– Estoy intentando recordar todo lo que le he dicho -admiti-. A veces me pongo a hablar sin darme cuenta y mi mente tarda un rato en alcanzarme.

– Eso te pasa a menudo, ?no? -me pregunto Wilem esbozando una de sus discretas y nada frecuentes sonrisas.

Sus bromas empezaron a relajarme.

– Cada vez mas a menudo, si -confese con una sonrisa.

Bebimos y bromeamos sobre tonterias. Intercambiamos rumores sobre los maestros y comentarios sobre alguna alumna que nos habia llamado la atencion. Hablamos de quien nos caia bien de la Universidad, pero la mayor parte del tiempo la pasamos rumiando sobre quien nos caia mal, y por que, y sobre que les hariamos si tuvieramos ocasion. Asi somos los humanos.

Pasaba el tiempo, y poco a poco el Eolio iba llenandose. Simmon cedio ante las pullas de Wilem y empezo a beber scutten, un fuerte vino tinto de las estribaciones de los montes Shalda, mas frecuentemente llamado rabon.

A Simmon enseguida le hizo efecto el scutten: reia mas fuerte, sonreia mas y no paraba quieto en la silla. Wilem seguia tan taciturno como siempre. Pague la siguiente ronda: una jarra enorme de sidra para cada uno. Respondi a la mirada cenuda de Wilem di-ciendole que si conseguia hacer valer mi talento, lo llevaria a casa flotando en rabon, pero que si alguno de los dos se emborrachaba antes de eso, me encargaria personalmente de darles una paliza y arrojarlos al rio. Se calmaron un tanto, y empezaron a inventar versos obscenos que encajaran en la melodia de «Calderero, curtidor».

Los deje con lo suyo y me puse a pensar en mis cosas. Lo que tenia mas presente era el hecho de que quiza fuera sensato escuchar el tacito consejo de Stanchion. Intente pensar en otras canciones que pudiera tocar y que fueran lo bastante dificiles para demostrar mi habilidad, pero lo bastante faciles para que pudiera hacer gala de mi maestria.

La voz de Simmon me rescato de mi ensimismamiento.

– Vamos, a ti se te dan bien las rimas… -me insto.

Repase la ultima parte de su conversacion que no habia escuchado.

– Prueba con «en la tunica del tehlino» -sugeri de forma inconexa. Estaba demasiado nervioso para explicarles que uno de los vicios de mi padre era su propension a los poemas humoristicos subidos de tono.

Sim y Wil siguieron riendo mientras yo intentaba dar con otra cancion que pudiera cantar. Todavia no se me habia ocurrido nada cuando Wilem volvio a distraerme.

– ?Que!-dije con enfado. Entonces vi en la mirada de Wilem esa expresion velada que solo adoptaba cuando veia algo que no le gustaba nada-. ?Que dices? -dije en un tono mas razonable.

– Alguien a quien todos conocemos y queremos -dijo Wil apuntando con la cabeza hacia la puerta.

No vi a nadie que conociera. El Eolio estaba casi lleno, y habia mas de un centenar de personas circulando por la planta baja. A traves de la puerta abierta vi que ya era de noche.

– Esta de espaldas a nosotros. Esta derrochando sus empalagosos encantos con una joven preciosa que no debe de conocerlo… a la derecha de ese caballero gordo de rojo -fue guiandome Wilem.

– Hijo de puta -dije; estaba demasiado sorprendido para maldecir adecuadamente.

– Yo siempre le he encontrado cierto parentesco porcino -dijo Wilem con aspereza.

Simmon giro la cabeza y pestaneo lentamente.

– ?Que pasa? ?Quien hay?

– Ambrose.

– Cojones -exclamo Simmon, y encogio los hombros-. Lo que faltaba. ?Todavia no habeis hecho las paces?

– Yo no me meto con el -proteste-. Pero el no puede evitar provocarme. Salta en cuanto me ve.

– Dos no pelean si uno no quiere -dijo Simmon.

– Y un cuerno -repuse-. No me importa de quien sea hijo. No pienso ponerme panza arriba como un cachorro asustado. Si es lo bastante idiota para hincarme un dedo, se lo arranco de cuajo. -Respire hondo para tranquilizarme, e intente sonar razonable-. Al final aprendera a dejarme en paz.

– Podrias ignorarlo -dijo Simmon, que de pronto parecia asombrosamente sobrio-. Si no muerdes el anzuelo cada vez, pronto se cansara.

– No -dije con seriedad, mirando a Simmon a los ojos-. No, no se cansara. -Simmon me caia muy bien, pero a veces era terriblemente ingenuo-. Si llega a la conclusion de que soy debil, se crecera. Conozco a esa clase de gente.

– Ya viene -nos previno Wilem con disimulo.

Ambrose me vio antes de llegar a la parte del local donde estabamos sentados. Nuestras miradas se encontraron; era evidente que Ambrose no esperaba verme alli. Le dijo algo a uno de los lameculos que siempre lo acompanaban, y se abrieron paso entre el gentio, en otra direccion, para buscar una mesa. Ambrose desvio la mirada hacia Wilem, hacia Simmon, hacia mi laud y luego volvio a mirarme. Entonces se dio la vuelta y fue hacia la mesa que sus amigos habian encontrado. Antes de sentarse, volvia a mirarme.

Me desconcerto que no me sonriera. Ambrose siempre me sonreia, aunque fuera una sonrisa falsa y hubiese un destello burlon en sus ojos.

Entonces vi algo que me desconcerto aun mas. Ambrose llevaba una solida caja cuadrada.

– ?Ambrose toca la lira? -pregunte al aire.

Wilem se encogio de hombros. Simmon parecia abochornado.

– Creia que ya lo sabias -dijo con voz debil.

– ?Lo habiais visto antes aqui? -pregunte. Sim asintio-. ?Tocando?

– Recitando. Poesia. Recitaba y hacia como que punteaba la lira. -Simmon parecia un conejo a punto de echar a correr.

– ?Consiguio el caramillo? -pregunte, desalentado. Decidi que si Ambrose era miembro de ese grupo, yo no queria entrar en el.

– ?No! -chillo Simmon-. Lo intento, pero… -Dejo la frase sin terminar y me miro de hito en hito.

Wilem me puso una mano sobre el brazo e hizo un gesto para calmarme. Respire hondo, cerre los ojos e intente relajarme.

Poco a poco, comprendi que nada de eso importaba. Como mucho, me ponia el liston un poco mas alto. Ambrose no podria hacer nada para perturbar mi interpretacion. No tendria mas remedio que callarse y escuchar. No tendria mas remedio que oirme tocar «La balada de sir Savien Traliard», porque yo ya no tenia ninguna duda de que cancion iba a interpretar.

El primero en actuar esa noche fue uno de los musicos consagrados que habia entre el publico. Tocaba el laud, y demostro saber hacerlo tan bien como cualquier Edena Ruh. Su segunda cancion, una que yo no habia oido nunca, fue aun mejor.

Hubo un descanso de unos diez minutos, y luego llamaron a otro musico consagrado para que subiera a cantar al escenario. Tocaba la zampona, y lo hacia mejor que nadie que yo hubiera oido jamas. A continuacion canto un evocador panegirico en tonalidad menor. A capella: solo su clara y aguda voz, que se elevaba y fluia como el sonido de la zampona que acababa de tocar.

Me alegro comprobar que la maestria de aquellos musicos era la que se rumoreaba. Pero mi ansiedad aumento proporcional-mente. La excelencia es la unica companera de la excelencia. Si no hubiera decidido ya tocar «La balada de sir Savien Traliard» por puro rencor, esas actuaciones me habrian convencido.

A continuacion hubo otro descanso de cinco o diez minutos. Comprendi que Stanchion estaba espaciando deliberadamente las actuaciones para que el publico pudiera moverse y hacer ruido entre cancion y cancion. Hacia bien su trabajo. Me pregunte si habria pertenecido a alguna troupe.

Entonces llego la primera prueba de la noche. Stanchion acompano al escenario a un hombre con barba, de unos treinta anos, y se lo presento al publico. Tocaba la flauta. Lo hacia bien. Toco dos canciones cortas que yo conocia, y otra que no habia oido nunca. Su actuacion duro casi veinte minutos, y solo pude distinguir un pequeno error.

Tras el aplauso, el flautista se quedo en el escenario mientras Stanchion se paseaba entre el publico, recogiendo las opiniones de la gente. Entretanto, un camarero le llevo un vaso de agua al flautista.

Al final, Stanchion volvio al escenario. El publico guardo silencio mientras el propietario del local se acercaba

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