– ?Claro que va a haber una fiesta! Y usted esta tan guapa, Clara Celia Lipschitz, que va a ser la atraccion de la fiesta. Todos los chicos guapos van a hacer cola para bailar con usted.

Un torrente de lagrimas.

– Vamos ya, C. C., basta ya de eso. El va a venir para llevarla a esa fiesta… tiene que tener el mejor aspecto posible.

Mas lucha por pronunciar:

– Tarde.

– Solo un poco, Clara Celia. Probablemente se habra encontrado con mucho trafico… ya sabe, con todos esos coches de los que le he estado hablando. O quiza se haya parado en la floristeria para comprarle un hermoso prendedor. Un hermoso prendedor con una orquidea rosa, como el sabe que le gustan.

– Tarde.

– Solo un poco -repitio, y volvio a empujar la silla. Yo me coloque a su lado.

Comenzo a cantar. En voz baja, con una dulce voz de tenor tan agudo que bordeaba el falsete:

– Vaya con C. C. Vaya con la guapa C. C. La que ha montado la guapa C. C.

El canturreo y el ruido del roce de las ruedas de goma contra la acera creaban un ritmo de nana. La anciana empezo a dar cabezadas.

– …La que ha montado… C. C. Lipschitz.

Nos detuvimos justo frente a King Solomon, al otro lado de la calle. Castelmaine miro a ambos lados y empujo la silla a la calzada.

– …Ha hecho que todos los chicos guapos se enamoren de ella… y, ahora, su hombre ha llegado.

La senora Lipschitz dormia. La empujo a traves del cemento verde, intercambiando saludos con algunas de las otras personas ancianas, llego hasta la parte baja de la rampa y me dijo:

– Espere aqui. Le atendere en cuanto haya terminado.

Me quede en pie, pasee, me vi envuelto en una conversacion con un viejo, con solo un ojo bueno y un gorrito de veterano, que me dijo haber combatido con Teddy Roosevelt en lomas de San Juan, y luego aguardo, beligerantemente, como esperando que dudase de el. Cuando no lo hice, se lanzo a una disertacion acerca de la politica de los EE.UU. en Latinoamerica, y aun seguia animadamente en ello, diez minutos mas tarde, cuando reaparecio Castelmaine.

Estreche la mano del anciano, le dije que nuestra charla habia sido muy educativa.

– Un chico inteligente -le dijo a Castelmaine.

El enfermero sonrio.

– Eso probablemente significa, senor Cantor, que no ha estado en desacuerdo con usted.

– ?Y como se puede estar en desacuerdo? Es claro como el agua: hay que tener a raya a esos malditos rojos, o se nos comeran el higado.

– Lo que si es claro es que nos tenemos que ir, senor Cantor.

– ?Y quien se lo impide? Vayanse con Dios…

Volvimos a cruzar el cemento verde.

– ?Que tal una taza de cafe? -le pregunte.

– No tomo cafe. Caminemos. -Giramos en Edinburgh y pasamos junto algunas personas ancianas mas. Junto a ventanas enteladas y olores de cocina, cespedes secos y puertas mohosas. Al fin, el dijo-: No le recuerdo, no como a una persona especifica. Recuerdo que, una vez, la doctora Ransom vino de visita con un hombre, y lo recuerdo porque solo sucedio esa vez.

Me miro detenidamente.

– No, no puedo decir que recuerde que fuese usted.

– Yo tenia un aspecto distinto -le dije-. Llevaba barba y el cabello mas largo.

Se alzo de hombros.

– Puede ser. De todos modos, ?que es lo que puedo hacer por usted?

Despreocupadamente. Me di cuenta de que no debia de haberse enterado de lo de Sharon, asi que rechine los dientes y le dije:

– La doctora Ransom ha muerto.

Se detuvo y se puso una mano a cada lado de la cara.

– ?Muerto? ?Cuando?

– Hace una semana.

– ?Como?

– Suicidio, senor Castelmaine. Salio en los diarios.

– Nunca leo la prensa… la vida misma ya me da bastantes malas noticias. ?Oh, no… una chica tan buena, tan maravillosa! ?No puedo creermelo!

No dije nada.

El siguio agitando la cabeza.

– ?Que es lo que la hundio tanto, como para llegar a hacer una cosa asi?

– Eso es lo que estoy tratando de averiguar.

Sus ojos estaban humedos y enrojecidos.

– ?Es usted su hombre?

– Lo fui, hace anos. No nos veiamos desde hace mucho y nos encontramos en una fiesta. Me dijo que algo la preocupaba. Nunca descubri que era… dos dias mas tarde se habia ido.

– ?Oh, Dios, es terrible!

– Si que lo es.

– ?Y como lo hizo?

– Con pastillas. Y un tiro en la cabeza.

– ?Oh, Dios! No tiene sentido que alguien tan guapa y rica haga una cosa asi. Yo me paso todo el dia llevando en sus sillas a los viejos… estos viejos que se van apagando, que van perdiendo la capacidad de hacer nada por si mismos; pero, aun asi, ves que se aferran a la vida, y eso que solo les quedan los recuerdos para seguir adelante. Y, entonces, te enteras de que alguien como la doctora Ransom lo manda todo a la mierda.

Volvimos a ponernos a caminar.

– Simplemente, no tiene sentido -repitio.

– Lo se -acepte-, y pense que quiza usted pudiera ayudarme a encontrarle sentido.

– ?Yo? ?Como?

– Diciendome lo que sepa de ella.

– Lo que yo se no es mucho -me respondio-. Era una excelente mujer, que siempre me parecia alegre, que siempre me trato bien. Estaba dedicada a esa hermana suya…, y eso es algo no muy corriente. Algunos de los familiares empiezan en plan muy noble, sintiendose culpables de haberse sacado de encima al pobre querido familiar, jurando ante el cielo que iran a visitarlo muy a menudo, que se cuidaran de todo. Pero, despues de un tiempo de no recibir nada a cambio, se cansan y van viniendo menos y menos. Pero no la doctora Ransom, ella siempre estaba alli para la pobre Shirlee. Cada semana, como un clavo, el miercoles por la tarde, de dos a cinco. A veces incluso dos y tres veces por semana. Y no venia, como otros, solo a estar sentada, sino que la alimentaba, la cuidaba y la amaba, sin obtener nada a cambio.

– ?Habia alguien mas que visitase alguna vez a Shirlee?

– Nadie, exceptuando la vez que usted fue con ella. Solo la doctora Ransom, puntual como un reloj. Era la mejor familiar de una de esas personas que yo jamas haya visto, siempre dando, nunca recibiendo. Y la vi hacer eso, continuamente, hasta el dia en que me marche de alli.

– ?Y cuando fue eso?

– Hace ocho meses.

– ?Y por que se fue usted?

– Porque me iban a echar. La doctora Ransom me advirtio de que aquel lugar iba a cerrar. Dijo que apreciaba mucho todo lo que yo habia hecho por Shirlee, y que lamentaba no poder llevarme con ella, pero que Shirlee iba a seguir recibiendo buenos cuidados. Me dijo que yo habia sido importante en el cuidado de su hermana. Y entonces, me dio mil quinientos dolares en efectivo, para demostrarme que hablaba en serio. Lo que si demuestra

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