Cai de nuevo en las dudas sobre mi mismo, dudas que socavaban mi propia estima y que yo habia creido resueltas durante mi terapia de entrenamiento: ?que derecho tenia yo a moldear otras vidas, cuando no podia ni enderezar la mia propia? ?Que era lo que hacia de mi un experto en los hijos de los demas, cuando nunca habia criado a uno propio?
El doctor Experto. ?A quien demonios estaba enganando?
Recorde la sonrisa de madrina de mi terapeuta: Ada Small, voz suave, acento de Brooklyn, ojos dulces. Aceptacion incondicional: incluso los mensajes duros estaban en ella endulzados por la amabilidad…
Ada me habia llevado por un largo camino; habia tenido suerte de ser asignado a ella. Ahora eramos colegas, que nos recomendabamos mutuamente, que discutiamos pacientes; hacia tiempo que no me habia relacionado con ella como paciente. ?Podria volver alguna vez a ensenarle mis cicatrices?
Sharon no habia tenido tanta suerte con quien le habia sido asignado: Paul Peter Kruse. Un adicto del poder. Pornografo. Fustigador de sumisas. Apenas si podia imaginarme lo que debia de haber sido la terapia con el. Y, sin embargo, ella habia seguido mucho tiempo con el, tras graduarse, siempre como su ayudante, en lugar de sacarse su propia licencia.
Haciendo sus cochinadas en el lugar que el habia alquilado. Esto decia casi tanto de ella como lo decia de el, y me pregunte quien seria el que llevaria la voz cantante en su relacion.
Explotadores. Victimas.
Pero su ultima victima habia sido ella misma. ?Por que?
Me obligue a mi mismo a dejar de pensar en aquello y trate de llenar mi mente con el rostro de Robin. Sin importar como fueran a acabar las cosas, lo que una vez tuvimos fue real.
En el mismo momento en que llegue a casa, llame a San Luis Obispo.
– Hola.
– Hola, Robin.
– ?Alex? Ma me dijo que habias llamado. Trate de ponerme en contacto contigo muchas veces.
– Acabo de volver. Tu Ma y yo tuvimos una encantadora conversacion.
– Oh. ?Te dio un mal trago?
– Nada fuera de lo normal. Pero lo importante es, ?como te esta tratando a ti?
Se rio.
– Puedo soportarlo.
– ?Estas segura? Suenas como agotada.
– Estoy agotada, pero eso no tiene nada que ver con ella. Ha resultado que Aaron es un chillon… y Terry se pasa la noche en pie, asi que he estado sustituyendola… En toda mi vida nunca habia estado tan exhausta.
– Bien. Quizas asi anores los viejos tiempos y regreses.
Silencio.
– De cualquier modo -le dije-, crei que debia llamarte y preguntarte como te iban las cosas.
– Soportables. ?Y como te van a ti, Alex?
– De cona.
– ?De veras?
– Bueno, ?creerias de semi-cona?
– ?Que es lo que pasa, Alex?
– Nada.
– Suenas como si llevases un peso encima.
– No es nada -le dije-. Es que, hasta el momento, esta no ha sido una gran semana.
– Lo siento, Alex. Se que has sido muy paciente…
– No -le interrumpi-, no tiene nada que ver contigo.
– ?Oh? -exclamo, pareciendo mas vejada que tranquilizada.
– Alguien que conoci en los tiempos de la universidad se ha suicidado.
– ?Que espanto!
– Si que lo es.
– ?Conocias bien a esa persona?
Eso me hizo pensar.
– No -le dije-, realmente no.
– Y sin embargo -anadio ella-, el oir esas cosas siempre le deja a uno desazonado.
– ?Que te parece si cambiamos de tema?
– Seguro… ?acaso he dicho algo malo?
– No, nada. Es que no tengo ganas de seguir hablando de ello.
– De acuerdo -acepto ella.
– De todos modos, si tienes algo que hacer…
– No tengo prisa por ir a ningun sitio.
– Vale.
Pero ya encontramos poco mas de lo que hablar, y cuando colgue me senti vacio. Y llene el vacio con recuerdos de Sharon.
El segundo otono seguimos como amantes, por llamarlo de algun modo. Cuando lograba ponerme en contacto con ella, siempre me decia que si, siempre tenia cosas dulces que decirme, estimulantes bocados de conocimiento academico que compartir. Me susurraba al oido, me frotaba la espalda, abria sus piernas para mi con la facilidad con que se ponia rojo en los labios, insistiendo en que yo era su hombre, el unico hombre de su vida. Pero el problema estaba en ponerse en contacto con ella: nunca estaba en casa, nunca dejaba una pista acerca de donde pudiera estar.
No es que me matase tratando de hallar donde se encontraba. El hospital era mi amo durante cincuenta horas a la semana, y habia aceptado pacientes particulares por la noche, con el fin de ahorrar para el pago inicial de una casa de mi propiedad. Me mantenia ocupado resolviendo los problemas de los demas e ignorando los mios propios.
En un par de ocasiones me deje caer por su domicilio sin previo aviso, llegando hasta su sendero, solo para hallarme con la casa gris cerrada, el aparcamiento vacio. Deje de intentarlo y pase un par de semanas sin verla. Pero, a ultima hora de un sabado por la noche, atrapado en el enloquecedor trafico de parar y ponerse en marcha de Sunset, tras una desgarradora velada con los padres de un inmisericordemente deformado nino recien nacido, me encontre ansiando un hombro sobre el que poder llorar. Y, como una paloma mensajera que vuelve al nido, tome la direccion norte, hacia Hollywood Boulevard, y gire en Nichols Canyon. Cuando subi por el sendero, el Alfa Romeo estaba aparcado alli.
La puerta delantera estaba abierta, asi que entre.
La sala de estar se hallaba brillantemente iluminada, pero vacia. La llame. No hubo respuesta. Repeti la llamada. Nada.
Busque en su alcoba, medio esperando hallarla con otro hombre. Medio deseandolo.
Pero alli estaba ella, sola, sentada con las piernas cruzadas sobre la cama, con los ojos cerrados, como meditando.
Habia entrado en su cuerpo muchas veces, pero esta era la primera vez que la veia desnuda. No tenia defecto alguno, era increiblemente perfecta. Evite el tocarla y le susurre:
– Sharon.
No se movio.
Me pregunte si estaria dedicada a algun tipo de autohipnosis. Habia oido que Kruse era un experto hipnotizador. ?Le habria dado lecciones particulares?
Pero parecia mas anonadada que en trance… con el ceno fruncido, jadeando con rapidez y poco profundamente. Sus manos comenzaron a temblar. Me fije en que tenia algo en la derecha.
Una pequena foto en blanco y negro, en papel, del tipo antiguo con los bordes ondulados.
Me acerque mas y la mire. Dos pequenas ninas de cabello negro, de dos o tres anos de edad. Gemelas identicas, con rizos a lo Shirley Temple, sentadas lado por lado en un banco de jardin en madera, con claros