se mostraba elegantemente vestida, a pesar de que sus trajes estaban cuatro anos atrasados en la agenda de los exigentes estilistas parisienses. La silueta minaret, que habia confeccionado en Paris en sus tiempos de estudiante de Medicina, habia estado de moda en 1913, pero ya la habian sustituido otras novedades, aunque ese no fuera mas que un detalle insignificante que se perdia en aquel rincon de provincias embrutecido por la guerra. Una mujer hermosa era siempre una mujer hermosa, y su sofisticada tunica de vivo carmesi, que cubria una falda ajustada de crinolina y acababa en un magnifico sombrero cloche, produjo un inevitable efecto dramatico entre la soldadesca britanica. Afonso entro en la tienda orgulloso como un pavo real, llevando del brazo a una elegante francesa que dejaba a los tommies con los ojos desorbitados. El capitan invito a Agnes a un vaso de refresco de culantrillo y ambos se sentaron en las butacas, esperando el comienzo del espectaculo.

– ?Sueles ir al cinematografo? -quiso saber Afonso mientras bebia su refresco.

– Ahora, raras veces. Pero en Paris fui muchas veces al Phono-Cinema-Theatre du-Tours-la-Reine, a las salas Omnia y al Gaumont-Palace, que es el mayor cine del mundo.

– ?El mayor? -se admiro Afonso-. Pero mira que yo creo que, si lo fue, ya no lo es. Dicen que en America se acaba de inaugurar un teatro cinematografico de lujo, muy ricamente decorado, con candelabros de cristal, alfombras en el suelo y todo. Lei en el periodico que es algo faraonico. Por lo que parece, el teatro tiene mas de tres mil butacas y una orquesta con espacio para treinta musicos.

– Vraiment? Mon Dieu, eso solo en America -comento Agnes con enfasis apreciativo antes de dedicarse a su tema favorito, las estrellas de cine-. Mi artista favorita es Sarah Bernhardt.

– A mi me gustan Mary Pickford y Marion Davies.

Ella fruncio el ceno, puso boquita de pinon y lo encaro con expresion grave.

– Si tuvieses que elegir, ?optarias por ellas o por mi?

Afonso se rio, divertido por la pregunta tipicamente femenina.

– Por ti, claro, ma mignonne.

– Buena respuesta, mon cheri. -Agnes sonrio complacida-. Pues yo te prefiero a ti muy por encima de Douglas Fairbanks.

Los jovenes de la YMCA cerraron mientras tanto el acceso a la tienda, tratando de impedir la entrada de la luz, y anunciaron el inicio de la proyeccion. La maquina de cinematografia comenzo a funcionar, ronroneando como una ametralladora lejana, tac-tac-tac-tac, emitio un foco de luz sobre una tela blanca, aparecieron numeros en negro saltando en la imagen y despues vino la pelicula. Un sacerdote anglicano se sento al piano y comenzo a tocar, llenando la tienda de musica y quebrando el silencio de la pelicula. Primero paso un documental: Les annales de la guerre; era un trabajo de la Section Photographique et Cinematographique de l'Armee con las ultimas novedades sobre el conflicto, al que le siguio, para atenuar el impacto, el sketch comico The rink, de Charles Chaplin, que produjo un tremendo efecto dentro de la tienda. Los espectadores no contuvieron los aplausos cuando vieron la figura del vagabundo con bigotes, y las carcajadas se hicieron irrefrenables cada vez que Chaplin tropezaba en su papel de hombre torpe con patines que intentaba equilibrarse dentro de un cuadrilatero. Por fin vino la pelicula principal, titulada The heart of the world. Era un trabajo de descarada propaganda patriotica, firmado por D. W. Grifith y rodado parcialmente en el frente frances. Afonso pronto se desintereso de las actitudes crueles de Erich von Stroheim, en el papel de un sadico oficial aleman, concentrandose en el apetecible cuello de Agnes. La francesa acepto algunos besos mas discretos, pero, cuando el capitan comenzo a entusiasmarse demasiado, se vio forzada a rechazar delicadamente esos impetuosos avances, preocupada por no transformarse en un espectaculo dentro del espectaculo.

– Pas ici -susurro, apelando a la paciencia del amante-. Apres, Alphonse. Apres.

Cuando acabo la pelicula, salieron del local de la YMCA y se encaminaron hacia el Hotel Boulogne, en Boulogne-sur-Mer, un villorrio al noroeste del sector portugues, en la costa atlantica de la Picardia, a la entrada del canal de la Mancha. Ambos habian decidido que no era conveniente que Afonso volviese al Chateau Redier. Ademas de la falta gratuita de respeto que significaba dormir juntos en la casa del marido traicionado, habia que considerar el factor de riesgo. Ninguno de los dos lograba disimular en absoluto sus sentimientos en presencia del otro, lo que el baron iba a notar, era inevitable, y, por otro lado, el anfitrion o los criados acabarian tambien comprobando las escapadas de Agnes a la habitacion de huespedes. Para zanjar el asunto, la baronesa dijo a su marido que iba a pasar dos dias a Paris, y, haciendo coincidir ese «paseo» con la licencia obtenida por el capitan en el cuartel general del CEP, ambos se fueron a Boulogne-sur-Mer. El inconveniente era que, a pesar de estar relativamente lejos de Armentieres, deberian evitar mostrarse juntos en publico, lo que los obligo a encerrarse en su habitacion de hotel. En honor a la verdad, sin embargo, para Afonso ese no fue en absoluto un problema.

El Hotel Boulogne sirvio para vivir la pasion a sus anchas. Se amaron fogosa y repetidamente, aprovechando los intermedios para encargar comidas o conversar sobre mil y una cosas.

En la manana del segundo dia, Agnes se mostro interesada en conocer el pasado de su amante, un interes que no era nuevo, pero que, esta vez, se revelo mas insistente.

– Pero ?para que quieres saber mi historia? -se resistio Afonso-. No hay nada interesante que contar, ma mignonne.

Agnes fruncio el ceno, no iba a dejar que las cosas se quedasen asi.

– Hum, no me convences -dijo-. ?Cual es el problema de que me cuentes tu pasado?

– No hay ningun problema, mi gorrioncito. Ocurre que no tengo nada especial que contar. Creo que mi vida se resume en tres ideas principales: naci, creci y te conoci.

– Disculpa, pero esa no es una respuesta. No me lo quieres contar, ?no?

– No hay nada que contar, querida.

Ella cerro los ojos.

– Tu silencio me resulta sospechoso -sentencio-. ?No sera que me estas ocultando algo? No me digas que estas casado…

– ?Yo? ?Casado? -Afonso se rio-. No, mi amor. No es nada especial, la verdad es que no me produce demasiado placer hablar de mi, ? me entiendes?

– No, no te entiendo. Creo que estas escondiendo algo…

– Que no, querida. Creeme.

Pero Agnes no lo creyo. Irritada, se encerro en si misma. Se recosto en la cama a leer la enigmatica novela A la recherche du temps perdu y no le presto la menor atencion. Estaba enfadada. Afonso intento romper el hielo con algunas gracias, pero la francesa se mostro altivamente indiferente y permanecio distante, simulaba estar solo preocupada por la descripcion de Proust del glamour de la doble vida de Swann, los cotilleos de la tia Leonie, las posesivas soirees de los Verdurin, la tormentosa relacion con Odette de Crecy.

Al cabo de una hora, temiendo desperdiciar de aquella forma un fin de semana tan prometedor, el capitan suspiro y se rindio. Apoyado en la cabecera de la cama, le conto al fin su historia. Afonso relato su infancia en Carrachana, la adolescencia en el seminario de Braga y la juventud en la Escuela del Ejercito. Pasaron la manana discutiendo el pasado, comparando su respectiva educacion y la importancia de los viajes que ambos hicieron de pequenos a distintas capitales: el a Lisboa, ella a Paris. Cerca del mediodia, Agnes se desperezo y se levanto de la cama. Habia seguido el relato con atencion, pero daba senales de sentirse cansada por quedarse tanto tiempo encerrada en la habitacion del hotel, ya le bastaba con las interminables horas de encierro en el Chateau Redier, lo que ahora queria era realmente expandirse. Ya muy avanzada la manana, la francesa, de pronto impaciente, incito a Afonso a dar un paseo.

– Ya me contaras el resto -le dijo mientras se ponia la chaqueta-. On y va?

El capitan no se moria de ganas de salir a la calle, no solo porque encontraba en la exigua habitacion del hotel ricos y sobrados motivos de interes, sino tambien debido a su temor a que los viese alguien cercano al baron Redier. Lo que menos les convenia era que el marido enganado descubriese la verdad. El problema es que Agnes no queria saber nada de los argumentos aparentemente razonables que le expuso con insistencia su amante.

– Nadie viene a Boulogne-sur-Mer para estar todo el tiempo encerrado en la habitacion -sentencio la baronesa en un tono que no admitia mas discusion, abriendo la puerta de forma decidida e internandose resueltamente en

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