mientras ella estaba viviendo en los Estados Unidos, la mitad de su familia fue aniquilada por la guerrilla. Muertos tambien, pero sin compensacion. Los que sobrevivieron fueron torturados, y sus casas quemadas hasta los cimientos. Se les han arreglado los papeles de la inmigracion, han sido traidos aqui y se les han dado tierras. Desde luego, es bien poca cosa comparado con la vida, pero es lo mejor que puedo ofrecerles. ?Alguna sugerencia adicional?
– Seria bonito que se hiciese justicia.
– ?Alguna sugerencia para mejorar la justicia que ya se ha hecho en este caso?
No tuve nada que decir.
– Bueno -insistio-, entonces, ?hay algo que pueda hacer por
– De hecho, podria hacerme un pequeno favor. Un arreglillo.
Cuando le dije lo que era y como queria exactamente que lo hiciese, se echo a reir tan fuerte, que cayo en un ataque de tos que lo doblo en dos. Saco el panuelo y se seco la boca, escupio, y se rio un poco mas. Cuando aparto el panuelo, el lino estaba sucio con algo oscuro.
Trato de hablar. No surgio nada. Los hombres de oscuro se miraron el uno al otro.
Finalmente hallo de nuevo su voz.
– ?Excelente, doctor! -me dijo-. ?Somos grandes mentes, moviendose en la misma direccion! ?Y, ahora, juguemos esa mano!
37
Me dejaron en el borde del campus. Tras quitarme el vendaje de los ojos, fui hasta mi casa a pie. Una vez dentro, descubri que no soportaba estar alli, asi que eche algunas cosas dentro de una bolsa, y llame al servicio del contestador telefonico, para decirles que iba a estar ausente un par de dias, que tomasen nota de las llamadas.
– ?Algun numero al que llamarle, doctor?
No teniendo pacientes en activo, ni emergencias pendientes, conteste:
– No, ya llamare yo.
– Unas autenticas vacaciones, ?eh?
– Algo asi. Buenas noches.
– ?No quiere que le de los mensajes que ya tiene en su casillero?
– Realmente no.
– Va-le… pero hay ese tipo que me esta volviendo loca. Ya ha llamado tres veces y se puso bastante grosero cuando no le quise dar su numero privado.
– ?Como se llama?
– Sanford Moretti. Parece ser un abogado… dice que quiere que trabaje usted en un caso para el, o algo asi. Insistio en convencerme, una y otra vez, de que seguro que usted tenia mucho interes en oir lo que le tiene que decir.
Mi respuesta la hizo reir.
Me meti en el coche y me marche, encontrandome en direccion al oeste y acabando en la Ocean Avenue, pasado Pico. No muy lejos del Muelle de Santa Monica, que estaba cerrado por la noche y oscurecido hasta no ser mas que una amontonada masa de techos, sobre un tejadillo de pilares arqueados. No muy lejos del (poco exigente) Pacifico. La brisa del mar habia desaparecido y el oceano olia a basurero. La calle albergaba bares de los que sirven cerveza y un trago de alcohol, con nombres polinesios y moteles de los de «por dias-semanas- meses», que, naturalmente, no estaban recomendados por el Club del Automovil.
Me registre en un lugar llamado Blue Dreams (Suenos azules): doce puertas marrones, manchadas por la sal, dispuestas en derredor de un aparcamiento que necesitaba urgentemente que le arreglasen la superficie, con los tubos de neon del signo luminoso que indicaba HAY HABITACIONES rotos o agotados de gas. Un tipo de cara pastosa, que se tenia por un angel del infierno y llevaba un pendiente que era un crucifijo, se hallaba en el mostrador de la entrada, y me hizo el favor de tomar mi dinero, mientras demostraba su enamoramiento por un filete de pescado rebozado y miraba, todo al mismo tiempo, un anuncio de la California Raisins en la tele. En el pequeno vestibulo, cuyas paredes casi podia tocar uno con los hombros, habia una maquina expendedora de dulces y otra de condones, lado por lado; asi como otro aparato suministrador de peines de bolsillo, y un poster con las reflexiones contenidas en el Codigo Penal de California respecto a los robos y los fraudes al propietario de un hotel.
Tome una habitacion en el lado sur, pagando una semana por adelantado. Tres por tres metros, olor a insecticida (alli no habria tabanos), una unica y estrecha ventana de cristales cubiertos por una pelicula de suciedad, que mostraba un trozo de pared de ladrillos que tenian un color malva por la luz reflejada de la calle, mobiliario desparejo de madera barata, una estrecha cama bajo un cobertor que ya estaba totalmente descolorido por tantas lavadas, y una television de monedas atornillada al suelo. Un cuarto de dolar metido en la ranura de pago me ofrecio una hora de sonido siseante y colores de piel amarillentos. Habia tres monedas de cuarto en mi bolsillo, de modo que tire dos por la ventana.
Yaci en la cama, deje que la tele se apagase por si sola y escuche los sonidos: resonancias de los bajos que salian del tocadiscos del bar del edificio vecino, tan fuertes que parecia como si estuvieran tirando algo contra la pared al ritmo de dos por cuatro, irritadas risas y truncadas charlas callejeras en ingles, espanol y una docena de idiomas no identificables, risas enlatadas de la television de la habitacion de al lado, vaciados de la cisterna del retrete, siseos de grifos de lavabo, crujidos de movimientos del edificio, portazos de puertas, bocinas de coches, un grupo de secos estallidos que podian haber sido disparos de arma de fuego o petardeo de un tubo de escape o incluso un par de manos aplaudiendo. Y, como fondo de todo, el zumbido Doppler de la autopista.
Una sinfonia ciudadana. Al cabo de unos momentos de oirla era como si me hubiesen quitado doce anos.
La habitacion era una sauna. Me quede dentro de ella durante tres dias, subsistiendo a base de pizzas y colas de un lugar que prometia servirlas respectivamente calientes y frias, y que mentia en ambos casos. Y, sobre todo, estuve haciendo lo que habia evitado hacer desde hacia tanto tiempo. Lo que habia dejado de lado, a base de buscar las inadecuaciones de los demas, lanzando abrigos sobre las manchas de barro. Introspeccion. Una palabra tan pristina para el rebuscar con una cuchara en las profundidades de la fuente del alma. Con una cuchara de bordes muy afilados y mellados.
Durante tres dias pase por todo ello: ira, lagrimas, una tension tan visceral que me castaneteaban los dientes y mis musculos amenazaban con entrar en tetania. Una soledad que, de muy buena gana, hubiera anestesiado con dolor.
Al cuarto dia me note desfondado y placido, y estuve orgulloso de no confundir eso con una curacion. Aquella tarde abandone el motel para acudir a mi cita: una carrera, calle abajo hasta la maquina vendedora de periodicos situada en la acera. El cuarto de dolar que me quedaba cayo por la ranura y la edicion vespertina fue mia; me la lleve agarrada muy fuerte bajo el brazo, como si fuera pornografia.
Estaba en la parte de abajo de la pagina uno, fotografia incluida.
DIMITE CAPITAN DE LA POLICIA,
ACUSADO DE ABUSOS SEXUALES
por Maura Bannon,
Periodista de redaccion