aprovecho para ponerse rapidamente el uniforme, que estaba desparramado por el suelo.

Minutos despues, Agnes reabrio la puerta del cuarto de bano y reaparecio ya vestida. Se dirigio a Afonso y sonrio debilmente.

– Disculpa, Alphonse, pero tengo que irme.

Afonso sintio que le daba un vuelco el corazon.

– No lo puedo creer -murmuro-. ?Te vas con el?

– Disculpa. Tiene que ser asi.

– Pero ?por que?

– El es mi marido.

Afonso meneo la cabeza, angustiado, sintiendo que se le aflojaban las piernas.

– Pero tu no lo amas. ?Como puedes hacer eso?

– Disculpa.

Agnes dio media vuelta, cabizbaja, cogio su maleta y se dirigio hacia la puerta. Afonso la aferro por el brazo, desesperado.

– No. No dejo que te marches.

El baron intervino, intentando apartarlo.

– Mi estimado senor, cuide sus modales -dijo Redier-. ?No ha oido lo que ha dicho mi mujer?

Afonso volvio la cara hacia el y despues hacia ella. Se sintio derrotado y la solto. Redier cogio a Agnes por el codo y la saco de la habitacion. La francesa volvio a mirar hacia atras, con los ojos tristes, perdidos, suplicantes.

– Disculpa, Alphonse. Adios.

Las horas siguientes fueron dificiles para Afonso. Se quedo en un primer momento pegado a los cristales de la ventana de la habitacion. Observo como el baron se llevo a Agnes hasta su Renault amarillo y como el sedan desaparecia por las callejuelas apenas iluminadas de la ciudad. Cuando ella se fue, se sintio vacio. Se quedo largo rato sentado en la cama, deprimido, angustiado. Sintio que la habitacion aumentaba su sensacion de claustrofobia y decidio salir a la calle.

Deambulo por Boulogne en esa noche cerrada, sin rumbo ni direccion, pero no encontro la tranquilidad que buscaba, tenia el corazon oprimido y hasta dificultades para respirar. Se sintio solo. La soledad se abatio sobre si como un manto sofocante, como una puerta que se cierra en la prision, como el sol que se esconde en invierno. Por mas que intentase distraerse, no lograba dejar de pensar en ella. Agnes le llenaba la mente, su rostro lo invadia, le dolia su recuerdo. Le hacia dano la manera en que se habia marchado, casi sin vacilar, obediente a su marido, olvidando la comunion que ambos habian sentido, o creyeron sentir. Penso que necesitaba hacer algo con urgencia y, casi inconsciente, se echo a correr, corrio como un nino, temerario, sin proposito visible, corrio por correr, para cansarse, para agotarse, para olvidar. Pero el dolor no se mitigaba. Aun sin aliento, con los musculos pesados, los pulmones jadeantes, aun asi ella seguia presente.

Volvio a la habitacion y acabo de meter las cosas en la maleta. Encontro algunas prendas de ropa de Agnes, perdidas entre las sabanas, y las olio, nostalgico. Cuando termino de ordenarlo todo, cogio la maleta y abrio la puerta. Echo una ultima mirada a la habitacion, recordando la felicidad que habia vivido alli, extranado ante la subita mudanza que se habia dado en aquel recinto, antes tan colmado, tan feliz y lleno de vida, ahora vacio, muerto, insoportablemente triste, tremendamente desolado. No hay duda, penso, son las personas las que hacen los lugares. Aquella habitacion, que le parecia tan hermosa y alegre cuando la compartia con Agnes, se le presentaba ahora sombria, deprimente. Tal como anos antes con Carolina, se daba cuenta de que valoraba mas a Agnes ahora que no la podia tener, ahora que ella se habia ido. La diferencia, sin embargo, era que aquella vez siempre habia sabido que la amaba, le daba valor, la sentia insustituible, unica, y su ausencia lo dejaba devastado. Cerro la puerta de la habitacion y se arrastro por el pasillo, cabizbajo. Bajo las escaleras y fue hasta la recepcion, pago la cuenta y salio a la calle. Subio al Hudson, puso el motor en marcha y se fue.

Se dirigio hasta el Metropole, el hotel de Merville que habia reservado para pasar esa noche con Agnes. Incluso considero la posibilidad de no ir a dormir alli, le resultaria penoso estar solo en la habitacion despues de todos los planes que proyectaron juntos. Pero la verdad es que no habia previsto ningun otro alojamiento, por lo que no tendria mas remedio que ir al hotel. Entro en el edificio, relleno su ficha de pasajero, cogio la llave y subio a la habitacion.

Tal como habia previsto, la noche fue larga y dificil. Dio vueltas y mas vueltas en la cama, intento distraerse, pensar en otras cosas, fantasear con otras mujeres, pero Agnes le llenaba el pensamiento, no habia como huir de ella. Repetidas veces se dijo a si mismo que tenia que dormir, tenia que aprovechar mientras estaba en la retaguardia, al dia siguiente iria a las trincheras y pasaria una semana sin poder casi pegar ojo, pero era en vano, su pensamiento volvia siempre a lo mismo. Recapitulo todas las conversaciones que habian entablado juntos, todo lo que ella le dijo, todo lo que habian compartido, intento meterse en su cabeza y adivinar su raciocinio y sus sentimientos. En algunos instantes desesperaba, convencido de que la habia perdido para siempre. En otros se llenaba de esperanza, creyendo que ella volveria. Se interrogaba todo el tiempo sobre lo que el mismo deberia hacer. ?Deberia buscarla? ?Deberia esperar? ?Deberia escribirle? ?Como hacer que lo echase de menos? ?Que hacer? Mil interrogaciones cruzaron su espiritu, mil dudas, mil certidumbres, mil angustias. La cabeza le hervia de ideas, buscaba soluciones, analizaba decisiones, proyectaba planes, ensayaba opciones e imaginaba emocionantes discursos, palabras hermosas y arrebatadoras a las que ella no se resistiria.

A las cuatro de la manana, agotado y desanimado, se levanto y fue a afeitarse. Tenia que presentarse en el acantonamiento para preparar la partida hacia la zona del frente. No le quedaba mucho tiempo. Se puso el uniforme, cogio la maleta y salio. Sentia los ojos cansados, pesados, ardiendo de sueno, como consecuencia de la noche que no habia podido dormir. Bostezo. Recorrio lentamente el pasillo, bajo con indolencia las escaleras y se apoyo casi desfalleciente en el mostrador de la recepcion.

– L'addition, s'il vous plait -pidio.

El recepcionista, tambien medio sonoliento, fue a buscar el libro de los gastos para hacerle la cuenta.

– ?Cual es su habitacion?

– La 106 -respondio Afonso, extendiendo negligentemente la llave.

El empleado cogio la llave y se volvio hacia el mueble para colocarle en la casilla correspondiente. Vio un papel en la de la habitacion 106. El hombre lo cogio y despues lo consulto fugazmente.

– Ah, monsieur -exclamo-. Ya me olvidaba. Hay una senora en la sala de estar que lo espera.

El sueno se desvanecio en un instante.

– ?Una senora?

– Si, llego hace una hora para hablar con usted. Le dije que tenia ordenes de no despertar a nadie a esa hora, por lo que ella se fue a la sala de estar. Me pidio que lo avisase cuando bajara.

Afonso solto la maleta y camino rapidamente hacia la sala de estar, se aceleraron los latidos de su corazon, ansioso y excitado. Abrio la puerta del salon y vio un bulto tumbado en un canape, dormitando. Era Agnes.

– Agnes -dijo-. Agnes.

Ella se estremecio y abrio los ojos.

– Alphonse -dijo-. ?Estas bien?

La francesa sonrio timidamente y se incorporo, intentando abrazarlo. Presa de un orgullo inesperado, inexplicable, Afonso retrocedio evitandola. Ella se quedo pasmada mirandolo, herida ante aquella reaccion inesperada.

– ?Que deseas? -pregunto el, disgustado y resentido.

– ?Que deseo? Es evidente: te deseo a ti.

– No fue eso lo que dijiste ayer…

– Ayer estaba Jacques a mi lado, en una situacion terrible. No lo podia dejar asi, como un trapo viejo, a el que tanto me ha ayudado. Tienes que comprender.

– ?Ah, si? ?Y quien me comprende a mi? Te quedaste con el para no ofenderlo, pero no pensaste que me ofendias a mi.

– Alphonse, mirame -le ordeno con el semblante muy serio-. Jacques me ayudo mucho cuando yo estaba

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