vinculo entre ambas. Margaret habia hallado un norte y libertad trabajando en la clinica, e incluso una nueva dimension de su valia personal, algo que nadie le habia dado ni podria arrebatarle ahora.
Entonces Rathbone se dio cuenta de que realmente la amaba. La amabilidad no tuvo nada que ver con ello. En absoluto la estaba rescatando; a cambio tenia el privilegio de ganar su amor.
Ahora, con la absolucion de Jericho Phillips, aquella proximidad entre Hester y Margaret tambien habia desaparecido, empanandose y volviendose incomoda.
El largo trayecto en omnibus termino y Hester camino el breve trecho de Portpool Lane bajo la inmensa sombra de la fabrica de cerveza. Entro por la puerta de la vieja casa de vecinos, cuyas viviendas estaban conectadas por dentro para formar una gran clinica donde las enfermas y heridas podian ser tratadas, alojadas y atendidas en caso de necesidad. Incluso eran operadas
En aquella institucion habia demasiados triunfos y perdidas compartidos como para desprenderse de una amistad a la ligera.
Sin embargo, cuando Hester cruzo la puerta principal y Bessie la saludo, echo en falta la expectativa de afecto que solia sentir al llegar. Correspondio al saludo y luego pregunto a Bessie que habia sucedido en los tres ultimos dias mientras ella estaba ausente por asistir a la vista del juicio. Por supuesto Bessie sabia por que no habia acudido a la clinica, lo mismo que el resto del personal; y Hester no se moria de ganas de comunicarles el resultado. Igual que tomar aceite de ricino, mejor hacerlo deprisa.
– Perdimos -dijo, antes de que Bessie tuviera ocasion de preguntar-. Phillips se salio con la suya.
Bessie era una mujer corpulenta con el pelo peinado hacia atras y sujeto tan tirante con horquillas que Hester en su momento se pregunto como podia soportarlo. Bessie parecia mas malhumorada que de costumbre, aunque sus ojos brillaban con una amabilidad inusual.
– Ya lo se -dijo con aspereza-. Ese abogado lo tergiverso todo para hacer que pareciera culpa de ustedes. Ya me he enterado.
Aquella era una complicacion que Hester ni siquiera se habia planteado: lealtades divididas en la clinica. Otra amarga medicina que tomar. Estaba tan tensa que el pecho le dolia al respirar.
– Asi es el trabajo de sir Oliver, Bessie. Tendriamos que haber presentado pruebas mas consistentes para impedirselo. No fuimos suficientemente cuidadosos.
– ?Entonces van a dejarlo correr, asi sin mas? -la reto Bessie con el rostro transido de pena, compasion e incredulidad a la vez.
Hester trago saliva.
– No. Pienso volver al principio y comenzar de nuevo.
Bessie mostro una fugaz y radiante sonrisa, pero fue un gesto tan breve que bien pudo tratarse de una ilusion.
– Bien. Entonces necesitara que yo y el resto de nosotras sigamos viniendo a diario.
– Si, por favor. Se lo agradeceria mucho.
Bessie gruno.
– Lady Rathbone esta en la cocina; dando ordenes, me imagino -agrego-. Y Squeaky esta en la oficina contando dinero.
Observaba atentamente a Hester, juzgando su reaccion.
– Gracias -contesto Hester, procurando que su rostro no trasluciera ninguna emocion, y fue a enfrentarse a aquel encuentro lo antes posible. Ademas, tenia que hablar con Squeaky Robinson en privado, y un buen rato.
Trago saliva mientras recorria el tortuoso pasillo con sus giros y escalones hasta la cocina. Era una habitacion grande, concebida para atender a una familia y anadida cuando habian convertido las dos casas en una.
Sonrio con amargo humor al recordar como Rathbone habia echado mano de su pericia legal y de una buena dosis de astucia para lograr que Squeaky cediera la propiedad de los burdeles y luego asumiera la contabilidad de su propio local transformado en refugio de las mismas personas a las que antes explotaba. Habia sido una maniobra muy osada y, desde el punto de vista de Rathbone, totalmente contraria al espiritu del estamento al que habia servido durante toda su vida de adulto. No obstante, tambien le habia proporcionado un profundo placer en el ambito moral y emotivo.
Pero entonces Hester habia dado a Squeaky poca libertad de eleccion, o al menos tan poca como pudo.
Ya estaba en la puerta de la cocina. Sus pasos rapidos y ligeros sobre el suelo de madera habian avisado a Margaret de su llegada. Margaret se volvio con un cuchillo cebollero en la mano. En casa tenia criados para todo; alli podia meter mano en cualquier tarea que requiriese atencion. No habia nadie mas en la cocina. Hester no estuvo segura de si habria sido mas facil o mas dificil si hubiese habido alguien presente.
– Buenos dias -dijo Margaret en voz baja. Permanecio inmovil, con los hombros tensos, la barbilla un poco alta, la mirada directa. Aquella mirada basto para que Hester viera de inmediato que no iba a disculparse ni tampoco a insinuar, ni siquiera virtualmente, que el veredicto del juicio hubiese sido injusto. Estaba dispuesta a respaldar a Rathbone contra viento y marea. ?Tendria alguna idea de por que habia decidido defender a Jericho Phillips? Reparando en la postura de su cabeza, su mirada fija y la ligera rigidez de su sonrisa, Hester dedujo que no.
– Buenos dias -respondio cortesmente-. ?Como andamos de provisiones? ?Necesitamos harina o avena en copos?
– De momento tenemos para tres o cuatro dias -dijo Margaret-. Si la mujer con la herida de navaja en el brazo se va a casa manana, quiza nos duren un poco mas. A no ser, claro esta, que haya un nuevo ingreso. Bessie ha traido huesos de jamon esta manana, y Claudine una ristra de cebollas y los huesos de unas costillas de cordero. Estamos cubiertas. Creo que deberiamos gastar el dinero que tengamos en lejia, fenico, vinagre y unas cuantas vendas. Pero mira a ver que te parece.
No era preciso que Hester lo comprobara; hacerlo equivaldria a insinuar que no creia capaz a Margaret. Antes del asunto Phillips ninguna de ellas habria considerado necesaria tan manifiesta cortesia.
Comentaron las existencias de material de enfermeria, que eran bien simples: alcohol para limpiar heridas e instrumentos, compresas de algodon, hilo, vendas, balsamo, laudano, quinina para las fiebres, vino fortificado para fortalecer y hacer entrar en calor. La cauta cortesia flotaba en el aire como un duelo.
Hester sintio un gran alivio al escapar hacia el cuarto donde Squeaky Robinson, el irascible y muy agraviado antiguo dueno de burdeles, llevaba la contabilidad y guardaba cada centimo para evitar gastos frivolos e innecesarios. Cualquiera pensaria que lo habia ganado con el sudor de su frente en vez de recibirlo, por mediacion de Margaret, de las almas caritativas de la ciudad.
Levanto la vista de la mesa y Hester cerro la puerta a sus espaldas. El anguloso y levemente asimetrico semblante de Squeaky bajo la mata de pelo de aspecto apolillado reflejaba pura compasion.
– Lo echo todo a perder -senalo Squeaky, sin especificar a quien se referia-. Lastima. Esta claro que ese cabron merecia que le rompieran el cuello. Que ahora tengamos un monton de dinero no sirve de consuelo. Hoy no, al menos. Quiza manana nos hace sentir mejor. Puede disponer de cinco libras para sabanas, si quiere. -Aquel era un ofrecimiento inusitadamente generoso en un hombre que no soltaba un penique y en cuya opinion las sabanas para las mujeres de la calle eran tan necesarias como los collares de perlas para los animales de corral. Era su manera indirecta de intentar confortarla.
Hester le sonrio y el aparto la vista, incomodo. Le daba un poco de verguenza mostrarse generoso; estaba saltandose sus propias normas. Ella se sento frente a el.
– Buena idea. Asi podremos lavarlas mas a menudo y reducir el riesgo de infeccion.
– ?Eso costara mas jabon y mas agua! -protesto Squeaky, horripilado por la extravagancia que al parecer se habia permitido-. Y mas tiempo para secarlas.
– Y menos enfermas infectadas, de modo que se marcharan antes -repuso Hester-. Pero lo que realmente quiero es su ayuda. Por eso he venido.
Squeaky la miro detenidamente.