casi inadvertida por las callejuelas hasta casa de Sutton, donde se entero por boca de la portera de la direccion en la que estaria trabajando aquella jornada. Lo encontro en el local que solia frecuentar para almorzar cuando estaba en aquel barrio, un pub llamado la Rata Sonriente. Era muy parecido a cualquier otro, salvo por el letrero que crujia levemente al balancearse con el viento. La rata del dibujo tenia una expresion de diabolico regocijo en su cara pintada. Iba vestida de verde, estaba erguida sobre los cuartos traseros y sonreia mostrando todos los dientes.
Hester fue incapaz de no sonreirle a su vez antes de entrar, procurando dar la impresion de ser una parroquiana mas. El ruido la envolvio de inmediato. Los hombres reian y charlaban, el vidrio y el peltre entrechocaban, los pies restregaban el serrin que cubria el suelo y, en algun lugar del sotano, alguien hacia rodar barriles. Un perro ladraba excitado. No tenia sentido preguntar por Sutton, simplemente tenia que buscarlo.
Tardo varios minutos en abrirse paso entre los inmoviles cuerpos de hombres concentrados en saciar la sed y divertirse con los ultimos chismes. Se vio obligada a dar empellones para pasar entre dos panaderos muy corpulentos, con harina en las mangas y los delantales, y por poco cayo en el regazo de un hombre pulcro y esbelto que estaba sentado a solas, comiendo un bocadillo de queso y encurtidos. Tenia una jarra de sidra delante de el y un perrillo marron y blanco a sus pies.
– Senor Sutton -dijo Hester jadeando, al tiempo que se enderezaba e intentaba recobrar un aspecto respetable. El pelo se le habia caido de las horquillas, cosa harto frecuente en ella, y lo llevaba recogido en las orejas-. Que alivio haberlo encontrado.
Sutton se levanto cortesmente, en parte porque no habia una segunda silla donde ella pudiera sentarse. Hester vio de inmediato en su expresion que sabia que habian absuelto a Phillips. Seria mas comodo no tener que decirselo, aunque habria preferido que la noticia no se hubiese difundido tanto. Tal vez todo Londres ya estaba enterado para entonces.
– ?Le pido algo, senora Hester? -pregunto un tanto perplejo.
– No, gracias, ya he comido -contesto Hester. En rigor, no era la verdad, pero le constaba que Sutton no tenia tiempo que perder tratando que le sirvieran algo para ella en plena jornada laboral. Bastantes favores tenia ya que pedirle y no era cuestion de abusar.
Sutton permanecio de pie, con el bocadillo en la mano.
– Por favor, continue -le insto Hester-. Sentiria mucho estropearle el almuerzo. Ademas, he venido a pedirle ayuda…
Sutton asintio con aire adusto, como si un desastre esperado estuviera a punto de echarsele encima, y siguio de pie.
– Me figuro que se propone ir otra vez tras ese bellaco de Phillips, ?verdad? -Fue una afirmacion, no una pregunta-. No lo haga, senorita Hester -suplico preocupado-. Es un mal bicho y tiene amigos por toda la ciudad, gente que ni a usted ni a mi se nos ocurriria que pudieran conocer a sujetos como el. Aguarde. Un dia la pifiara y entonces lo pillaran. Nacio para la horca, ese tipo.
– Me trae sin cuidado que lo ahorquen o lo encierren en Coldbath Fields y tiren la llave -respondio Hester-. Lo unico que me importa es que lo hagan pronto, muy pronto en realidad. Antes de que tenga ocasion de matar a mas ninos o a cualquier otra persona.
Sutton la miro detenidamente un momento antes de hablar. Hester comenzo a incomodarse. Los ojos de Sutton eran azules y muy claros, como si nada pudiera dificultarle la vision. Se sintio extranamente vulnerable. Tuvo que hacer un esfuerzo para no abundar en explicaciones.
– ?Quiere revisar todas las pruebas de nuevo? -pregunto Sutton lentamente, con una expresion tensa y atribulada-. ?Esta segura?
Hester tuvo un escalofrio pese a que el pub estaba caldeado. ?Contra que estaba intentando advertirla?
– ?Se le ocurre algo mejor? -replico-. Cometimos una equivocacion, varias en realidad, pero los errores se dieron al relacionar a las personas, no en el hecho esencial de que Jericho Phillips es un pornografo y un asesino.
– Se equivocaron al calcular hasta donde llegan sus tentaculos -la corrigio Sutton, y por fin mordio el bocadillo-. Tendra que ser mucho mas cuidadosa para capturar a un tipo tan astuto como el. Y esta vez la estara vigilando. -Fruncio el ceno con preocupacion.
Hester se estremecio.
– ?Piensa que ira a por mi? ?No cree que asi demostraria que tenemos razon? ?No seria mas seguro para el dejar que nos agotaramos sin demostrar nada?
– Mas seguro, si -corroboro Sutton-. Pero a lo mejor se enfada y va a por usted igualmente, si se acerca lo bastante a el como para ahuyentarle a la clientela. Y eso no es todo. Hay otro asunto a tener en cuenta, y contra eso no puedo protegerla porque nadie puede.
– ?Que cosa? -pregunto Hester de inmediato. Confiaba en Sutton; le habia demostrado su amistad y su valentia. Si a algo temia, seguro que era peligroso.
– Segun me contaron, no solo usted y el senor Monk fueron un poco descuidados -dijo a reganadientes-. Tambien lo fue el senor Durban. Ustedes se fiaron de lo que el habia hecho, asi que no se molestaron en demostrarlo todo de manera que ni siquiera un tipo listo como el senor Rathbone pudiera desmontarlo. Pero ?que saben del senor Durban, eh? ?Por que metio la pata?
– Porque… -Estuvo a punto de decir que no habia sido consciente de lo inteligente que era Rathbone, pero aquello no era una respuesta. Tendria que haber estado preparado para enfrentarse a cualquiera-… El tambien se dejo llevar por el sentimiento -dijo en cambio.
Sutton nego con la cabeza.
– Con eso no basta, senorita Hester, y usted lo sabe. Paro la investigacion y luego volvio a comenzar, segun dice. ?Esta segura de que quiere saber por que? -pregunto con ternura-. ?Que sabe a ciencia cierta sobre el?
Hester no contesto. De nada serviria ponerse a la defensiva y decir que sabia que era buena persona. En realidad no lo sabia, solo lo creia, y lo hacia solo porque Monk lo hacia.
Sutton suspiro.
– ?Seguro que quiere?
Esta vez no discutia, solo aguardaba para darle lugar a echarse atras, si asi lo deseaba.
Pero no tenia sentido; Monk seguiria adelante tanto si ella lo acompanaba como si no. Ahora no lo dejaria correr. Parte de su fe en si mismo, en su valia como amigo, dependia de que Durban fuera esencialmente el hombre que el suponia. Y si iba a llevarse un chasco, necesitaria de la fortaleza de Hester mas que nunca. Si ella se apartaba, Monk se encontraria absolutamente solo.
– Es mejor saber -contesto Hester.
Sutton volvio a suspirar, se termino el bocadillo sin sentarse y apuro la jarra de sidra.
– Pues entonces es mejor que nos vayamos -dijo con resignacion-. Venga,
– ?Que pasa con sus ratas? -pregunto Hester.
– Hay ratas…, y ratas -contesto Sutton enigmaticamente-. La llevare a ver a Nellie. Lo que ella no sepa no es digno de saberse. Usted sigame, aplique el oido y no abra la boca. Vamos a sitios poco recomendables. Lo suyo seria que no me acompanara, pero se que insistira y no tengo tiempo para una discusion que se que no voy a ganar.
Hester sonrio sombriamente y lo siguio por la calleja, con el perro entre ambos. Se guardo de preguntar cual era la ocupacion de Nellie, y Sutton no le dio mas explicaciones.
Tomaron un omnibus en direccion al este hasta Limehouse. Despues de caminar otro medio kilometro por una marana de callejones de adoquines, tejados vencidos que casi se tocaban sobre sus cabezas, Hester habia perdido por completo el sentido de la orientacion. Ni siquiera acertaba a oler la marea creciente del rio por encima de los otros olores de la densa aglomeracion urbana: las alcantarillas, el humo, el estiercol de los caballos, el nauseabundo dulzor de una fabrica de cerveza cercana.
Nellie era una mujer menuda y aseada vestida de negro, aunque su ropa se habia descolorido tiempo atras en toda una gama de grises. Llevaba una cofia de viuda de encaje y el pelo con absurdos tirabuzones de nina que enmarcaban un rostro arrugado. Tenia los ojos pequenos, entrecerrados para protegerlos de la luz, y, cuando Hester cruzo una mirada con ella casi por accidente, vio que eran tan penetrantes como barrenas. Seguramente era capaz de ver un alfiler en el suelo a veinte pasos.