en Willow Glen para hacer urbanizaciones. Y la Magna garantizo, durante treinta anos, comprarles cualquier excedente agricola y compensarles por cualquier perdida que se produjese, por debajo de un nivel especificado. Y no solo a Helen, sino a todo el pueblo.
– Pagarles para que no produjesen manzanas -dije.
– Una tradicion americana -afirmo-. Deberia usted de probar la miel y la sidra de Wendy. A nuestros empleados les encantan.
Me acorde de la queja de Helen:
Y tambien mantenia a Shirlee y Jasper, y a la nina a su cuidado, alejados de las miradas curiosas.
– ?Que es lo que sabe Helen? -pregunte.
– Su conocimiento es muy limitado. Por su propio bien.
– ?Que es lo que sucedera con los Ransom?
– No cambiara nada -me dijo-. Seguiran viviendo unas vidas maravillosamente simples. ?Vio en sus rostros algun signo de sufrimiento, doctor? No necesitan nada que no tengan, y comparandolos con el modo en que vive mucha gente, se les podria considerar como bien situados. Helen se cuida de ellos. Y, antes de que apareciese ella, lo hacia yo.
Se permitio una sonrisa. Autocomplacida.
– Muy bien -le dije-, usted es la Madre Teresa. ?Como es que la gente sigue muriendo?
– Alguna gente merece morir.
– Eso suena a una cita del libro rojo del presidente Belding.
No hubo respuesta.
– ?Y que hay de Sharon? -inquiri-. ?Tambien ella merecia morir, por tratar de averiguar quien era?
Se puso en pie, me miro desde lo alto. Todas las dudas habian desaparecido en el, de nuevo era el Hombre al Mando.
– Las palabras solo pueden comunicar hasta un punto, no mas -me dijo-. Venga conmigo.
Nos dirigimos hacia fuera, hacia el desierto. Apunto una linterna de bolsillo al suelo, iluminando un terreno agujereado, matas de hierbas, y cactus saguaro, que se alzaban hacia el cielo.
Aproximadamente unos ochocientos metros mas alla, la luz se poso en un pequeno vehiculo carenado, construido en fibra de vidrio, el cochecito de golf que yo habia visualizado durante mi viaje con Hummel. Pintura oscura. Una barra protectora para caso de vuelco, ruedas con protuberancias, de todo terreno. En la puerta, una M inclinada hacia delante.
Se coloco tras el volante y me hizo un gesto de que subiese. Para este viaje no habia venda en los ojos. O bien se confiaba en mi, o estaba condenado. Movio varios conmutadores. Los faros. El zumbido de un motor electrico. Nos movimos hacia adelante con sorprendente velocidad, el doble de la velocidad de auto-choque que habia llevado Hummel… el muy sadico. Mas deprisa de lo que yo creia posible para una maquina electrica. Pero, al fin y al cabo, esto era territorio de la alta tecnologia. El Rancho Patente.
Rodamos durante mas de una hora sin cambiar palabra, recorriendo extensiones de yeso yermo. El aire aunque estaba caliente, se fue haciendo fragante, con un debil aroma a hierbas.
Vidal tosio mucho, mientras el vehiculo levantaba nubes de fino polvillo de yeso, pero continuo maniobrando sin problemas. Las montanas de granito eran debiles marcas de lapiz en papel negro de constructor.
Le dio a otro interruptor e hizo que apareciese la luna gigantesca, blanca como la leche, y pegada a la Tierra.
No era la luna, claro, sino una gigantesca bola de golf, iluminada desde dentro.
Un domo geodesico, de quiza unos diez metros de diametro.
Vidal se acerco y aparco al lado. La superficie del domo era de paneles hexagonales en plastico blanco enmarcados en tubos de metal blanco. Busque el cubiculo del que hablaba Seaman Cross, la cabina en que habia permanecido mientras se comunicaba con Belding. Pero el unico acceso al edificio era una puerta blanca.
– Un librillo estupido -afirmo Vidal-. A Leland se le metio en la cabeza que debia ser inmortalizado en una cronica.
– ?Y por que eligio a Cross?
Bajamos del cochecito.
– No tengo la menor idea… ya le he dicho que nunca me dejaba saber lo que tenia en mente. Yo estaba fuera del pais cuando el llego a ese trato. Luego cambio de idea y le exigio a Cross que lo olvidase todo, a cambio de una cantidad de dinero. Cross tomo el dinero, pero siguio adelante con el libro. Eso molesto mucho a Leland.
– Otra mision de busqueda y destruccion.
– Todo fue llevado a cabo de un modo absolutamente legal…, en los tribunales.
– El saquear su archivo en aquella boveda blindada no fue exactamente trabajar segun las normas. ?Uso para ello a la misma gente que para el asalto a la casa de los Fontaine?
Su expresion decia que aquello era algo a lo que no valia la pena responder. Comenzamos a caminar.
– ?Que hay del suicidio de Cross? -le pregunte.
– Cross era un hombre con poca fuerza de voluntad, y no pudo enfrentarse a aquella situacion.
– ?Me esta diciendo que fue un autentico suicidio?
– Ciertamente.
– ?Y, si no se hubiera eliminado el mismo, le hubiera dejado usted vivir?
Sonrio y agito la cabeza.
– Como ya le he dicho antes, doctor, yo no
La puerta era blanca y de una sola pieza. Coloco la mano en el tirador, me miro, y dejo que me empapase del mensaje.
En lo que se referia a las historias sobre Belding, Cross habia envenenado la fuente.
Este dia no habia sucedido nunca.
Mire hacia arriba del domo. La luz de las estrellas le hacia centellar, como si fuera una medusa gigante. Los paneles de plastico emitian un olor de coche nuevo. Vidal giro el tirador.
Entre. Una puerta se cerro tras de mi. Un momento mas tarde, oi partir al cochecito.
Mire en derredor, esperando pantallas, consolas, tableros de mando, una marana, a lo Flash Gordon, de ensalada electronica.
Pero tan solo era una gran sala, con sus paredes interiores tapizadas de plastico blanco. El resto podria haber salido de cualquier mansion de un barrio de clase media-alta. Alfombra azul hielo. Mobiliario en roble. Un televisor de pantalla supergrande. Una columna de componentes de estereo. Una biblioteca prefabricada y cesta de revistas a juego. Un mueble-cocina de esos de apartamento pequeno a un lado. Plantas en macetas. Carteles enmarcados.
Dibujos de manzanas.
Y tres camas dispuestas en paralelo unas con otras, como en un cuartel. O un hospital: las dos primeras eran conjuntos hospitalarios, con controles electronicos de posicion y mesas cromadas giratorias.
La mas cercana estaba vacia, a excepcion de algo en la almohada. Le eche una mirada mas de cerca. Era un aeroplano de juguete… un bombardero, pintado de oscuro, con una M inclinada hacia delante en la puerta.
En la segunda yacia una joven impedida, bajo un cobertor muy alegre. Inmovil, boquiabierta, con algo de gris haciendo mechas en su cabello negro, pero por lo demas sin cambios en los seis anos transcurridos desde que la habia conocido. Como si su paraplejia dominase de tal modo su cuerpo, que la hubiera dejado fuera del tiempo, sin edad. Inspiro profundamente, con respiracion sorbente y el aire salio de ella con un gemido.
Una bocanada de perfume se filtro por entre el ambiente de coche nuevo: jabon y agua, hierba fresca.
35
Sharon estaba sentada al borde de la tercera cama, con las manos cruzadas sobre su regazo. Una sonrisa,