Hice una mueca. Sovoy se me acerco por detras, me dio una palmada en el hombro y murmuro: «Suerte». No supe si se referia a mi victoria o si me la estaba deseando para afrontar lo que se avecinaba.

Cuando todos se hubieron marchado, Dal se dio la vuelta y dejo el trapo con que habia limpiado la pizarra.

– Bueno -dijo en tono desenfadado-, ?que tal han ido las apuestas?

No me sorprendio que el maestro estuviera al corriente de las apuestas.

– Once a uno -admiti. Habia ganado veintidos iotas. Un poco mas de dos talentos. La presencia de ese dinero en mi bolsillo me ayudaba a entrar en calor.

Dal me miro con gesto especulativo.

– ?Como te encuentras? Al final te he visto un poco palido a ti tambien.

– Solo he tenido algun escalofrio -menti.

La verdad es que habia aprovechado el revuelo que habia causado el colapso de Fenton para salir al pasillo, donde habia pasado unos minutos espantosos. Los temblores, que eran casi convulsiones, apenas me permitian tenerme en pie. Por fortuna, nadie me habia visto temblando en el pasillo, con la mandibula tan apretada que temi romperme los dientes.

Pero no me habia visto nadie. Mi reputacion estaba intacta.

Dal me miro de una forma que me hizo comprender que sospechaba la verdad.

– Acercate -dijo, y senalo uno de los braseros-. Un poco de calor no te hara ningun dano.

No discuti. Acerque las manos al fuego y me relaje un poco. De pronto repare en lo cansado que estaba. Me escocian los ojos por falta de sueno. Notaba el cuerpo pesado, como si mis huesos fueran de plomo.

Di un suspiro, retire las manos del brasero y abri los ojos. Dal me miraba con fijeza.

– Tengo que irme -dije con cierto pesar-. Gracias por dejarme utilizar su fuego.

– Ambos somos simpatistas -dijo el maestro con tono cordial mientras yo recogia mis cosas y me dirigia hacia la puerta-. Puedes utilizarlo cuando quieras.

Esa noche fui a ver a Wilem a su habitacion de las Dependencias. -Que me aspen -dijo-. Dos veces en un mismo dia. ?A que debo el honor de tu visita?

– Creo que ya lo sabes -dije, y entre en la habitacioncita, que parecia una celda. Apoye el estuche de mi laud contra una pared y me deje caer en una silla-. Kilvin me ha prohibido trabajar en el taller.

Wilem se sento en el borde de su cama.

– ?Por que?

Le lance una mirada de complicidad.

– Espero que sea porque Simmon y tu hablasteis con el y le sugeristeis que lo hiciera.

Wil me miro un momento a los ojos, y luego se encogio de hombros.

– Nos has descubierto antes de lo que yo creia. -Se froto una mejilla-. No pareces muy enfadado.

Me habia puesto furioso. Precisamente cuando parecia que mi suerte estaba cambiando, me veia obligado a dejar mi unico trabajo remunerado por culpa de las buenas intenciones de mis amigos. Pero en lugar de cantarles las cuarenta, habia subido al tejado de la Principalia y habia tocado un rato para serenarme.

La musica me calmo, como siempre. Y mientras tocaba, reflexionaba. Mi aprendizaje con Manet iba bien, pero habia demasiado que aprender: como encender los hornos, como trefilar alambre de la consistencia adecuada, que aleaciones elegir para conseguir determinados efectos. No podia pretender dominarlo todo como habia hecho cuando estudiaba las runas. No podia ganar suficiente trabajando en el taller de Kilvin para pagar a Devi a final de mes, y mucho menos reunir dinero suficiente para la matricula.

– Seguramente lo estaria -admiti-. Pero Kilvin me ha hecho mirarme en un espejo. -Compuse una sonrisa cansada-. No tengo muy buen aspecto.

– Tienes un aspecto horrible -me corrigio el; luego hizo una pausa y agrego-: Me alegro de que no estes enfadado.

Simmon llamo a la puerta al mismo tiempo que la empujaba para abrirla. Cuando me vio alli sentado, la expresion de arrepentimiento de su cara borro rapidamente la de sorpresa.

– ?No deberias estar… esto… en la Factoria? -pregunto sin conviccion.

Me rei, y el alivio de Simmon fue casi tangible. Wilem quito un monton de papeles de otra silla y Simmon se sento.

– Estais perdonados -dije, magnanimo-. Lo unico que os pido es que me conteis todo lo que sepais del Eolio.

53 En circulos lentos

El Eolio es donde esta nuestra actriz, esperando en los bastidores. No he olvidado que es hacia ella hacia donde voy. Si da la impresion de que rodeo el tema, me parece adecuado, porque ella y yo siempre nos hemos movido el uno hacia el otro en circulos lentos.

Afortunadamente, Wilem y Simmon habian estado en el Eolio. Ellos me contaron lo poco que yo no sabia ya.

En Imre habia muchos sitios donde podias escuchar musica. De hecho, en casi todas las posadas, tabernas y pensiones habia algun musico cantando o tocando un instrumento. Pero el Eolio era diferente. Presentaba a los mejores musicos de la ciudad. Si sabias distinguir la buena musica de la mala, sabias que en el Eolio actuaban los mejores.

Entrar por la puerta principal del Eolio costaba una iota de cobre. Una vez dentro, podias quedarte todo el tiempo que te apeteciese, y escuchar cuanta musica quisieras.

Pero el haber pagado para entrar no autorizaba a los musicos a actuar en el Eolio. Si un musico queria subir al escenario del Eolio, tenia que pagar un talento de plata por ese privilegio. Exacto: la gente pagaba para tocar en el Eolio, y no al reves.

?Por que pagaria alguien una suma de dinero tan exorbitante solo por tocar? Bueno, algunos de los que pagaban eran, sencillamente, ricos indulgentes consigo mismos. Para ellos, un talento no era un precio muy elevado para satisfacer su orgullo.

Pero los musicos serios tambien pagaban. Si su actuacion impresionaba lo suficiente al publico y a los propietarios, recibian un diminuto caramillo de plata que podian prenderse en la ropa con una aguja o colgarse de una cadena. Ese caramillo de plata era una clara senal de distincion reconocida en la mayoria de las posadas importantes en trescientos kilometros a la redonda de Imre.

Si conseguias el caramillo de plata, podias entrar gratis en el Eolio y tocar siempre que se te antojara.

La unica obligacion que implicaba estar en posesion del caramillo de plata era la de actuar. Si te habias ganado el caramillo, podian pedirte que tocaras en cualquier momento. Generalmente, eso no suponia una carga, pues los nobles que frecuentaban el Eolio daban dinero o regalos a los musicos que los complacian. Era la version de clase alta de pagarle copas al violinista.

Algunos musicos tocaban sin muchas esperanzas de conseguir el caramillo de plata. Pagaban para tocar porque nunca se sabia quien podia encontrarse en el Eolio esa noche, escuchando. Con una buena interpretacion de una sola cancion quiza no consiguieras el caramillo, pero tal vez si a un adinerado mecenas.

Un mecenas.

– Me han contado una cosa muy rara -dijo Simmon una noche. Estabamos sentados donde siempre, en el banco de la plaza del poste. Estabamos los dos solos, porque Wilem habia ido a flirtear con una camarera de Anker's-. Muchos estudiantes han oido ruidos extranos por la noche en la Principalia.

– Ah, ?si? -dije fingiendo desinteres.

Simmon insistio:

– Si. Unos dicen que es el fantasma de un alumno que se perdio en el edificio y que murio de hambre. -Se dio unos golpecitos en la nariz con el dedo, como hacian los vejetes cuando contaban una historia-. Dicen que sigue recorriendo los pasillos porque todavia no ha encontrado la salida.

– Ah.

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