– ?Usted conocia a la doctora Ransom? ?Creo que me podria dar algunos datos acerca de ella?

– No creo que pueda ayudarla en eso.

– ?Oh? -sonaba desencantada.

– Hace anos que no veia a la doctora Ransom.

– ?Oh! ?Pensaba… bueno, ya sabe, estoy tratando de dar una imagen equilibrada, de establecer algun contexto? ?Para el perfil? ?Es una cosa tan rara, una psicologa matandose ella misma de ese modo… lo de hombre muerde perro, ya sabe? Y a la gente le gustaria saber el porque.

– ?Ha logrado enterarse de algo mas de lo que puso en el articulo?

– No, no lo he logrado, doctor Delaware. ?Hay algo mas de que enterarse? Porque, si lo hay, desde luego me gustaria averiguarlo. Creo que la policia me ha estado ocultando cosas: les he dejado varios avisos de llamadas, pero nadie me ha vuelto a llamar. -Una pausa-. No creo que me esten tomando en serio.

La intimidad, el lujo mas caro.

– Me gustaria ayudarla -le dije-, pero en realidad no tengo nada que anadir.

– El senor Biondi me dijo…

– Si he llevado al senor Biondi a pensar otra cosa, lo siento, senorita Bannon.

– De acuerdo -acepto ella-. ?Pero si descubre algo hagamelo saber, por favor?

– Hare lo que pueda.

– Gracias, doctor Delaware.

Me repantigue en la silla, mire afuera por la ventana, y note como me llegaba la soledad.

La desgracia ama la compania… Cuanto mayor es la del otro, mejor resulta la compania. Llame a informacion de Newhall y pedi el telefono de D. J. Rasmussen. No estaba en el listin. Pensando en mi otra conexion con el joven borracho, llame a la consulta de la doctora Leslie Weingarden.

– Estaba a punto de llamarle a usted -me dijo la recepcionista-. La doctora podra verle tras visitar a su ultimo paciente, sobre las seis.

– Realmente no necesito una cita. Solo queria hablar con ella por telefono.

– Le digo lo que ella me ha dicho, senor Delaware.

– Las seis esta bien.

10

El edificio donde estaba Leslie Weingarden era una construccion de tres pisos en ladrillo rojo, con una cornisa de piedra caliza y marquesinas verde bosque, sito en el corazon del distrito medico de Beverly Hills. El interior estaba forrado con paneles de roble color madera y moquetas verde y rosa. La lista de ocupantes daba los nombres de varias docenas: doctores en medicina general, dentistas, un punado de psiquiatras.

Uno de estos me llamo la atencion: KRUSE, P. P., NUM. 300. Tenia sentido: esta era la zona de los divanes. Pero, unos anos antes, habia tenido otra direccion.

La oficina de Leslie Weingarden estaba en la planta baja, hacia la parte posterior del edificio. La placa de su nombre daba como especialidades suyas la Medicina Interna y la Salud de la Mujer. Su sala de espera era pequena y decorada con alegria, pero poco gasto: papel de pared impreso en blanco y negro, sillones demasiado mullidos, con tapiceria de algodon y mesita estilo danes moderno, unas cuantas obras de arte en reproducciones impresas, una planta en una maceta, metida dentro de un cesto grande de paja. No habia pacientes, pero quedaban claros restos del paso del trafico cotidiano: envoltorios de chicle, un tubo de aspirinas vacio y una lima de unas usada en la mesita, revistas abiertas en los sillones.

Di un golpecito en la separacion de cristal, y espere algunos segundos antes de que se descorriera, abriendose. Una mujer hispana, en la cincuentena, me miro desde dentro.

– ?Puedo ayudarle?

– Soy el doctor Delaware, tengo una cita con la doctora Weingarden.

– Avisare que esta usted aqui.

Espere media hora, hojeando las revistas, preguntandome si alguna de ellas habia publicado la columna de Paul Kruse. A las seis treinta, se abrio la puerta de la habitacion interior y aparecio una mujer de buen tipo, alrededor de la treintena.

Era pequenita, muy delgada, con cabello corto y muy fijado, y un rostro alerta. Llevaba unos pendientes de plata, grandes y aparatosos, una blusa de seda blanca, unos pantalones de gabardina con pinzas, color gris claro y zapatos de ante gris. De su cuello colgaba un estetoscopio. Debajo se veia una gruesa cadena de oro. Sus facciones eran delicadas y regulares, sus ojos casi almendrados y de color marron oscuro. Como Robin. Usaba poco maquillaje. No lo necesitaba.

Me puse en pie.

– ?Senor Delaware? Soy la doctora Weingarden. -Tendio la mano y se la estreche. Sus huesos eran delgados; su presion, firme y seca. Coloco sus manos en jarras-. ?Que puedo hacer por usted?

– Usted le mandaba pacientes a una psicologa llamada Sharon Ransom. No se si se habra enterado, pero esta muerta, se suicido el domingo. Queria hablarle de ella. Sobre como ponerme en contacto con esos pacientes.

No vi senales de asombro:

– Si, lo lei en el diario. ?Que relacion tiene usted con ella y con sus pacientes?

– Principalmente personal, en parte profesional. -Le entregue mi tarjeta.

La examino.

– Tambien es usted psicologo. Entonces es doctor Delaware, Bea me dijo Senor. -Se metio la tarjeta en el bolsillo-. ?Era usted su terapeuta?

La pregunta me sorprendio:

– No.

– Lo digo porque, desde luego, le hacia falta uno. -Fruncio el ceno-. ?Por que esa preocupacion por sus pacientes?

– Me he topado con uno de ellos hoy: D. J. Rasmussen. El me dio su nombre.

Eso la hizo tener un sobresalto, pero no dijo nada.

– Estaba borracho -le dije-. Borracho como una cuba, realmente hecho una esponja. Supongo que ya estaba desequilibrado para empezar, y que ahora corre el riesgo de que sufra algun tipo de desfondamiento. Quiza caiga en la violencia. El perder un terapeuta puede ser como perder un padre. Me he estado preguntando cuantos otros de sus…

– Si, naturalmente, entiendo todo eso. Pero lo que todavia no comprendo es lo que le preocupa a usted. ?Cual es su implicacion en esto?

Pense en la mejor manera de responder.

– Probablemente, en parte, sea pura sensacion de culpa. Sharon y yo nos conociamos bien, en tiempos de la universidad. Llevaba anos sin verla y, el sabado pasado, nos encontramos por azar en una fiesta. Parecia preocupada por algo, y me pidio hablar conmigo. Concertamos una cita. Pero me lo pense mejor y la anule al dia siguiente. Esa noche, ella se suicido. Supongo que aun me estoy preguntando si yo podria haberlo impedido. Y, si me es posible, me gustaria evitar mas dolor.

Jugueteo con su estetoscopio, y me miro.

– Lo dice en serio, ?o no? No trabajara usted para ningun abogado marrullero, ?verdad?

– ?Y por que iba a hacerlo?

Ella sonrio:

– Asi que quiere entrar en contacto con los pacientes que le haya mandado a ella, ?no?

– Y que me diga de otros doctores que le puedan haber mandado pacientes.

La sonrisa se enfrio.

– Eso resultaria dificil, doctor Delaware. No es una buena idea, ni mucho menos…, aunque, en cualquier caso, no es que tuviera muchos pacientes. Y no tengo ni idea de quien mas podia mandarle pacientes. Si bien, desde luego, lo lamento por ellos.

Se detuvo, parecio estar buscando palabras:

– Sharon Ransom era una… ella y yo… Bueno, contesteme antes: ?por que anulo la cita con ella?

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