por el viento.
El sendero de escamas de pescado ascendia hacia un otero. Desde la cima del mismo llegaba un sonido de musica: una seccion de cuerda interpretando algo barroco. Mientras alcanzaba la parte alta, vi a un hombre de edad y de estatura elevada, vestido como un mayordomo tradicional, que caminaba hacia mi.
– ?Es usted el senor Delaware? -Su acento se situaba en algun punto entre Londres y Boston; sus facciones eran suaves, generosas y regordetas. Su piel, colgante, era del color del salmon enlatado. Mechones de pelo color maiz rodeaban un craneo pelado y bronceado por el sol. Un clavel blanco decoraba su solapa.
El prototipo del mayordomo de una obra de teatro.
– ?Si?
– Doctor Delaware, soy Ramey, y he venido a buscarle para acompanarle a la fiesta. Le ruego disculpe los inconvenientes, senor.
– No hay de que. Supongo que los aparcacoches no estan preparados para enfrentarse con peatones.
Coronamos la cima. Mi ojo fue atraido por el horizonte: hacia una docena de crestas de tejado de tejas color verde cobre, tres pisos de pared estucada en blanco y persianas verdes, porticos con columnatas, balcones con balaustradas y galerias, puertas en arco y ventanas con montantes de abanico. Era como un monumental pastel de bodas, rodeado por hectareas de natillas de color verde.
Unos jardines, de diseno formal, limitaban por delante la mansion: caminos de grava, mas cipreses, un laberinto de setos podados, fuentes en piedra, estanques como espejos, cientos de parterres de rosas tan deslumbrantes, que parecian fluorescentes. Los invitados, agarrando copas de alto tallo, paseaban por los senderos, y admiraban las flores. Y tambien se admiraban a si mismos en los estanques.
El mayordomo y yo caminamos en silencio, pateando la grava. El sol nos golpeaba desde arriba, espeso y calido como mantequilla fundida. A la sombra de la mas alta de las fuentes se encontraba un grupo, del tamano de una filarmonica, de hoscos musicos, vestidos de etiqueta. Su director, un asiatico joven de cabellos largos, alzo su batuta, y los musicos iniciaron un voluntarioso Bach.
Las cuerdas eran complementadas por el tintineo de las copas y el sonido apagado de las conversaciones. A la izquierda de los jardines, un enorme patio de losas de piedra estaba repleto de mesas blancas redondas, sombreadas por sombrillas de lona amarilla. En cada mesa habia un centro de lilas, lirios purpura y claveles blancos. Una carpa a rayas blancas y amarillas, lo bastante grande como para contener un circo, cobijaba a una barra de bar lacada en blanco y atendida por una docena de diligentes barmans. Unas trescientas personas estaban sentadas en las mesas, tomando copas. La mitad de esa cantidad estaba a la barra. Por entre todos ellos circulaban camareros con bandejas de bebidas y canapes.
– Ya estamos, senor. ?Puedo servirle algo de beber, senor?
– Me iria bien una soda.
– Perdoneme, senor. -Ramey alargo su paso, adelantandose a mi, desapareciendo entre la multitud que rodeaba la barra, y emergiendo momentos despues con un vaso helado y una servilleta de lino amarillo. Me entrego ambas cosas, justo en el momento en que yo llegaba al patio.
– Aqui tiene, senor. Le vuelvo a pedir excusas por las molestias.
– Ya le he dicho que no hay de que. Gracias.
– ?Desea usted algo que comer, senor?
– No, gracias. Ahora no.
Me hizo una pequena reverencia y se marcho. Me quede solo, dando sorbitos a mi soda, atisbando la multitud, en busca de un rostro amigo.
Pronto me resulto obvio que la multitud estaba dividida en dos grupos diferenciados, con un abismo sociologico entre ellos, que ya habia quedado reflejado en la doble hilera de coches.
El centro de la escena estaba dominado por los muy ricos, cual si fueran una bandada de cisnes. Muy bronceados y totalmente desinhibidos en sus conservadores atavios de
La gente de la Universidad eran las urracas, vigilantes, sin perder detalle, repletas de charla nerviosa. En un movimiento reflejo, se habian congregado en pequenos grupitos apretados, y hablaban tras las manos, sin dejar de mover los ojos de aqui para alli. Algunos de ellos estaban conspicuamente atildados con sus trajes de grandes almacenes y vestidos largos, recien comprados para ese dia tan especial; otros, deliberadamente, se habian vestido de un modo muy informal. Unos pocos seguian contemplando boquiabiertos lo que les rodeaba, pero la mayor parte se contentaba con observar los rituales de los cisnes, con una mezcla de pura envidia y analitico desprecio.
Habia terminado la mitad de mi soda, cuando se produjo en la gente como una oleada que recorrio el patio, atravesando ambos campos. Paul Kruse aparecio en el origen de la misma abriendose diestramente camino por entre la multitud de ricos y sabios. De su brazo colgaba una pequena mujer, rubia platino, de aspecto encantador, y que llevaba un vestido negro sin hombros y zapatos con tacones de ocho centimetros de alto. Estaria al inicio de la treintena, pero llevaba el cabello como una colegiala a punto de graduarse: largo y lacio hasta su cintura, con las puntas rizadas y en extravagantes ondulaciones. El vestido se le pegaba a la piel, como una capa de asfalto. Alrededor del cuello llevaba una gargantilla de diamantes. Mantenia los ojos clavados en Kruse, mientras este sonreia y se trabajaba a su publico.
Le di una buena mirada al nuevo Presidente del Departamento. Ya debia estar cercano a los sesenta anos, y luchaba contra la entropia con la quimica y la buena compostura. Su cabello aun era largo, de un dudoso tono amarillo maiz, y lo llevaba cortado al estilo de moda, a lo surfista, con una onda que le caia sobre un ojo. Hubo un tiempo en que parecia un modelo masculino, con ese tipo de ruda guapura que es muy fotogenica, pero que de algun modo pierde bastante al ser traducida a la realidad. Aun resultaba evidente su apostura, pero ya tenia los rasgos caidos: su mandibula parecia mas debil, y su burda apostura se habia descompuesto en algo que era fungoso y vagamente disoluto. El bronceado de su piel era tan profundo, que parecia algo que hubiesen dejado demasiado tiempo al horno. Esto lo colocaba en sincronia con la banda de los muy ricos, tal como lo hacia su traje hecho a medida. Pero el traje, que parecia ser muy ligero, tenia un conspicuo aspecto de pano ingles y llevaba refuerzos de cuero en los codos… en una concesion casi insultante a lo academico. Lo contemple mostrar sus hileras de dientes, embellecidos con fundas, estrechar la mano de los hombres, besar a las senoras, y pasar al siguiente grupo de los que deseaban felicitarle.
– ?A que lo hace bien? -dijo una voz a mis espaldas.
Me volvi y contemple ochenta kilos de carne picada, con nariz rota y bigote poblado, envasada en una lata redonda de uno sesenta y tres metros de altura, envuelta en un traje marron a cuadros, camisa rosa, corbata negra de punto, y unos mocasines marrones muy deformados por el uso.
– Hola, Larry -comence a tender mi mano, entonces vi que las dos suyas estaban ocupadas: un vaso de cerveza en la izquierda, un plato con alas de pollo, empanadillas de huevo y costillas parcialmente devoradas en la derecha.
– He estado alla donde las rosas -me dijo Daschoff-, tratando de imaginar como consiguen hacerlas florecer asi… Probablemente las abonan con billetes de dolar viejos.
Alzo las cejas e inclino la cabeza hacia la mansion.
– No esta mal la choza -dijo.
– Comoda.
Miro al director de la orquesta.
– Ese es Narahara, el nino prodigio. Dios sabe lo que cobrara.
Alzo el vaso hasta sus labios y bebio. La espuma dejo un reborde en la parte inferior de su bigote.
– Budweiser -dijo-. Esperaba algo mas exotico. Pero, al menos, no esta aguada.
Nos sentamos a una mesa vacia. Larry cruzo sus piernas con un esfuerzo y dio otro trago, mas largo, a la cerveza. El movimiento hincho su pecho y puso en tension los botones de su chaqueta. Se la desabrocho y se repantigo en la silla. Llevaba un avisador cogido al cinturon.
Larry es casi tan ancho como alto, y anda como un pato, asi que lo razonable es suponerle obeso. Pero en traje de bano se le ve tan firme como una pieza de carne de vaca congelada…, una curiosa mezcla de musculo hipertrofiado, apenas si recubierto de grasilla, el unico tipo de menos de metro ochenta que jamas haya jugado de defensa para la universidad de Arizona. En otro tiempo, alla en la universidad, lo habia visto levantar el doble de su peso en el gimnasio, sin jadear… y luego acabar con una serie de flexiones desde el suelo, con una sola