese.

El capitan saco de la cartera un ejemplar de O Seculo, una hoja enorme doblada en dos, es decir, con cuatro paginas, y arrugada por el cartero, pero perfectamente legible. El periodico era del lunes 15 de octubre, es decir, de treinta y cinco dias antes. Las dos columnas del lado derecho de la primera pagina estaban ocupadas, de arriba abajo, por un texto dedicado al tema, cuyo antetitulo anunciaba en caja alta: «?Cosas asombrosas!». Su titulo aludia a: «Como el sol se movio al mediodia en Fatima». El subtitulo era largo: «Las apariciones de la Virgen. En que consistio la senal del Cielo. Varios miles de personas afirman que se produjo un milagro. La guerra y la paz».

Agnes se inclino para ver mejor el periodico.

– ?Quienes son? -pregunto, senalando una gran fotografia que, por encima del texto, mostraba a tres ninos

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