de archivo para lo referente al submarinista muerto.
– A lo mejor tendras que abrir otro archivo para el guardia civil retirado, Paco. Temo que le haya ocurrido algo malo. Encontramos su velomotor hundido en el canal de Sancti Petri.
– Ya he pedido una copia de su ficha al puesto de Chiclana, jefe. ?Han empezado Miranda y Varga la busqueda?
– Si, pero con la polvareda que esta organizando alli el levante, lo tienen muy dificil. ?Ha traido ya Pelaez su informe de la autopsia?
– No, jefe, pero la ha prometido para la tarde.
En ese momento entro briosamente Angel Gallardo, vestido muy a su aire -safari, camiseta y tejanos- y portando una bolsa de viaje. El mas joven de los colaboradores masculinos de Bernal tenia todo el desenfado del tipico madrileno.
– No me importa nada que me haya llamado para trabajar, jefe. Las dos ninas que me lleve de vacaciones a Benidorm se me enzarzaron en una pelea en el autocar antes de que llegasemos a Albacete, y luego resulto que el hotel estaba a medio construir, en un solar lleno de barro y en la otra punta de la bahia, a tres kilometros largos de los locales nocturnos. Un plan fatal, se lo aseguro.
– ?Pero como se te ocurrio llevarte a dos chicas, Angel? -pregunto estupefacto Paco Navarro, a quien, timido por naturaleza, le habia costado dos anos de noviazgo pedirle a Remedios que se casara con el, y que, claro, no dejaba de admirarse de la audacia de la joven generacion.
– Otras veces me habia salido la mar de bien -respondio Angel animadamente-. Si hay un poco de competencia, se andan con mas cuidado.
– Hablando de cuidado, Angel -intervino Bernal en tono severo-, tengo para ti una mision encubierta que lo requiere, y quiero que salgas zumbando en cuanto Navarro te haya puesto al corriente de este caso del submarinista no identificado.
– ?Tomo habitacion en un hotel de aqui?
– No, de eso se trata precisamente. Quiero que sigas con esa ropa y des la imagen de un turista con poco dinero. Te vas a Rota, al otro lado de la bahia, en el coche de linea, y te hospedas en una pension barata. Luego, tratas de buscar conversacion con los pescadores de alli y con la gente que esta de servicio en la base, y te mantienes alerta. A ver que descubres acerca de operaciones navales sospechosas, o barcos extranos o senales luminosas que se hayan podido ver, particularmente de noche. Y no te me lies con ninguna rotena, por mas seductoras que puedan ser.
Bernal sabia bien que todo el exito de Angel Gallardo en la Brigada Criminal procedia de su habilidad para introducirse en los ambientes sociales de clase media y baja y obtener informacion sin suscitar sospechas.
– Vale, jefe; cuente con ello. ?Como me comunico con ustedes?
– Telefonea a Navarro a este numero una vez por dia, digamos a las doce, o inmediatamente si descubres algo de interes. Y no te pases de las dietas normales. En un puerto pesquero como Rota, basta y sobra.
Mientras Navarro informaba a Gallardo de lo referente al hombre rana y al sargento desaparecido de Sancti Petri, Bernal echo mano de la guia telefonica de Madrid y abrio el tomo correspondiente a las calles. Habiendo dado con el numero que le interesaba, en la de Lagasca, un momento mas tarde estaba al habla con el padre Anselmo, el confesor de su mujer, el cual le prometio enviarle aquella misma tarde, por correo urgente, lo que le pedia.
Miranda y Lista, los dos restantes inspectores del equipo de Bernal, estaban con el inspector Fragela y con el capitan Barba de la Guardia Civil comiendo en la parte trasera del furgon bocadillos de calamares y de tortilla de gambas, regados con generosos tragos de vino del pais, procedente de una bota. Con sus torbellinos de polvo, el levante habia eliminado toda posibilidad de encontrar huella alguna en las calles del abandonado campamento, llenas de rodadas, y no habia ni el menor rastro del desaparecido sargento. La marea baja no se produciria hasta las 19.34, hora en que tenian prevista una busqueda bajo la tablazon del muelle; con ese fin, el capitan Barba habia mandado a Chiclana por cinco pares de botas de goma.
Varga, entretanto, estaba terminando su examen tecnico de la caseta del sargento retirado, y su ayudante habia fotografiado las huellas descubiertas en los escasos muebles, que en ese momento aparecian cubiertos del polvillo gris que previamente les habian aplicado con un pequeno fuelle.
Con la mirada puesta en las ruinas del castillo de la isla de Sancti Petri, Miranda interrogo a Fragela sobre la torre visible en el extremo sur.
– Es un faro, inspector; uno de los muchos que jalonan la costa desde el cabo de San Vicente hasta Tarifa. Emite, a intervalos de dieciseis segundos, una luz blanca con un alcance de hasta doce millas maritimas. Lo revisa periodicamente un equipo que los guardafaros envian en lancha.
– ?Sabe usted si vive alguien en la isla? -pregunto Miranda.
– No; actualmente, nadie. El castillo lo construyeron, al parecer, en el siglo dieciocho, para proteger la entrada del canal. Segun dicen por aqui, se edifico sobre las ruinas del templo de Hercules Tirio, donde se levantaba una de las grandes columnas. La antigua historia oficial de Cadiz asegura que la otra estaba al oeste de la ciudad, cerca de La Caleta, donde hoy se encuentra el fuerte de Santa Catalina. Segun los historiadores romanos y arabes, la columna de aqui estaba coronada por una enorme estatua de oro que representaba a Hercules con una maza en una mano y un manojo de llaves en la otra y, a sus pies, la inscripcion
– ?Y como acabo con el nombre de Sancti Petri? -quiso saber Miranda.
– Dicen que por las llaves que la estatua de Hercules tenia en la mano. Una orden religiosa que se establecio en las ruinas del templo pagano le identifico con San Pedro.
– ?Y cuando derruyeron las columnas? -pregunto Lista.
– Aseguran que en el tiempo de las incursiones vikingas por estas costas. Habian servido de hitos por los que se orientaban sus naves.
– Veo que es usted un erudito en historia local, Fragela -comento Miranda.
– Mi esposa -sonrio el-, que este invierno me llevo a rastras a una serie de conferencias que daban en la universidad.
Varga, que acababa de llegar, rechazo cortesmente el bocadillo que quedaba, consistente en una gran cuna de tortilla apresada en un cuarto de barra de las llamadas «pistolas».
– Creo que la marea ha bajado ya lo bastante para ponernos en marcha -le dijo a Miranda-. El barro de la orilla ya no tiene agua.
Despues de calzarse las altas botas de goma, que les llegaban a los muslos, inspectores de policia y guardias civiles se encaminaron a la playita de arena gris que se extendia al este del embarcadero, dispuestos a alcanzar la tablazon inferior. El sol parecia ponerse tras las veloces nubes de un blanco sucio, y Varga marcho en cabeza empunando una potente linterna cuyo haz enfoco hacia la primera fila de pilares, los mas proximos al agua barrosa del canal.
– En estos no hay nada -grito a los otros segun avanzaba hacia la segunda hilera, donde la luz natural penetraba en proporcion mucho menor.
La concienzuda busqueda se revelaba, una vez mas, infructuosa, hasta que al internarse en la tercera y ultima fila de podridos postes de madera, festoneados de algas y cubiertos de lapas y de bigaros, el pequeno equipo tropezo con un macabro espectaculo. De uno de los altos travesanos pendia un cadaver cuyos pies, enfundados en recias botas, aparecian recogidos hacia atras a mas de un metro del arenoso fondo, y con la ropa rezumando agua en un lento chorreo. Como la soga ascendia desde el cuello hasta una elevada viga, donde invertia su trayectoria hasta los tobillos del muerto, que amarraba fuertemente, el cuerpo se balanceaba hacia delante en un agudo angulo. Torcida grotescamente a la izquierda, la cabeza tapaba en parte el nudo del grueso lazo cenido al cuello, y los ojos, desorbitados, contribuian a formar una mueca espantosa en el rostro del cadaver.
Mientras el pequeno grupo de policias contemplaba aterrado el cuadro, Varga tendio un brazo para palpar la muneca derecha del ahorcado.
– Lleva muchas horas muerto -dijo-. Inspector, ?quiere pedirle a mi ayudante que traiga la camara de tripode? Propongo seguir el procedimiento habitual y dejarlo como esta, a la espera de que lleguen el jefe y el doctor Pelaez.
– ?Le reconoce usted? -pregunto Miranda al capitan Barba, a todas luces muy impresionado por lo que estaba