Beato, destacando las palabras, las ideas, los sentimientos, la rabia, la resignacion, la tristeza. Matias miro a Vicente; parecia despertar de un sueno lejano. -?Eh?

– ?Tu que opinas?

– ?Que opino de que?

– De irnos de putas, hombre -dijo Vicente con impaciencia-. ?Estas dormido o que?

– ?Ir de putas? -pregunto Matias, como si se tratase de una idea extraordinaria. Parecia atontado y se tomo un segundo para pensar-. Vamos.

– ?Esta decidido, pues! -exclamo Baltazar, golpeando con la palma de la mano la mesa de madera-. ?Nos vamos de putas!

– ?Alguien tiene pasta para prestarme? -pregunto Abel, medio mareado por el efecto de las cervezas-. Sin pasta no puedo permitirme ese vicio.

– Yo tengo pasta, Canijo, quedate tranquilo -dijo Baltazar, mostrando unos francos-. Montones de monei. -Se volvio hacia Matias-. Desde el golpazo del otro dia andas muy caido, hombre. Te hicieron un homenaje de categoria, te promovieron a primer cabo, ?que mas quieres?

– Me cago en el homenaje y en la promocion -exclamo Matias, que se incorporo y dejo algunas monedas en la mesa para pagar sus dos cervezas-. Vamonos.

El grupo se levanto, salio del estaminet y enfilo por la calle sucia y embarrada en direccion al burdel de Merville.

– Pero, Matias, la promocion te viene bien, siempre ganas unos cuartos mas.

– Y una mierda.

– ?No son veinte francos?

– Si.

– Mejor que nosotros, caramba. Seguimos en los quince y la verdad es que tambien nos hemos jugado el pellejo.

Matias se encogio de hombros y, arrastrando a Abel consigo, fue a orinar junto a un arbol, en el arcen. Los otros dos companeros se adelantaron un poco. Baltazar se puso a cantar «?Oh, almendro! ?Que es de tu rama!», pero Vicente interrumpio sus gritos estridentes y desafinados.

– Callate -vocifero-. Estas dando un espectaculo.

– ?Que cono te pasa, Manitas? -replico Baltazar-. ?Estas nervioso por culpa de las mademoiselles que nos vamos a follar?

– Callate.

– ?Ya se, Manitas, tu problema es que vas a tener una mujer de categoria y a ti te gusta mas darle a la mano! -dijo Baltazar en medio de una carcajada grosera-. ?Manitas prefiere la manita!

– ?Callate, 'stas en pedo!

Baltazar se callo. Matias y Abel se les juntaron y el grupo continuo en silencio por la calle, los cuatro sorteando los charcos de barro frecuentes en el camino y arrastrando por el suelo las puntas de los grandes uniformes. Eran ropas confeccionadas para soldados ingleses, mas altos, y que para los portugueses resultaban ridiculamente enormes, las mangas por encima de las manos, los bajos de los pantalones hundidos en el barro, verdaderos enanos con trajes de gigantes. Solo Matias Silva, el hombreton cuya estatura elevada hacia honor al apodo del Grande, parecia hecho a la medida de aquel uniforme.

El burdel quedaba en una esquina de la avenida principal de Merville, hacia donde se dirigieron lentamente. En una calle de la avenida vieron a un chiquillo sentado en un muro frente a una casa con un agujero en la pared lateral.

– M'sieurs! -los llamo el chico-. Voulez-vous ma soeur? Very good jig-a-jig. Demoiselle very cheap. Very good.

El francesito tenia unos diez anos de edad y, claramente, por su mezcla de ingles y frances, confundia a los soldados portugueses con tommies ingleses.

– ?Que quiere el chico? -pregunto Vicente a Baltazar.

– Esta ofreciendo a su hermana -explico el veterano, deteniendose y mirando al nino frances-. Coucher avec mademoiselle?

– Oui m'sieur, tres jolie, tres bon marche.

– Combien?

– Cinq francs.

– Es barato -comento Baltazar a sus amigos-. Nos cobra cinco francos por su hermana.

– ?Y es realmente su hermana? -se asombro Abel, el Canijo.

– ?Que se yo! -exclamo Baltazar, encogiendose de hombros-. Deben de ser refugiados belgas.

– Vamos -dijo Matias.

– Ten calma, espera un poco -replico Baltazar, volviendose al chico para saber donde se encontraba la hermana-. Ou est mademoiselle?

El frances, que acaso era belga, se aparto del muro y cruzo la calle.

– Venez! -dijo entrando en el patio de una casa baja del otro lado de la calle y haciendoles una sena para que lo siguiesen.

Los portugueses se miraron y, con un paso lento y vacilante, fueron detras de el. Llegaron a la casa, en realidad unas ruinas ya sin tejado, y encontraron al chico que los esperaba al fondo de unas escaleras, junto a la puerta de lo que parecia ser un sotano con acceso exterior. Bajaron las escaleras y el adolescente los invito a entrar. Estaba oscuro en el sotano, pero pronto distinguieron una vela encendida en el rincon. Entraron y vieron a una muchacha sentada sobre una tela ancha, una almohada al lado, utensilios de cocina en otro rincon del sotano.

– Cinq francs pour ma soeur -repitio el muchacho, ensenando los cinco dedos de la mano.

Los cuatro portugueses miraron a la chica, esmirriada y menuda, que los miraba algo nerviosa, con los ojos cansados que iban de un soldado al otro.

– Promenade avec moi?

– Esta chiquilla no tiene mas de catorce anos -comento Marias en voz baja, sacudiendo la cabeza.

– Es casi de la edad de mi hija -observo Baltazar, sin despegar los ojos de la chica. No le pasaron inadvertidos sus pequenos senos juveniles-. ?Habeis visto sus tetitas? Parecen bellotas.

Marias, el Grande, se acerco, puso la mano en el bolsillo, saco unas monedas y se las dio a la muchacha, quien guardo el dinero y comenzo a desnudarse.

– ?Te lo vas a hacer con ella? -pregunto Vicente.

– ?Estas loco? -respondio Marias, dando media vuelta y saliendo del sotano-. Vamonos.

El grupo abandono el sotano y volvio a la calle, dejando a los adolescentes atras.

– ?Una nina de esa edad! -exclamo Baltazar-. Es pecado.

– ?E ir de putas no es pecado? -quiso saber Abel.

– Ir de putas es una necesidad -explico Baltazar-. Pero con ninas es pecado.

– Conozco a un tipo que se tiro a una de estas refugiadas -comento Vicente, el Manitas.

– ?Una chica como esta?

– Si, muy jovencita.

– ?Y que le parecio?

– Una maravilla -respondio Vicente-. Me dijo que estaba cachondo y que la refugiada se la puso bien dura.

Todos se rieron nerviosamente.

El baron Redier ya se habia excusado ante los huespedes y se habia retirado a sus aposentos. Era un hombre de habitos fijos, le gustaban los actos rutinarios, pasear por los mismos sitios, comer los mismos platos, dormir a la hora justa. Agnes se quedo en la sala con los dos oficiales junto a la chimenea, ella con un champagne en su mecedora, Afonso instalado en el canape con el whisky de costumbre, Cook con un oporto en un sillon de caoba tapizado y con brazos labrados con formas serpentinas.

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