– ?Que se ande con cuidado el comprador?
Coloco su mano sobre la manija de la puerta, parecio algo molesto.
– Escucha, D: tu estas medio retirado, no dependes de nadie ni nadie depende de ti, y tienes todo el tiempo del mundo para ir por ahi mirando peliculas guarras. Yo tengo cinco hijos, una mujer en la Facultad de Leyes, la presion de la sangre alta, y una hipoteca no mas baja. Perdoname que no quiera hacer de caballero de la blanca armadura, ?vale?
– De acuerdo -acepte-. Tomatelo con calma.
– Creeme que lo intento, pero la realidad no deja de agarrarme por los huevos.
Se metio en el coche.
– Si hago algo -le dije-, no te implicare en ello.
– Buena idea. -Consulto su reloj-. Tengo que ponerme a rodar. No puedo decir que lo haya pasado bomba, pero desde luego ha sido algo distinto.
Dos peliculas. Otro nexo con un multimillonario muerto.
Y un productor de peliculas de aficionado, haciendose pasar por su sanador.
Conduje hacia casa decidido a ponerme en contacto con Kruse antes de salir para San Luis al dia siguiente. Decidido a lograr que, de una manera u otra, el muy bastardo hablase conmigo. Volvi a probar en su oficina; seguia sin haber respuesta. Iba a marcar su numero de la universidad, cuando sono el telefono.
– Diga.
– El doctor Delaware, por favor.
– Al habla.
– Doctor Delaware, soy la doctora Leslie Weingarden. Tengo entre mis manos una crisis, en la que creo que me podria ayudar.
Parecia muy nerviosa, casi sin aliento.
– ?Que clase de crisis, doctora Weingarden?
– Algo relacionado con la conversacion que tuvimos -me dijo-. Preferiria no hablar de ello por telefono. ?Podria arreglar las cosas para venir a mi oficina en algun momento de esta tarde?
– Deme veinte minutos.
Me cambie de camisa, me puse una corbata, llame a mi servicio de contestador, y me dijeron que habia llamado Olivia Brickerman.
– Me pidio que le dijese que el sistema esta fuera de servicio, sea lo que sea eso, doctor. Que tratara de conseguirle lo que desea, en cuanto funcione de nuevo.
Le di las gracias y colgue. De vuelta a Beverly Hills.
Dos mujeres estaban sentadas, leyendo, en la sala de espera. Ninguna de ellas parecia estar de buen humor.
Di unos golpecitos en la particion de cristal. La recepcionista salio y me dejo entrar. Pasamos varias salas de examen y nos detuvimos ante una puerta marcada PRIVADO, a la que llamo. Un segundo mas tarde se abrio parcialmente y salio Leslie. Estaba perfectamente maquillada, con cada cabello en su sitio, pero se la veia desencajada y asustada.
– ?Cuantos pacientes hay ahi afuera, Bea? -le pregunto a la enfermera.
– Solo un par. Pero una de ellas es una pesada.
– Diles que ha surgido una emergencia…, que estare con ellas tan pronto como me sea posible.
Bea salio. Leslie me dijo:
– Apartemonos de la puerta.
Fuimos pasillo abajo. Se apoyo contra la pared, exhalo el aire y se retorcio las manos.
– ?Ojala aun fumase! -Suspiro-. Gracias por haber venido.
– ?Que sucede?
– D. J. Rasmussen: esta muerto. Y su novia esta ahi dentro, desmoronandose por completo. Llego hace media hora, justo cuando yo estaba volviendo de comer, y se derrumbo en la sala de espera. La meti aqui dentro a toda prisa, antes de que llegasen los otros pacientes, y desde entonces no la he podido dejar. Le he inyectado una dosis de Valium…, diez miligramos. Eso parecio calmarla durante un rato, pero al cabo empezo a deshacerse otra vez. ?Aun quiere ayudar? ?Cree que puede conseguir algo hablando con ella?
– ?Como murio el?
– Carmen…, la novia, dice que, en los ultimos dias, el habia estado bebiendo muchisimo. Mas de lo habitual. Tenia miedo de que se fuera a poner violento con ella, porque esto era lo que habitualmente hacia; pero en lugar de tal cosa, se echo a lloriquear, se deprimio profundamente, comenzo a hablar de lo mala persona que era, de todas las cosas terribles que habia hecho. Ella trato de hablarle, pero el solo siguio deprimiendose, continuo bebiendo. A primera hora de esta manana, ella se desperto y encontro mil dolares en efectivo sobre su almohada, junto con algunas fotos privadas de ambos y una nota que decia: «Adios». Salto de la cama, vio que habia sacado sus armas de fuego del armero, pero no lo pudo hallar. Entonces oyo ponerse en marcha su camion y corrio tras de el. Llevaba el camion lleno de armas y ya habia empezado a beber otra vez: podia olerlo en el aire. Trato de detenerlo, pero el la aparto de un empujon y se marcho en el camion. Ella se metio en su coche y lo siguio. Viven en Newhall… aparentemente alli esta lleno de caminos serpenteantes y de canones. El iba acelerando y sin poder aguantar el rumbo fijo, a mas de cien. Ella no podia mantenerse detras y se equivoco en un cruce. Pero volvio atras, se puso junto a el… y vio como se caia por un precipicio: el camion dio varias vueltas de campana, se estrello en el fondo, y estallo. Justo como en la tele, lo describio ella.
Leslie se mordio una una.
– ?Sabe esto la policia?
– Si. Ella los llamo. Le hicieron algunas preguntas, le tomaron declaracion, y le dijeron que se fuese a casa. Segun ella, no parecia preocuparles demasiado. A D. J. lo tenian en su vecindario por un pendenciero, con todo un historial de conducir borracho. Dice que oyo a uno de los policias murmurar: «Las jodidas calles seran ahora mas securas». Esto es todo lo que se y, Jesus, lo siento… ?Puede usted ayudarla?
– Lo intentare.
Entramos en su oficina privada: pequena, tapizada de libros, amueblada con un escritorio de pino y dos sillones, decorada con carteles monos, plantas, jarras de cerveza de recuerdo, cubos-marco de fotografias. En uno de los sillones estaba sentada una joven regordeta con mala piel. Vestia una blusa blanca, pantalones de tejido elastico de color marron, y sandalias planas. Su cabello era negro y largo, con mechas blancas y despeinado; sus ojos estaban orlados de rojo e hinchados. Cuando me vio, giro la cara y la hundio en sus manos.
– Este es el doctor Delaware, Carmen -dijo Leslie-. Doctor Delaware, Carmen Seeber.
Me sente en el otro sillon.
– Hola, Carmen.
– Carmen, el doctor Delaware es un psicologo. Puedes hablar con el.
Y, tras decir esto, se fue de la habitacion.
La joven mantuvo su rostro cubierto, y ni se movio ni hablo. Al cabo de un rato, dije:
– La doctora Weingarden me ha contado lo de D. J. Lo siento mucho.
Ella empezo a sollozar, con sus hombros caidos y sacudidos por los estremecimientos.
– ?Hay algo que pueda hacer por ti, Carmen? ?Necesitas algo?
Mas sollozos.
– En una ocasion hable con D. J. -le dije-. Parecia una persona con muchos problemas.
Un borboton de lagrimas.
– Debe de haber sido muy duro para ti el haber estado viviendo con el, visto lo que bebia. Pero, aun asi, lo notas muchisimo en falta; y te resulta imposible de creer el que se haya ido.
Comenzo a balancearse, agarrandose la cara.
– ?Oh Dios! -gimio-. ?Oh Dios! ?Oh Dios, ayudame! ?Oh Dios!
Le di palmaditas en el hombro. Se estremecio, pero no se aparto.
Nos quedamos asi sentados un rato, ella implorando la ayuda divina, yo absorbiendo su pena, alimentandola con pequenos bocaditos de empatia. Dandole panuelos de papel y un vaso de agua, diciendole que nada de