increible se abatio sobre toda Flandes. Afonso golpeaba el suelo con los pies, junto al fuego encendido en el gran recipiente cilindrico instalado en el suelo del puesto, intentando desesperadamente calentarlos en medio de aquel frio glacial, nunca habia visto algo asi, las mananas heladas de Braga parecian brisa tibia comparadas con esas condiciones polares. Con las manos enguantadas metidas en los bolsillos del abrigo y densas nubes de vapor que salian por la nariz y por la boca, el capitan se levanto y fue a saltitos a comprobar la temperatura en el termometro colgado de la pared lodosa del puesto. El mercurio registraba quince grados bajo cero. Afonso entendio la nocion de la muerte de frio. Temblar de frio, como tantas veces temblo en Rio Maior, y sobre todo en Braga, no era frio, era mera frescura molesta. Aquel era un frio de verdad, era un frio que no hacia temblar, mas bien heria la piel, desgarraba la carne, rasgaba el cuerpo; era un frio que quemaba, que dolia, que paralizaba, que entorpecia; era un frio que le hacia arder la cara, que le robaba el aire, que le dormia las manos y las dejaba entumecidas e insensibles, que le arrancaba gritos de dolor como si le estuviesen clavando cuchillos en la piel, que escaldaba el cuerpo con un ardor tan fuerte que se confundia con fuego, que le hinchaba y magullaba los dedos hasta las lagrimas; era un frio verdadero que lo torturaba lenta y largamente en Ferme du Bois, a el y a todos los desgraciados que el CEP habia enviado al frente.

La aparicion de la aurora boreal esa noche suspendio por un par de horas las hostilidades en tierra, como si los soldados temiesen que aquella extrana luz que se manifestaba en el firmamento iluminase los actos de guerra. Pero en cuanto el fuego divino desaparecio, las trincheras despertaron de su sopor y reaparecio el fuego humano. Las lineas enemigas volvieron a cruzar ocasionales tiros de canon o ametralladora, pero era fuego de rutina, disparos destinados a recordar a los soldados de ambos lados que la guerra no habia terminado. Venia la Navidad; era muy improbable que se diesen ahora operaciones de gran envergadura, no solo necesariamente debido al periodo festivo, sino tambien porque el invierno habia surgido inclemente, habia nieve y barro por todas partes, no era practico que la infanteria avanzase por aquel suelo resbaladizo, donde el progreso de las tropas se revelaba lento y los reabastecimientos dificiles. Con el estado del terreno, que imposibilitaba cualquier ofensiva a gran escala, aquel frio cruel que los rodeaba y paralizaba se convirtio en el principal adversario de los lanudos, contra el tenian ahora que combatir las tropas desharrapadas que vivian en el barro de las trincheras.

En el calendario fijado en la pared humeda del puesto, Afonso contaba y volvia a contar los dias que le quedaban en las trincheras. Pasaria alli la Navidad y no se iria hasta el 28, era una eternidad, pero no habia remedio. Para distraerse, se sento en el banco y releyo la Orden de Operaciones n.° 12, destinada a su batallon. El 8 ocupaba ahora, y durante una semana, justamente la de la Navidad, el subsector S. S.2., o Ferme du Bois II, y el capitan recorrio con los ojos las instrucciones firmadas en la vispera por el comandante interino de la brigada, el teniente coronel Eugenio Fardel: «La compania avanzada de la derecha guarnecera los puestos Boar's Head y Cockspur, con el comando de la compania en S.15.b.50.95. La compania avanzada de la izquierda guarnecera los puestos Vine, Copse y Goat, con el comando de la compania en S.15.a.65.40». «Muy interesante», penso, bostezando. «El batallon del 8 ocupara el puesto de observacion Savoy (5.9.d.08.18), que le sera entregado por el jefe de los observadores del batallon del 3.» Afonso comprobo en el mapa la localizacion del puesto Savoy. «Terminada la ocupacion de los nuevos subsectores, el batallon del 8 y del 3 lo comunicaran a este comando con las palabras 'Barcellos' y 'Valenga', respectivamente, por telegrafo.» El capitan tomo nota del codigo Barcellos. «En el S.S.2., el deposito de municiones de Saint Vaast reabastecera por la decauville de Saint Vaast y directamente a la compania de la izquierda. El deposito de municiones de King's Cross reabastecera por la decauville de la Rue du Bois directamente a las companias de la derecha y apoyo.» Afonso busco en el mapa los polvorines de Saint Vaast y King's Cross. Comprobo que Saint Vaast quedaba justo detras de Lansdowne, su puesto, y eso lo puso nervioso. Seria conveniente que no cayese alli ninguna granada enemiga, seria un fuego de artificio memorable.

Cuando acabo de estudiar la orden de operaciones, se tumbo en el catre, se cubrio con una manta, cerro los ojos y dejo que su mente vagase melancolicamente hasta Agnes. Entendio que ya nada entre ellos seria como antes, habian dado un paso irreversible, ineludible, sus destinos estaban ahora irrevocablemente cruzados. Se compadecio de la preocupacion que la mujer habia manifestado por el, por su seguridad, pero no habia dudas de que por detras de aquellos miedos de mujer por la vida del hombre al que se entregaba se escondia la firmeza de quien habia encontrado su camino. El capitan admiro la determinacion y la valentia de Agnes, aquella no era una mujer de melindres, parecia delicada como una flor, pero era francamente dura como una roca. Eso lo asusto un poco, esperaba que todas las mujeres fuesen dociles, sumisas y fragiles, era asi como se educaba en Portugal, pero esta francesa era energica y el portugues se sorprendio por sentir que incluso asi le gustaba. Aquella determinacion que se leia en sus ojos le parecia al mismo tiempo temible y admirable, lo que, inexplicablemente, le hacia amarla aun mas. Era como si temiese que un dia ella lo abandonase con la misma ligereza con que ahora se apartaba de su marido, como si cambiar de vida fuese tan facil como volver la pagina de un libro, no hay duda de que, en estas cosas de romper las relaciones, las mujeres son mas arrojadas que los hombres. Encarandola de este modo, el capitan comenzo a entender que para amar a una persona era necesario admirarla.

Matias, el Grande, acciono la bomba manual y comenzo a extraer el agua, en un esfuerzo por drenar la trinchera. Agachado junto a el, Vicente, el Manitas, lo ayudaba con un cubo, llenandolo de barro helado y tirandolo mas alla de las lineas de circulacion.

– Esta mierda no para de llenarse -rezongo Vicente, frustrado, con las piernas sumergidas en el barro hasta las rodillas-. Los cabrones de los boches no paran de echar agua para este lado.

– ?Los boches? -se sorprendio Matias-. Oye, Manitas, no insistas con esa estupidez. Dime una cosa: ?que culpa tienen los boches de este tiempo desgraciado?

– ?Es que no ves su posicion? -pregunto Vicente, senalando la elevacion de terreno al otro lado de la Tierra de Nadie, justo enfrente de Neuve Chapelle, el sector vecino de la izquierda-. ?No ves que esos tipos ocupan una posicion mas elevada que la nuestra?

– ?Ah, si? ?Y que hay con eso?

– ?Y que hay con eso? Que me han dicho que tambien tienen bombas y las usan para echar el agua en nuestro sector.

– ?Ah, si? ?Y quien te lo ha dicho?

– He escuchado una conversacion entre dos oficiales en el estaminet.

Matias interrumpio el trabajo de limpieza y miro al sargento Rosa, que descansaba recostado en unos sacos de tierra.

– Mi sargento, ?me permite que suba a observar al enemigo?

El sargento hizo un gesto displicente. Matias trepo al parapeto, desde donde acecho fugazmente la posicion alemana. El manto de nieve cubria toda la linea del frente, la Tierra de Nadie y el sector enemigo, situado entre la arboleda carbonizada del Bois du Biez. Recorriendo el terreno con los ojos, comprobo que, en efecto, los charcos de barro y de agua no se encontraban en la elevacion de terreno ocupada por los alemanes, sino mas abajo, junto a las lineas portuguesas.

– Realmente es asi -confirmo el cabo, que se aparto y volvio a su puesto de trabajo-. No solo tenemos que aguantar las bombas de esos tipos, sino que cargamos con el barro de los cabrones.

– ?Has visto como esta la Rue de Puits, justo atras de Euston Post?

– ?Si la he visto? El barro llega hasta el pecho, carajo. Me dijeron que hace un tiempo alli murio un gringo, ahogado.

Se concentraron en el trabajo, momentaneamente en silencio.

– Esto es una lata -se desahogo Matias, que se esforzaba por mantener la bomba manual drenando la trinchera.

– Pero fijate, Matias, tu eres cabo, no tienes por que estar aqui sacando barro.

El hombreton de Palmeira se encogio de hombros.

– No me importa -dijo-. Si no viniese yo, mandarian al Viejo o al Canijo, y esos no aguantarian, caramba. Estan hechos polvo.

El cabo se enderezo en la trinchera, reposando un momento del trabajo de extraer el agua y el barro. Saco una botella de ron del bolsillo y bebio un trago.

– Ahhh, esta bebida es una maravilla -exclamo Matias, echando un vaho calido y vaporoso-. Hasta parece que se enciende un horno dentro de uno.

– Dame un poco.

Matias, el Grande, le extendio la botella y Vicente bebio un largo trago de ron.

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