Bernal y Fragela habian salido de la reunion de Capitania General y se encaminaban a Cadiz en el 124 Supermirafiori tras haber convenido en encontrarse con el contraalmirante Soto y su oficial de relaciones politicas, para almorzar en el restaurante El Anteojo. Mientras circulaban a buena marcha por la Via Augusta Julia, el comisario le pregunto a Fragela que se habia dicho en la sala durante su momentanea ausencia.

– Fue mas que nada una discusion entre los tres vicealmirantes y el gobernador militar de la provincia, que tomo abiertamente partido por usted. Los otros protestaron mucho de que un comisario de la DSE de Madrid viniese a darles lecciones, y acerca de lo caro y dificil que resultaria desatracar la flota con tan poco tiempo, y de los peligros de una reaccion desproporcionada.

– Ya es hora de que vean un poco de accion autentica -repuso Bernal friamente-. No son mas que una coleccion de almirantes de gabinete que nunca se han hecho a la mar en servicio efectivo. Son mentalidades burocraticas y les trastorna tener que desempenar la tarea por la cual se les paga.

– El oficial de relaciones politicas tambien apoyaba la opinion de usted, comisario, pero consideraba inconveniente que la salida de la flota pudiera interpretarse como una amenaza a los britanicos de Gibraltar. Propuso que se les informara en secreto del proposito de nuestros movimientos navales, y tambien a los americanos, segun lo establecido por el tratado bilateral.

– Tiene razon desde luego, aunque la CIA y los Servicios Secretos britanicos se enteraran antes de que se lo digamos. ?Cree usted que se puede confiar en el comodoro en el otro asunto, en el de los militares conjurados?

– Seguro que si. Cuando el contraalmirante dice que los Servicios de Informacion de la Segunda Bis le han dado pleno acceso a materias reservadas…

El coche se detuvo por fin ante las lunas del moderno restaurante de la Alameda de Apodaca, y Bernal consulto su reloj.

– Quedamos a las dos, ?verdad, Fragela? -el inspector asintio-. Entonces, tenemos tiempo para dar un paseo. Aprovechemos el sol subiendo por el mirador hasta la Bateria de la Candelaria.

El amplio paseo con vistas a la bahia, estaba muy concurrido: marineros con sus lepantos, en cuyo frontal llevaban bordado el nombre de los respectivos barcos, y con el «taco» o cuello de gala, con motivo de la Semana Santa; elegantes senoras de negra mantilla y alhajadas peinetas firmemente prendidas en los altos peinados; y numerosas jovenes empujando cochecitos de nino.

Vuelta la vista hacia los edificios con fachada al mar, el comisario reparo en una serie de ensenas extranjeras.

– Veo que los consulados siguen estando aqui -comento.

– Solo que, con la decadencia del puerto comercial, no hay tantos como antes, comisario.

– Supongo que los instalarian ahi por la frescura de las casas y el magnifico panorama.

– Mas que nada, por lo que tenian de puesto de observacion sobre el trafico de la bahia. Eso explica tambien las torres de vigia que tienen en toda la ciudad las casas de los comerciantes.

Entretanto habian alcanzado las almenas de la Candelaria, con su amplia vista, que se extendia hasta alta mar.

– ?Verdad que estos son los escollos donde encontraron el cadaver del submarinista? -pregunto Bernal, senalando hacia el norte.

– Si; con la marea baja, quedan al descubierto -repuso Fragela, que estaba mirando hacia poniente-. Ahi tiene tres barcos de guerra camino del Atlantico, comisario. Un destructor y dos fragatas.

Bernal fijo la vista en los tres navios, pintados de gris naval, en su resuelto curso hacia el oeste.

– Deben ser naves britanicas que han salido de Gibraltar rumbo al Atlantico Sur.

Descendieron paseando por la alameda y se instalaron en la terraza de El Anteojo, donde encargaron sendos gintonics. Poco mas tarde se detenia junto a ellos el coche oficial del contraalmirante. Al apearse, Soto les dijo entusiasmado:

– ?Los han visto? Eran el Glamorgan y dos fragatas, armados hasta los dientes y navegando a toda maquina.

– Tambien su flota tendria que salir de puerto, contraalmirante -replico Bernal-, si no quieren que vuele en mil pedazos.

Conforme a lo solicitado por Bernal, el inspector Miranda fue a visitar al profesor Castro en la Facultad de Letras. Encontro al bueno del erudito enfrascado en sus cultos libros, al extremo de su mesa de trabajo, donde cartas y documentos se amontonaban caoticamente hasta una altura de casi medio metro.

Escandalizado por aquel desorden, el metodico Miranda se pregunto cuantas de aquellas cartas estarian por contestar.

– Estoy seguro de que tengo por aqui una nota sobre Melkart que podria servirles -anuncio Castro-. Como bien sabra, era el Hercules Tirio, cuyo templo se encontraba en Herakleion, que algunas autoridades identifican con la isla de Sancti Petri.

– Si, hasta ahi ya hemos llegado -repuso Miranda-, y es posible que mas adelante podamos darle noticias sobre un hallazgo arqueologico efectuado alli.

– Magnifico. Por mucho trigo, nunca es mal ano -dijo el profesor Castro mientras contemplaba reflexivamente la increible montana de papeles-. Veamos… Si, fue hace unos seis meses -detuvo la mano a la altura de los primeros diez centimetros del monton-. Me hicieron otra consulta acerca de Melkart. Ah, a lo mejor es esto -como por ensalmo, extrajo la carta deseada entre los muchos centenares apilados sobre la mesa-. Si: era del gerente de un hotel proximo a Chiclana. Aqui esta: el Hotel Salineta. Habia recibido de Rabat un extrano escrito, en frances, en el que le preguntaban si estaria dispuesto a alquilar su hotel durante los meses de invierno, cuando el establecimiento suele cerrar, a una organizacion comercial marroqui llamada Melkart. La consulta era por si sabia yo algo al respecto, pero yo no sabia nada.

– ?Y les alquilo el hotel?

– Ah, eso no lo se. Como no podia ayudarle, no le conteste.

– ?Me permitiria llevarme esta carta, profesor?

– Por supuesto. Como ve, tengo muchas mas aqui. No las leo todas.

Contemplando la carta que habia traido Miranda, Paco Navarro se pregunto si debian esperar a que Bernal regresase de su almuerzo con el contraalmirante. Pero ?y si los complices de Melkart tuviesen verdaderamente su guarida en el Hotel Salineta? Urgia averiguarlo. Decidio telefonear al capitan Barba de la Guardia Civil de Chiclana, que tan util se habia mostrado en la investigacion de la muerte del sargento Ramos.

Puesto al habla con el, Barba expreso su vivo deseo de cooperar.

– Conozco ese hotel, inspector. Antes de la guerra civil estuvo muy en boga como balneario, a causa de sus manantiales de agua sulfurosa. Ultimamente lo han modernizado anadiendole una piscina y pistas de tenis. Sus clientes, durante la temporada de verano, son gente de edad, dedicada a profesiones liberales, pero no suele recibir turistas extranjeros.

– ?No podria enterarse por la gente del lugar si esta abierto durante la Semana Santa?

– Seguro que no lo esta, inspector. Aqui la temporada no empieza hasta finales de mayo, y el hotel suele cerrar durante los meses de invierno, aunque creo que se lo alquilan a una organizacion comercial.

– No se persone alli ni telefonee, Barba, pero averigue lo que pueda por otros medios. A ser posible, nos gustaria dar con el gerente o con los propietarios del hotel, para ponernos en contacto con ellos. El comisario Bernal le llamara a su regreso.

Ante la ausencia de sor Encarnacion tambien durante el almuerzo, Elena decidio preguntar por ella a sor Serena.

– Nuestra querida hermana, senorita, esta in clausura hasta el Viernes Santo -respondio friamente la monja-, en severisima penitencia. Quiza le convendria a usted hacer lo mismo.

Mientras aguardaba en el claustro a la ceremonia de la Adoracion Diurna, Elena siguio las idas y las venidas de sor Serena, si bien al padre Sanandres no se le veia por ninguna parte, como tampoco se produjeron nuevas visitas de los oficiales.

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