abrasilenado.

– ?Revuelo? ?Que revuelo?

– El que se ha armado en la C line.

– ?Que ocurre en la linea C?

– No se, dimelo tu. He visto un monton de gente en la puerta del puesto de senaleros, en Dreadnought Post.

– ?Ah, si? ?Cuando?

– Ahora mismo, he pasado por alli y habia un tumulto tremendo.

Afonso miro a Cook con expresion interrogante.

– No se nada -dijo-. Espera que voy ahi a ver que pasa.

El capitan recorrio con Joaquim la linea B, llego a la linea de comunicacion, Jock Street, giro a la izquierda y entro por Winchester Road, cogio la linea C, siguio hacia la derecha y fue hasta el puesto de senaleros de Dreadnought, un hoyo abierto entre sacos de arena. Al acercarse, se dio cuenta de que habia, en efecto, un rumor agitado en el lugar.

– ?Que ocurre? -le pregunto al teniente Curado, que se quedaba a la puerta, con oficiales inquietos a su alrededor.

– Una revolucion, mi capitan.

– ?Una revolucion? ?Que revolucion?

– En Portugal, mi capitan. Bernardino y Afonso Costa se han marchado.

– ?Que me estan contando?

– Como le digo, mi capitan. Ha habido una revolucion en Portugal.

Afonso entro en el puesto, donde todos hablaban animadamente, en medio de gran alboroto, se abrio paso entre los oficiales excitados y fue a hablar con el telegrafista.

– Cuentame que es lo que esta pasando.

El telegrafista, un alferez de nariz protuberante, lo miro desanimado, por enesima vez le hacian la misma pregunta, todos querian saber que pasaba, que informaciones llegaban por telegrafo, y se habia cansado de repetir la misma cantilena. Suspiro y decidio ser escueto.

– Se muy poco, mi capitan. Solo la informacion de que ayer hubo una revolucion y que se combate en las calles de Lisboa.

– Me han dicho en la puerta que han derrocado al presidente de la Republica y al primer ministro.

– Por lo que se, eso aun no se ha confirmado, es una mera especulacion. Si hay combates, supongo, eso significa que aun no hay nada decidido.

– ?Y quien encabeza ese golpe?

– Un tal mayor Paes.

– ?Mayor Paes? ?Quien es ese?

– No lo se, mi capitan.

El teniente Pinto, su mejor amigo dentro de la Infanteria 8, aparecio entre otros dos oficiales, con su pelo rojo despeinado, como si acabase de levantarse, y le puso la mano en el hombro.

– ?Que, Afonso? ?Nos vamos a casa?

– Hola, Zanahoria. Creo que, finalmente, estamos en el lugar equivocado. La guerra es en Portugal, no aqui.

– Si, alli estan a tiro limpio.

– ?Quien es el tal mayor Paes?

– Mira, me dijeron hace poco que es un tipo del Ejercito que estuvo hace unos anos en el Gobierno y al que despues enviaron al consulado portugues en Berlin.

A Afonso se le desorbitaron los ojos al identificar el nombre.

– ?Aaaaah, Sidonio Paes!

– Ese -confirmo Pinto-. ?Conoces al tipo?

– Solo por los periodicos -respondio el capitan.

– ?Y?

– Si llega a ganar, es lo que tu dices: me parece que podemos ir haciendo las maletas y prepararnos para volver a casa.

– Eso fue lo que me dijeron. ?El tipo es monarquico?

– Eso es lo que tu quisieras -sonrio Afonso, buen conocedor de las convicciones monarquicas del teniente Pinto-. Por lo que yo se, Paes es republicano, esta ligado al Partido Unionista. Me acuerdo de que tambien formo parte de los primeros Gobiernos de la Republica.

– Pero esta contra la guerra…

– Creo que si. Estaba en Berlin cuando los boches nos declararon la guerra, se llenaba la boca elogiando a esos cabrones y, por lo que se, no le gustaba nada nuestra venida a Flandes. -Se callo, pensativo-. Veras como la Virgen de Fatima finalmente tenia razon, vamos a volver pronto a casa.

El capitan Resende, ya menos gordo desde que hacia dos semanas se habia sometido a la novatada, abrazo efusivo a los dos hombres.

– ?Nos vamos a casa, caramba!

– No te adelantes, Resende -recomendo Pinto-. Aun no sabemos como acabara este asunto, puede ocurrir que el mayor Paes no gane.

– Tu estas loco, Zanahoria. Yo conozco a ese hombre, claro que va a ganar.

– ?Lo conoces?

– De Coimbra. Dio clases en la universidad.

– ?Y como es?

– Un tipo recto, con el no se juega. Este desmadre de los diputados, de Afonso Costa y de la guerra se va a acabar. Paes pondra orden en este desastre.

– Dios te oiga -comento el teniente Pinto, que nunca llego a digerir la decision de Portugal de entrar en la guerra-. ?Os dais cuenta? Bernardino y Afonso Costa vinieron aqui, al CEP, a mediados de octubre, y ambos ya estan con excedencia menos de dos meses despues.

El ambiente en el puesto estaba agitado. Los oficiales entendian que, cualquiera que fuese el desenlace, los acontecimientos de Lisboa tendrian impacto en sus vidas. Si el Partido Democratico seguia en el poder, manteniendo a Bernardino Machado como presidente de la Republica y a Afonso Costa como primer ministro, probablemente no se alteraria el grado de implicacion de Portugal en la Gran Guerra. Pero, si triunfaba Sidonio Paes, las cosas cambiarian de rumbo y nadie dudaba de que seria posible la retirada del CEP del teatro de operaciones. Mas que entre republicanos y monarquicos, el pais estaba dividido ahora entre intervencionistas y no intervencionistas. Si el Partido Democratico, en el poder, era intervencionista, cualquiera que se le opusiese iba a estar necesariamente en contra de la participacion de Portugal en el conflicto.

Afonso salio del puesto y, a pesar del frio glacial, salio fuera a tomar aire. Se sentia dividido y no sabia que pensar. Por un lado, deseaba ardientemente dejar las trincheras, olvidar la guerra y regresar al cuartel de Braga o al rincon apacible de Rio Maior. Habia hecho lo que le correspondia, habia cumplido con su deber, era hora de descansar. Pero, por otro, no dejaba de tener conciencia de que el abandono del conflicto seria mal visto por los aliados y la posguerra se veria comprometida. ?Como preservar el imperio si Portugal no era capaz de mantener dos divisiones en Flandes? Y, en el fondo, pensaba que eso no era todo: si el CEP se retirase, no solo se perderia el prestigio de Portugal, habria tambien otras cosas que quedarian atras. Estaba Agnes.

A Marcel le extrano la peticion de la baronesa y fruncio el ceno, pero se limito a asentir.

– Oui, madame -dijo, siguiendola por los corredores del palacete.

Agnes cruzo el foyer con impaciencia, dejo atras la puerta de entrada, recibio el aire frio de la manana como un soplo de libertad y bajo la escalinata con alivio. Estaba fuera, habia salido del palacete, se sentia levisima. El criado se le adelanto, deprisa, y fue corriendo hacia el lado derecho. Instantes mas tarde, se oyo el ronquido de un motor y el aparecio al volante del Renault amarillo del baron Redier, un elegante sedan. Dio la vuelta a la placita, se detuvo delante de su ama, bajo del coche, con el motor aun en marcha y

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