estornudo violentamente sobre un profesor. Pero en Flandes el mote mas adecuado era el nombre de un pajaro, el carbonero, [7] termino peyorativo que los hombres de las trincheras reservaban a todos los militares que elegian la burocracia como teatro de operaciones y optaban por las plumas como armas de combate. El CEP estaba lleno de carboneros, hombres que pululaban en la retaguardia para garantizar el funcionamiento de los mas variados servicios, desde trabajos de secretaria hasta el servicio de subsistencias, servicio de contabilidad, servicio de agronomia y hasta el servicio de expedicion de equipajes y registro de perdidas, militares que no conocian nada del campo de batalla. Estaban los carboneros ligeros, que ocupaban el cuartel general de la brigada; los medios, que deambulaban por las divisiones; y los carboneros pesados, que se encontraban alli, en la Gran Ganga. Y tambien estaban los palmipedos, una especie de carboneros de lujo, afortunados que andaban en automovil y pernoctaban en los palacetes durmiendo entre sabanas lavadas y con
El capitan llamo a la puerta de la secretaria y pregunto por el teniente.
– ?Que tal, Mocoso? -solto a modo de saludo cuando vio a su amigo asomando a la puerta.
– ?Vaya con el finolis! -exclamo el teniente Trindade con una sonrisa-. Bienvenido a mi miserable puesto de combate. -Hizo una sena para que entrase y Afonso obedecio-. Dime una cosa, Aplomadito, ?es verdad que les prohibiste a tus hombres decir palabrotas?
– Si, ?por que?
Trindade solto una ruidosa carcajada.
– ?Pues eres realmente fino! -dijo en tono de recochineo-. No hay duda de que el mote de Aplomadito te viene al dedillo. -Se rio un poco mas-. Oye, cuando a un soldaducho le dan un balazo en el culo, que palabras le autorizas decir, ?eh? ?Valgame Dios? ?Virgen Santa? ?Jesus?
Afonso forzo una sonrisa.
– No autorizo ninguna palabra en especial. Lo que no me gusta es tener que escuchar todas esas ordinarieces, no esta en mi caracter y la gente lo sabe.
– Ah, caramba, te equivocaste de vocacion -observo el teniente-. Deberias haberte hecho sacerdote. -Alzo el indice-. Sacerdote, te lo digo yo.
– Lo pensare.
Trindade bostezo.
– Y ahora dime, Aplomadito, ?que estas haciendo tu por aqui?
– Si quieres que te diga la verdad, no lo se -bromeo Afonso-. Me he cansado del tedio de las trincheras y he venido a ver como se combate en el cuartel general. Debo decirte que estoy impresionado, todos vosotros pareceis unos guerreros terribles. Los boches se cagarian de miedo si os viesen.
El teniente se rio. Conocia la mala fama de los carboneros entre los hombres de las trincheras, pero no le preocupaba. En Portugal su familia lo consideraba un heroe, estaba en la guerra y era todo lo que sabian, se preocupaban por su seguridad y desconocian que era posible hacer la guerra sin ver la guerra. Habia que estar en Flandes para conocer la diferencia entre lanudos y carboneros, a la distancia ambos eran iguales, todos se encontraban en la guerra, y lo que de verdad les interesaba era lo que pensaba la gente de su casa, no la gente de las trincheras. Que otra cosa mejor habia que tener la fama de estar en la guerra y gozar de la comodidad de no vivirla, tener la reputacion de dormir en el barro y pasar las noches confortablemente acurrucado bajo sabanas perfumadas y con los pies templados con botellas de agua caliente, ser conocido por matar alemanes con bayoneta mientras de los alemanes solo oia hablar durante las conversaciones en el comedor. Ademas, y en rigor, ser un carbonero no era un acto de voluntad sino un capricho del destino. A fin de cuentas, ?cuantos lanudos, si pudiesen, no se volverian carboneros? ?Cuantos hombres no darian un brazo para abandonar la miseria de las trincheras y retirarse al confort de la retaguardia? ?Quien podria afirmar, con absoluta sinceridad, que era mejor ser lanudo que carbonero? ?No seria en definitiva el desprecio de los lanudos por los carboneros una forma disimulada de envidia? Todo esto afloraba a la mente del teniente Trindade siempre que se enfrentaba con un lanudo, aun cuando el lanudo fuese un companero de carrera en la Escuela del Ejercito.
– Sientate, Afonso -le invito, senalando un escritorio-. Ahora no puedo ir a tomar una copa contigo, debo estar atento a los mensajes, pero hablemos aqui.
Afonso se quito la gorra de oficial y se sento junto al escritorio de su amigo. El despacho estaba repleto de tecnologia de comunicaciones, desde palomas mensajeras hasta las ultimas novedades en el dominio de los aparatos electricos, como los telegrafos Fullerphones y los telefonos Power-Buzzer.
– ?Muchos muertos en las trincheras? -pregunto Trindade, recostandose en la silla.
– Algunos -dijo Afonso con tristeza, sin querer entrar en detalles.
– ?Bien, bien! -exclamo el Mocoso, enfaticamente-. Es necesario que mueran muchos para que nuestros aliados vean nuestro sacrificio, nuestro heroismo.
El capitan lo miro con los ojos desorbitados, sorprendido por el comentario.
– ?Eres tonto o te lo haces?
– En serio, Afonso. Cuantos mas mueren, mas nos respetan. Es asi, ?que te crees? Yo se que resulta chocante para quien esta en las trincheras, pero en los Estados Mayores prestan atencion a esas cosas, caray, cuando no hay muertos es porque no hay combate, hay canguelo. Asi es como piensan. Por eso necesitamos demostrar que hay accion. ?Es fundamental que los gringos vean de que cepa es nuestra gente, de que temple es nuestra raza!
– No sabes lo que dices -murmuro Afonso, que suspiro y meneo la cabeza-. Desde que te conozco te pasas la vida elogiando la matanza, citando a Hegel, a Moltke y a Nietzsche, diciendo que la guerra forma parte del orden divino, que ayuda a preservar la salud de los pueblos, que la crueldad intensificada es la forma mas elevada de cultura y otros disparates por el estilo. Pues fijate que nunca te he visto en las trincheras elevando tu cultura, preservando tu salud y defendiendo el orden divino de las cosas…
– No me has visto ni me veras. -Trindade se rio-. Que yo sepa, soy militar, pero no soy tonto. La gentuza que se mate. Yo estoy aqui para glorificarla.
La conversacion de Trindade,
El teniente Trindade intuyo el disgusto latente de Afonso y lo atribuyo a quien vive las cosas demasiado de cerca, en el fondo lo entendia, el capitan estaba excesivamente proximo a la guerra como para captar el panorama general, la proximidad le hacia perder el sentido de la perspectiva, la nocion de sacrificio individual para el bien comun. Ese era, al fin y al cabo, el mal de todos los que combatian en las trincheras, penso Trindade. Para ellos, la muerte era una cosa personal y eso les impedia entender la importancia de los grandes sacrificios para cimentar el prestigio del pais. Las pequenas cosas, como la vida de un hombre, los volvian ciegos a los grandes valores, como la vida de una nacion; veian el arbol pero no conseguian ver el bosque, las trincheras los volvian miopes, perdian la imagen global.
Todo esto paso por la cabeza de los dos hombres en unas fracciones de segundo, mientras se miraban.