soltando humo negro por el escape, abrio la puerta trasera. Agnes levanto sus anchas faldas rosadas, apoyo el pie derecho en el estribo y se instalo en el compartimiento cerrado. Marcel volvio al volante, destrabo el freno y arranco. Una rafaga de viento helado lo despeino cuando el coche traspaso el porton: a fin de cuentas, el lugar del chauffeur era al aire libre, solo protegido por el cristal delantero y por el tejadillo.

La baronesa se dejo conducir docilmente, con los ojos fijos en el exterior de las ventanillas, clavados melancolicamente en las hileras de platanos, de chopos, de olmos, de tilos, que desfilaban por el arcen de la carretera, ojos que se perdian en la planicie, en los bosques, en los barrancos, en el cielo abierto, en las vacas y los cerdos, en los patos y los gansos, en las casas abandonadas, en los graneros vacios, en los muros invadidos por la hiedra, en los copos de nieve que se diluian en el barro, en los carruajes lentos, en los obstinados campesinos que insistian en labrar la tierra, ojos que miraban hacia fuera pero solo veian hacia dentro. Los arbustos se agitaban y Agnes los observaba sin verlos, frente a sus ojos tenia solamente a Afonso, lo veia sonriendo, besandola, lo imaginaba en algun sitio en el frente, desde que sintio su calor ya no pudo soportar la presencia de Jacques, deseaba al capitan que le hacia recordar a su marido perdido, lo deseaba tanto que, ya desesperada, le habia pedido a Marcel que la llevase al mercado para acompanarlo en las compras. Ella, que nunca se habia preocupado por las compras en la plaza, queria ahora un pretexto para alejarse del palacete que la sofocaba, un pretexto para escapar a la espera ansiosa de su amor portugues, para pensar en otras cosas, para distraerse, tambien para sentirse mas cerca de el en aquel villorrio detras de las primeras lineas, donde el se habia apartado. «?Me estare volviendo loca?», se pregunto, aun viendo sin ver los frondosos campos de Flandes que se difundian mas alla de la carretera, extendiendose hasta la linea del horizonte, prolongandose hasta fundirse el verde con el azul del cielo. «Lo conozco hace tan poco tiempo, tan poco, tan poco, ?me estare volviendo loca?» Respiro hondo, buscaba aire que la liberase de la ansiedad que la oprimia, se lleno el pecho con aquel aroma frio y puro que le traia noticias de la vida, se agito con intranquilidad.

El automovil entro en Armentieres y los ojos de Agnes comenzaron por fin a ver, a avizorar lo que se encontraba mas alla de los cristales. Alli fuera se agitaba la poblacion, el barro del coche salpicaba las paredes de las casas, la nieve adquiria un aspecto sucio por los rincones, se veia alli un estaminet, alla una barberia, ademas de una boulangerie. Por todas partes soldados, deambulaban por alli todas las nacionalidades, tantas que hasta le hacian recordar aquel lejano paseo por la Exposicion Universal, ellos eran ingleses, escoceses, canadienses, australianos, portugueses. ?Ah, portugueses! Agnes se inclino en el asiento y los miro con curiosidad, con intensidad, los estudio, busco en ellos rasgos de Afonso y senas que los asemejasen tanto a Serge como ocurria con Afonso. «Les portugais sont toujours gais», recordo, pero no encontro ningun parecido. Eran pequenos, retacos, unos con rostros anchos, otros con caras chupadas y pomulos salientes, simplones, rudos, mal afeitados, con las botas sucias y descosidas, vestian ropas ridiculas, rotas, chaquetas azules con mangas tan grandes que les cubrian las manos. Unos usaban zamarras de piel de cordero, otros tenian una apariencia andrajosa, parecian tristes, desarraigados, se arrastraban por las calles en grupo, fumando. Algunos seguian solitarios, ensimismados, eran chiquillos sin alegria de vivir, ninos sin infancia, hombrecitos abandonados en una tierra distante.

El Renault doblo en la esquina y se acerco al mercado, habia mas gente en las calles, se veian civiles, sobre todo viejos y ninos. Al fondo reconocio una nuca, su corazon se acelero, era Afonso. Agnes se llevo la mano a la boca, sobresaltada.

– Alphonse -murmuro.

Afonso estaba alli. Afonso caminaba por la acera inundada, veia su espalda, el coche se acerco, paso junto a el, la francesa con el rostro pegado al cristal, con los ojos verdes bien abiertos, el automovil se adelanto, ella se quedo mirandolo, confundida con el cristal, la nuca de el se hizo perfil y finalmente rostro. Afonso observaba distraidamente el suelo y tenia un cigarrillo en la comisura de los labios, pero el bigote era diferente y ella se dio cuenta, finalmente, de que no era el, no era Afonso, era otro, era un soldado canadiense. Agnes se recosto en el asiento, jadeante, asombrada, sorprendida consigo misma, con la mano en el pecho.

– ?Me habre vuelto loca? -se interrogo-. Mon Dieu, ya lo veo por todas partes.

Matias, el Grande, se sentia cansado y con frio. Se mantenia alineado junto a los hombres del peloton en la linea B, cerca de Deadhorse Corpse, integrando la formacion de la tarde, denominada «A sus puestos», una rutina diaria directamente inspirada en el Stand To britanico. El sargento Rosa dirigio la mirada al fondo de la trinchera, vio al capitan Afonso Brandao acercandose y les grito a sus hombres.

– ?Aaaaaa sus puestos!

El peloton se cuadro de pie entre los hoyos cavados en el suelo blanco, haciendo sonar las botas y los metales de las armas y municiones con un fragor rapido, volvio el silencio y todos aguardaban la inspeccion del oficial. Afonso fue chapoteando por el barro y pisando copos de nieve hasta el punto donde los hombres se encontraban formados. Caminaba casi distraidamente, con un baston de contera metalica que se balanceaba como un pendulo en el guante que cubria su mano izquierda, hasta que llego junto al primer soldado del peloton, Vicente, el Manitas, miro la Lee-Enfield e hizo una mueca de desaprobacion, mientras un vaho de vapor le salia por la boca.

– Quiero este canon limpio y aceitado.

– Si, mi capitan.

El oficial paso lentamente junto a los hombres del grupo, senalando con el baston a un lado y a otro, poniendo reparos al equipamiento, a las armas, a las municiones, a los aparatos antigas. Reprendio a Baltazar, el Viejo, porque su respirador no estaba en la debida posicion de alerta, puesto que, aunque la mascara estuviese suspendida por delante del pecho, como fijaba el reglamento, los muelles de la tapa se encontraban vueltos hacia fuera, lo que violaba las reglas establecidas. Afonso paso delante de Matias, el Grande, e inclino ligeramente la cabeza, en senal de que lo reconocia de la aventura de hacia dos semanas. Al final de la revista a los hombres, se detuvo junto al sargento Rosa.

– Sargento, quiero ver el material de la trinchera.

El sargento recorrio la trinchera con el oficial detras. Le mostro las literas altas, los armeros, las bombas para sacar agua de las lineas, las piquetas y las azadas, los braseros, los pulverizadores Vermorel, las pistolas especiales para lanzar los «jerricanes» de iluminantes Verey, tambien llamados «Verey Lights» o «Very Lights», ademas de las sirenas Strombos y las campanillas de alarma. Lo mas frustrante eran las bombas, que retiraban agua continuamente de las trincheras, por lo que los soldados seguian viendo el agua que brotaba del suelo fangoso o surgia del hielo acumulado, lo que volvia casi inutil todo el ejercicio. El capitan mando limpiar algunas heces que vio incrustadas en las tablas de las pasaderas y ordeno que se reparasen dos banquetas estropeadas y un rollo de alambre de espinos que un Minenwerfer habia roto dos horas antes, lo cual habia provocado la aparicion un crater junto al parapeto de sacos de arena.

El sol, triste y agotado, se puso por detras de las lineas portuguesas. La noche cayo, helada y oscura. El «A sus puestos» de la tarde termino y se inicio el periodo mas dificil de la jornada. No habia nada que el soldado temiese mas que la noche, con sus misterios y peligros ocultos, con sus amenazas escondidas y sus silencios traicioneros. Afonso dio ordenes para que se apostasen cuatro centinelas de vigia, en vez de uno solo, como solia hacerse de dia. Dos de los centinelas tenian que quedarse de pie, vigilando las lineas enemigas por el parapeto, y los otros dos podian sentarse en las banquetas. Al cabo de media hora, uno de los hombres de pie cambiaba de posicion con uno de los sentados, y media hora despues les tocaba el turno, a los dos restantes, de cambiar tambien de lugar. Se trataba de una forma de mantener siempre de vigia a un hombre con los ojos habituados a la oscuridad. A pesar de los mayores peligros de la noche, se dispenso a los snipers, dado que la visibilidad nocturna era nula y convenia proteger a los soldados.

Como comandante de la compania de la derecha, a Afonso le correspondia asegurar los preparativos para la noche, previendo la posicion de los centinelas, la fiscalizacion de la linea del frente y la divulgacion de las ordenes del dia. Esa noche habia mandado efectuar varios trabajos de reparacion de pasaderas, drenaje de trincheras y reposicion de protecciones, ademas de ordenar la salida de varias patrullas de reconocimiento y otras de proteccion a los hombres que trabajaban con el alambre de espinos. Pero la orden mas importante se referia a la

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