el pasillo-. Ven,
Afonso se resigno y no tuvo otro remedio que acompanar a Agnes a dar un paseo. Salieron del Hotel Boulogne y fueron a pasear por la Grande Place y por todo el casco historico, situado en el interior de las murallas de la Haute Ville. La manana estaba fria y el sol asomaba timidamente entre las nubes. Fueron a la Basilique Notre-Dame a ver la estatua de madera cubierta de joyas de Notre-Dame de Boulogne, patrona de la poblacion, y siguieron hasta el majestuoso castillo poligonal construido en el siglo xiii para los condes de Boulogne, apreciando el exterior todo de piedra y las elegantes ventanas que asomaban por el tejado negro. A las dos de la tarde salieron por la Porte des Degres, donde admiraron las dos torres medievales que flanqueaban la callejuela, y decidieron ir a almorzar una
– Menos mal que no te hiciste cura -sonrio Agnes en su primer comentario al relato de la manana-. Habria sido un desperdicio.
– Estoy de acuerdo -coincidio Afonso mientras cortaba el langostino con ahinco-. No era ese mi destino.
La francesa lo miro fijamente, maliciosa.
– Seguro que no dejaste a esa noviecita tuya en paz -le solto.
– ?Que noviecita? -pregunto, haciendose el desentendido.
– Esa tal «Carolina».
Afonso trago saliva y esbozo una sonrisa forzada, meditando si estaria cometiendo un error o no al contar su historia con tanto detalle. Con las mujeres nunca se sabe, reflexiono, todo lo que les contamos puede volverse en contra de nosotros. Pero ya habia contado la mitad de su vida y no habia manera de volverse atras ahora.
– Oh, fue algo sin importancia -se justifico y, turbado, asomo el rubor en sus mejillas.
– Hum, no se si creermelo -dijo ella con una mueca sonriente-. Pero cuentame lo que falta, anda.
– ?Ahora?
– Pourquoi pas?
El capitan, durante el postre, hablo de su integracion en la Infanteria 8, de los episodios de la entrada de Portugal en la guerra y de la ida a Francia. Concluyo la historia despues del cafe. Afonso pidio la cuenta, beso a Agnes, pago, subio al Hudson que habia solicitado en el CEP y la llevo a dar un paseo por la costa.
Sintieron que la perfumada brisa marina les llenaba los pulmones con las fragancias frescas del oceano cuando el automovil comenzo a serpentear por las carreteras paralelas a la Cote d'Opale hasta conducirlos a la Colonne de la Grande Armee, al norte de Boulogne-sur-Mer. Admiraron cogidos de la mano el monumento de marmol que se alzaba alli, leyeron en la inscripcion que la obra se habia construido en 1841 para homenajear los planes que elaborara Napoleon para invadir Gran Bretana, y se quedaron disfrutando de la hermosa vista panoramica de la costa hasta Calais, el gran puerto frances perfectamente visible desde aquel punto. Como una pareja de novios, subieron tambien a los promontorios ventosos del Cap Gris-Nez y del Cap Blanc-Nez para apreciar el mar bravio que rompia abajo en la ladera escarpada, las manchas blancas de los penascos de la costa inglesa dibujadas entre el azul oscuro del mar y el azul claro del cielo. Vieron la puesta del sol en la linea del horizonte, el astro anaranjado zambullendose en el canal de la Mancha, y se hicieron apasionados juramentos de amor. Cuando el manto de la noche se extendio por la costa, subieron al coche y dieron media vuelta para regresar al Hotel Boulogne. Se hada tarde y tendrian que viajar esa misma noche hasta el hotel que habian reservado en Merville, dado que la licencia del capitan estaba a punto de acabarse y tenia ordenes de presentarse en la brigada por la manana temprano.
Al entrar en la habitacion del hotel, Agnes se sintio angustiada y frustrada por la brevedad de la licencia de su amante. Queria quedarse con el y se veia sometida a las cadenas de un matrimonio que no deseaba y de una guerra que temia.
– ?Que pasa,
Afonso le tradujo lo que le habia dicho y la francesa apoyo la cabeza en su hombro.
– Estoy aterrorizada -dijo y sollozo-. Te quiero, Alphonse, pero tengo miedo de sufrir, de sufrir mucho, ?sabes?
El capitan la beso varias veces.
– Pero yo nunca te haria dano, mi flor.
– No digas, eso, hacerme dano no depende de ti sino de Dios. ?Entiendes? -Sollozo y dejo que las lagrimas corriesen por su rostro, ahora abundantes-. No depende de ti.
Afonso la atrajo hacia si y la abrazo con mas fuerza.
– Pero ?que te ocurre? ?Que tienes?
– Me ocurre, Alphonse, que vivo aterrorizada con la posibilidad de que te ocurra lo mismo que le sucedio a Serge -dijo. Se sono-. Tengo miedo de volver a pasar por lo que pase hace tres anos, de volver a sentirme perdida -continuo con un sollozo-. No se quien sufre mas, si el que va a la guerra o la que lo espera. Es algo…, algo dificil de definir, un sufrimiento, una ansiedad, una inquietud… Es terrible, terrible, sobre todo para quien vive esto por segunda vez.
No pronuncio la palabra «muerte», seguramente debido al temor supersticioso de que la simple mencion acarrease mala suerte, pero el capitan no tenia dudas sobre la naturaleza de los miedos de Agnes. La baronesa no lo queria perder y la angustiaba la inminencia de la hora de separarse, sufria por el comienzo de una semana mas de sobresalto, de la ansiedad de la espera, de abatimiento cuando oia rugir con mas fuerza los canones, de incertidumbre en cuanto a la seguridad de su amante. El mismo sabia que existia la posibilidad de no estar vivo dentro de poco tiempo, pero no podia hacer nada salvo aprovechar todos los instantes, saborear cada momento, vivir el presente, aferrarse a lo que la vida le daba. Abrazo un largo rato a su amante.
Cuando ella al fin se calmo, se levanto y fue a ordenar las cosas. Cerrar la maleta resulto, sin embargo, una tarea mas complicada de lo previsto debido a un problema con la cerradura. Afonso comenzo a echar pestes y a dar punetazos en el cuero. En medio del esfuerzo, oyo a Agnes chapurrear un portugues afrancesado.
– Tu es mosca?
Afonso se rio y volvio a abrazarla. El abrazo se transformo en voluptuosidad y, minutos despues, se amaban con fervor, gimiendo y respirando con suspiros jadeantes, navegando el uno en el otro, dando y recibiendo, los sentidos despiertos y embriagados.
Era el baron Jacques Redier.
– ?Esta mi mujer?
– Eh… ?Perdon?
El baron lo empujo, entro en la habitacion y encaro a Agnes, tumbada en la cama, cubierta por la sabana. El frances se puso rojo de furia, pero se contuvo.
– Agnes, vamos a casa.
La baronesa, con los ojos desorbitados, miro a su marido.
– ?Jacques!
– Vamonos, anda.
Afonso se acerco a la cabecera de la cama, preparado para defender a Agnes en caso de necesidad.
– Senor baron -dijo el capitan-. Lamento que haya descubierto todo de esta forma, es realmente…
– No quiero saber nada de sus opiniones. Haga el favor de no volver a dirigirme la palabra -interrumpio el baron sin mirarlo-. Vamonos, Agnes.
La francesa vacilo, pero acabo decidiendose. Se levanto de la cama, protegiendo su cuerpo con la sabana, cogio sus ropas y se encerro en el cuarto de bano sin decir palabra. Se impuso en la habitacion un silencio embarazoso, y Afonso y Redier evitaron mirarse. El portugues, sin entender aun lo que pretendia hacer Agnes,
