utiles.

– El campamento fue clausurado -informo el contraalmirante-, y los barracones estan en ruinas. El guardia civil retirado vigila las instalaciones, y a los lugarenos que pescan en el muelle.

– ?Existe aun, contraalmirante, la antigua Almadrabera Espanola que estaba en la otra orilla del canal, aguas arriba? -pregunto Lista.

– No, tambien la cerraron. ?No es increible que, por lo visto a causa del auge industrial y de la prosperidad reciente, hayan desaparecido en los ultimos veinte anos esas viejas industrias que venian funcionando hacia siglos, quiza milenios? Eso despues de haber sobrevivido al siglo diecisiete y al dieciocho, cuando Cadiz recibia plata del Nuevo Mundo por miles de toneladas todos los anos. En aquel entonces era el puerto mas rico de Europa.

– Seria por eso, ?no?, que le llamaban la Tacita de Plata -apunto Bernal.

– Lo malo es que se nos ha convertido, mas bien, en la Tasita de Surrapa -seseo el contraalmirante.

Aunque el no hubiese tolerado que un forastero diese semejante calificativo a su ciudad natal, quiza fuera cierto que la que fue patena de Occidente habia perdido parte de su antigua pulcritud.

En El Molino de Almaza torcieron a la derecha por el camino que, cruzando las antiguas salinas, llevaba al abandonado pueblo de Sancti Petri, y pronto alcanzaron los vacios cuarteles, donde las rotas contraventanas golpeteaban desoladamente a impulsos de la viva brisa marina, y apenas se leian ya en las agrietadas paredes las «pintadas» que habian dejado largo tiempo atras los ultimos reclutas.

Estacionando el coche junto al destartalado embarcadero, salieron en busca del guardia civil retirado. El levante soplaba en desagradables rafagas desde Chiclana, al otro lado del canal. Bernal distinguio entre el celaje las ruinas del castillo de Sancti Petri, visibles en mitad de la alargada isla en forma de cucharon, a cosa de media milla maritima al oeste de donde estaban ellos.

El contraalmirante aporreo la puerta de la caseta, pero no hubo respuesta del guardia civil. Entre las barcas de pesca y las redes puestas a secar en el embarcadero, divisaron a un chiquillo de ocho o nueve anos, que estaba tallando un pito con un cortaplumas.

– ?Has visto al guarda, pequeno? -pregunto Soto.

– No, senor; esta manana, no. Crei que don Pedro estaba durmiendo todavia, pero a lo mejor ha ido de compras a Chiclana. Desde que llegue, a las diez, no le he visto.

– ?Y tu de donde eres, muchacho? -le pregunto Bernal amablemente.

El chiquillo senalo hacia El Molino de Almaza.

– Mi padre tiene una finquilla ahi, pero cuando no he de ir a la escuela, me deja venir a hablar con don Pedro, que me ensena a hacer nudos marineros y a tallar cosas en madera -explico, mostrando, orgulloso, el silbato casi terminado.

– Gracias, pequeno -le dijo el contraalmirante-. Le esperaremos aqui.

Cuando llevaban mas de media hora aguardando el regreso del guardacostas, Bernal propuso al inspector Fragela que llamase por la radio del coche a la Guardia Civil de Chiclana, para ver si podian localizar a su hombre.

Bernal habia estado mirando pensativo la boca del canal de Sancti Petri, que en aquel punto tenia mas de cien metros de anchura. Le pregunto a Soto que profundidad alcanzaba.

– No es navegable para los barcos modernos, comisario. Aqui, en su parte mas ancha, solo tiene dos metros y medio de calado en el mismo centro, pero ademas, segun se adentra uno en tierra hacia San Fernando, hay mucho cieno. Y en la entrada, a la altura de la isla, tiene un arrecife de conchas fosiles. Solo lo pueden transitar las embarcaciones de muy poca quilla, en su mayor parte, como ve, las de recreo y las pesqueras pequenas.

– ?Hay en la boca del canal alguna instalacion de sonar pasivo? -quiso saber Bernal.

– ?Que va, por Dios! No hay calado bastante para los submarinos, se atascarian en el cieno.

– Pero el canal rodea todo San Fernando, hasta los talleres de reparacion naval de La Carraca, ?no?

– Asi es, y de alli pasa a la bahia. No se trata de un verdadero canal, ?sabe?, sino de lo que llamamos un «canon»: un brazo de mar, que forma la isla de Leon. Durante el siglo diecisiete lo ensancharon en varios puntos, y en aquella epoca lo utilizaban mucho los veleros de la Armada, porque, gracias a la direccion del viento, o por razones tacticas, permitia a nuestras carabelas navegar hacia Trafalgar y sorprender a una flota extranjera, apareciendo de pronto por detras de la isla de Sancti Petri, y no en la bahia, como fuera de esperar. En todo caso, y para salvar la barra, tendrian que hacerse al agua con la marea alta.

– ?Y los barcos de hoy no podrian hacer eso?

– Ni en suenos. Se quedarian atascados en el limo, o tropezarian con uno de los modernos puentes de carretera, mucho antes de llegar hasta aqui. Como es natural, dragamos el corto tramo que va de Bazan y La Carraca a la bahia, de modo que hasta un navio de desembarco del tamano del Velasco puede atracar alli. Y precisamente ahora se encuentra en los astilleros, en reparacion.

– ?Que otros buques hay en el puerto? -pregunto Bernal.

– Tres fragatas, fondeadas en Los Puntales, justo a la salida del puente nuevo de la bahia, y un crucero ligero, en la darsena interior.

Mientras Bernal sopesaba esa informacion, llego junto a ellos un jeep con dos guardias civiles, uno de ellos un capitan, que salto del vehiculo y saludo.

– ?El contraalmirante Soto? -dijo-. Capitan Barba, a sus ordenes. Para informarle de que Pedro Ramos, el guardia civil retirado que esta aqui de vigilante de costas, no ha sido visto hoy en Chiclana. Hemos preguntado en todos los sitios que suele frecuentar, y tampoco en la ciudad se ve estacionado por ninguna parte su velomotor.

– Y aqui, ?Sabe usted donde lo guardaba, capitan? -indago Bernal.

– Ahi, fuera, junto a la caseta.

Fragela y los guardias civiles se pusieron a buscar el vehiculo por el muelle, pero no encontraron ni rastro de el.

Bernal, cuyo malestar iba en aumento, escudrino por la ventana el interior de la vivienda.

– Creo que habra que forzar la puerta y ver que hay dentro -le dijo a Fragela-. ?Podemos abrir el candado? Es una pena que Varga no haya llegado todavia.

Sacando una ganzua, Lista se ofrecio a intentarlo. En ese momento oyeron la voz del nino con quien habian hablado antes, que estaba sentado al otro extremo del embarcadero, balanceando las piernas en el aire.

– ?Senores, vengan a ver!

Bernal y Fragela salieron presurosos hacia alli, y al llegar junto al muchacho, miraron en la direccion que les senalaba con insistencia.

– Ha bajado la marea, ?y la bici de don Pedro esta ahi, en el agua!

Los guardias civiles saltaron a un bote amarrado en el fondeadero y remaron, contorneando el muelle, hacia el lugar que indicaba el chiquillo. Ayudandose con un garfio, consiguieron sacar el vehiculo del cieno y arrastrarlo lentamente hacia la arena gris que se extendia mas alla del muelle.

– Es la bicicleta de don Pedro, seguro -dijo excitado el muchacho-. A veces me lleva en ella a casa.

Reunido con Fragela y el contraalmirante donde los demas no pudieran oirles, Bernal dijo:

– Mejor sera que haga registrar toda la zona, Fragela. Lista le echara una mano.

– ?Pido refuerzos?

– Es preferible avisar a Miranda. Valen mas tres investigadores expertos, que todo un ejercito de guardias mal entrenados, que nos pisotearian todos los indicios -repuso Bernal. Y con creciente inquietud, anadio-: Temo que le haya ocurrido algo a Ramos. Las senales luminosas que vio anoche, ?como las comunicaria? ?Por telefono o por radio?

– Tiene un pequeno receptor que le permite comunicarse con el puesto de la Guardia Civil de Chiclana. Desde que cerraron el campamento militar, no hay telefono aqui, comisario. Como ve, el pueblo esta desierto.

– Y habra que registrar todos esos edificios vacios -agrego Bernal-. ?Interceptarian su mensaje los que emitian las senales? Puede que captaran la frecuencia de la guardia costera…

El doctor Pelaez estaba efectuando la segunda autopsia del submarinista muerto. Lo hacia con su viveza habitual, hablando ante un microfono que llevaba bajo la barbilla, y que mas tarde permitiria a una fonomecanografa extender un borrador del informe. Pelaez habia detestado siempre el papeleo que llevaba aparejada la labor de los forenses. Los dos patologos locales, entretanto, le observaban admirados.

Вы читаете Incidente en la Bahia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату