en actitudes que solo deberian adoptar hombres adultos, y eso en la mas estricta intimidad. Uno de ellos presentaba verdugones sanguinolentos que ninguna prenda de vestir ocultaba.

Claudine cerro los ojos y se desplomo, sin tener que fingir del todo que tenia nauseas. El tendero salio de detras del mostrador e intento ayudarla a ponerse de pie mientras el cliente recogia del suelo sus preciados tesoros.

Los momentos que siguieron transcurrieron tan deprisa que Claudine quedo aturdida. Se levanto no sin esfuerzo, ahora mareada de verdad, y ante la insistencia del tendero bebio un poco de brandy que seguramente era cuanto le podia ofrecer. Entonces le dijo que el tabaco de su marido tendria que esperar, que necesitaba respirar aire fresco y, sin aceptar mas ayuda que la de recogerle las cerillas, le dio las gracias y salio dando tumbos a la oscuridad de la calle, donde comenzaba a llover otra vez. No era mas que llovizna, o quiza la bruma que llegaba desde el rio y se condensaba, y se oian los lamentos de las sirenas de niebla que resonaban desde Limehouse Reach e incluso desde mas lejos.

Se apoyo contra la pared de una casa de inquilinato, con el estomago revuelto y un sabor a bilis en la boca. Temblaba de frio, le dolia la espalda y tenia los pies llagados. Estaba sola en la oscuridad de la calle humeda, ?pero aquello habia sido una victoria! No debia olvidar jamas ese instante; habia pagado un precio muy alto por vivirlo.

Pasaron tres o cuatro hombres mas. Dos le compraron cerillas. Iba a ganar lo suficiente para una hogaza de pan. En realidad no tenia ni idea de cuanto costaba una hogaza de pan. Una jarra de cerveza costaba tres peniques, se lo habia oido decir a alguien. Cuatro jarras por un chelin. Nueve chelines a la semana era un alquiler razonable, la mitad de la paga semanal de un obrero.

Iban bien vestidos, aquellos clientes de la tabaqueria. Sus trajes debian costar no menos de dos libras. La camisa de uno de ellos parecia de seda. ?Cuanto costaban las fotografias? ?Seis peniques? ?Un chelin?

Se oyo el ruido de la puerta de la tienda al cerrarse y entonces otro hombre se detuvo delante de ella. Debia de ser medianoche. Era un hombre corpulento, robusto, y las tarjetas que tardo demasiado en meterse en el bolsillo del abrigo eran inconfundibles.

– ?Si, senor? ?Cerillas, senor? -dijo Claudine con la boca seca.

– Me quedare un par de cajas -contesto el, ofreciendole dos peniques.

Claudine los acepto y el mismo cogio dos cajas de la bandeja. Levanto la vista hacia ella, y Claudine lo miro a los ojos para ver si iba a pedirle algo mas. Entonces se quedo petrificada. Se le helo la sangre en las venas. Debia de estar blanca como la nieve. Era Arthur Ballinger. No tenia la menor duda. Habia coincidido con el en varias recepciones a las que habia asistido con Wallace. Lo recordaba porque era el padre de Margaret Rathbone. ?Se acordaria de ella? ?Por eso la miraba tan fijamente? ?Aquello era peor que lo ocurrido en la tienda! Se lo contaria a Wallace, podia darlo por hecho. Y ella no podria dar ninguna explicacion. ?Que motivo podia tener una dama de la alta sociedad para vestirse como una pordiosera y vender cerillas en la calle, delante de una tienda que vendia pornografia de la mas depravada?

?No, era mucho peor que eso! Ballinger entenderia el motivo. Sabria que lo estaba espiando, asi como a otros como el. Tenia que hablar, decir algo que echara por tierra sus sospechas de modo que se convenciera de que no era mas que lo que parecia, una vendedora ambulante, una mujer sumida en la miseria absoluta.

– Gracias, senor -dijo con voz ronca, tratando de imitar el acento de las mujeres que acudian a la clinica-. Dios le bendiga -agrego, y se atraganto al respirar, de tan seca como tenia la garganta.

Ballinger retrocedio un paso, la volvio a mirar, cambio de parecer y se marcho a grandes zancadas. Dos minutos despues lo habia perdido de vista y volvia a estar sola en la calle, ahora tan oscura que apenas alcanzaba a ver sus extremos. Las farolas colgaban envueltas en volutas de bruma que se disolvian y volvian a formar con las rachas del viento procedente del rio que azotaban las oscuras fachadas.

Paso un perro trotando en silencio, su silueta indistinta. Un gato casi invisible corrio pegado al suelo, se trepo a un muro sin esfuerzo aparente y salto al otro lado. En algun lugar un hombre y una mujer discutian a gritos.

Entonces tres hombres doblaron la esquina, ocupando casi toda la anchura de la calleja, y se dirigieron con aire fanfarron hacia ella. Cuando pasaron debajo de una farola, Claudine vio sus toscos semblantes. Dos de ellos la miraban con ganas. Uno se humedecio los labios con la lengua.

Claudine dejo caer la bandeja de cerillas y echo a correr, ignorando el dano que le hacian las botas al pisar los adoquines, la oprimente oscuridad y el hedor de la basura. Ni siquiera miraba por donde iba, cualquier sitio era bueno con tal de escapar de los hombres que la perseguian, riendo y gritandole obscenidades.

Al final de la calle doblo hacia la izquierda por la esquina mas cercana que le permitia no atravesar un trecho mas amplio donde podria ser vista. Aquel callejon era mas oscuro, pero sabia que los hombres oirian el ruido de sus pasos sobre la piedra. Doblo una y otra vez, siempre corriendo. Temia meterse en un callejon sin salida y verse atrapada entre sus perseguidores y una pared.

Un perro ladraba enfurecido. Mas adelante habia unas luces. La puerta de una taberna estaba abierta y un farol amarillo alumbraba el adoquinado. El olor a cerveza era fuerte. Tuvo tentaciones de entrar; estaba iluminaba y parecia un sitio caliente. ?La ayudarian?

O no. No, si le daban un tiron a la ropa verian la inmaculada lenceria que llevaba. Se darian cuenta de que era una impostora. Se enojarian. Se sentirian burlados, embaucados. Quizas incluso la matarian. Habia visto las heridas de demasiadas mujeres de la calle que se habian topado con la ira desatada de algun desaprensivo.

Seguir corriendo. No fiarse de nadie.

Sentia punzadas de dolor en los pulmones al respirar, pero no se atrevia a parar.

Oyo mas gritos a sus espaldas. Intento correr mas deprisa.

Los pies le resbalaban en los adoquines, la piedra relucia de humedad. En dos ocasiones estuvo a punto de caer y solo lo evito agitando los brazos como aspas para mantener el equilibrio.

No tenia ni idea de cuanto habia corrido ni de donde se encontraba cuando por fin la vencio el agotamiento y se acurruco en el portal de una casa de inquilinato en una callejuela muy estrecha, cuyos tejados casi se tocaban en lo alto. Oia animales que correteaban, garras rasgando, respiraciones, pero ninguna bota humana en la superficie de la calle, ninguna voz gritando o riendo.

Habia alguien cerca de ella, una mujer que mas bien parecia un monton de ropa sucia y andrajosa atada con un cordel. Claudine se arrimo a ella, buscando su calor. Quizas incluso podria dormir un poco. Por la manana ya averiguaria donde estaba. De momento resultaba invisible en la oscuridad, solo era otro monton de harapos, igual que todos los demas.

* * *

Hester llego a la clinica por la manana y encontro a Squeaky Robinson aguardandola. Acababa de sentarse a su escritorio para revisar las cuentas de las medicinas cuando Squeaky llamo a la puerta y entro sin esperar a que ella contestara. Cerro a sus espaldas. Parecia inquieto y preocupado. Llevaba un papel de carta en la mano. Comenzo a hablar sin siquiera saludar antes.

– ?Dos dias! -dijo bruscamente-. Nada de nada, ni una palabra. Y ahora su marido nos escribe cartas para que regrese a casa.

Agito el papel a modo de prueba.

– ?Quien? -pregunto Hester. No hizo comentario alguno sobre sus modales; veia claramente que estaba afligido.

– ?Su marido! -espeto Squeaky. Miro la hoja de papel-. Wallace Burroughs.

Entonces Hester lo entendio, y se preocupo tanto como el.

– ?Me esta diciendo que Claudine lleva dos dias sin aparecer por aqui? ?Y que tampoco ha estado en su casa?

Squeaky cerro los ojos con una mueca de desesperacion.

– ?Se lo acabo de decir! Ha desaparecido, se ha largado, la muy…

Busco una palabra lo bastante fuerte para expresar sus sentimientos, pero no encontro ninguna que pudiera emplear delante de Hester.

– Enseneme la carta.

Hester alargo el brazo y Squeaky se la paso. De tan sucinta resultaba cortante, pero era muy explicita. Decia que habia prohibido a Claudine que siguiera involucrandose en los asuntos de la clinica y que, al parecer, lo habia

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