aguardiente se apago detras de mis dos agresores, dejando el callejon totalmente a oscuras. Pero seguia sin haber suficiente calor. Desesperado, me toque el costado ensangrentado, me concentre y senti como un frio espantoso me traspasaba al extraer mas calor de mi sangre.
Hubo una explosion de luz blanca. Habia cerrado los ojos, pero a traves de los parpados vi el cegador resplandor del basalio al inflamarse. Uno de los hombres grito, aterrado. Cuando abri los ojos, solo vi unos fantasmas azules danzando en mi campo de vision.
El grito se redujo a un leve gemido, y oi un golpetazo, como si uno de los hombres hubiera caido al suelo. El alto empezo a farfullar; su voz no era mas que un asustado sollozo.
– ?Dios mio! Mis ojos, Tam. Estoy ciego.
Fui recuperando la vision hasta apreciar los vagos contornos del callejon. Distingui las oscuras siluetas de mis asaltantes. Uno estaba arrodillado, con las manos delante de la cara; el otro estaba tendido, inmovil, en el suelo, un poco mas alla. Deduje que habia echado a correr hacia la entrada del callejon y que se habia golpeado contra una viga baja que habia alli, perdiendo el conocimiento. Esparcidos por los adoquines, los restos de basalio chisporroteaban como diminutas estrellas de un blanco azulado.
El que estaba arrodillado no estaba ciego, sino solo deslumhrado; sin embargo, la ceguera pasajera duraria lo suficiente para que yo pudiera huir de alli. Pase despacio a su lado, tratando de no hacer ruido. El tipo volvio a hablar, y el corazon empezo a latirme muy deprisa.
– ?Tam? -El hombre hablo con voz chillona que delataba su miedo-. Te lo juro, Tam, me he quedado ciego. Ese crio me ha lanzado un rayo. -Lo vi ponerse a gatas y empezar a avanzar a tientas-. Tenias razon, no debimos venir. Con esa clase de gente es mejor no tener ningun trato.
Un rayo. Claro. El tipo no sabia nada de magia. Eso me dio una idea.
Respire hondo para serenarme.
– ?Quien os ha enviado? -pregunte con mi mejor voz de Ta-borlin el Grande. No lo hacia tan bien como mi padre, pero no estaba mal.
El tipo corpulento dio un lastimero gemido y dejo de tantear el suelo.
– Se lo ruego, senor. No haga nada que…
– No volvere a preguntarlo -le corte, enojado-. Dime quien os ha enviado. Y si me mientes, lo sabre.
– No se como se llama -respondio rapidamente-. Solo nos dio la media moneda y un pelo. No nos revelo su nombre. Ni siquiera lo vimos. Le juro que…
Un pelo. Eso que habian llamado «rastreador» debia de ser algun tipo de compas o brujula. Yo no sabia fabricar un artilugio tan avanzado, pero sabia en que principios se basaba su funcionamiento. Con un trozo de mi pelo, el rastreador apuntaria hacia mi por mucho que yo corriera.
– Si vuelvo a veros a alguno de los dos, invocare algo peor que el fuego y el rayo -dije con tono amenazador, y fui avanzando hacia la boca del callejon. Si conseguia hacerme con el rastreador, no tendria que preocuparme por que volvieran a localizarme. Estaba oscuro y llevaba la capucha de la capa puesta. Ni siquiera debian de saber que aspecto tenia.
– Gracias, senor -balbuceo el tipo-. Le juro que no volvera a vernos. Gracias…
Mire al que estaba tendido en el suelo. Una de sus palidas manos se destacaba contra los oscuros adoquines, pero no vi que sujetara nada. Mire alrededor, preguntandome si lo habria soltado. Lo mas probable era que se lo hubiera guardado. Me acerque un poco mas con mucho sigilo, conteniendo la respiracion. Alargue una mano hacia su capa para buscar en los bolsillos, pero habia quedado aprisionada bajo su cuerpo. Lo cogi con cuidado por un hombro y lo empuje despacio…
Justo entonces, el tipo dio un debil gemido y acabo de darse la vuelta el solo. Uno de sus brazos cayo, inerte, sobre los adoquines y me golpeo una pierna.
Me gustaria decir que me limite a apartarme un poco porque sabia que aquel tipo estaba grogui y medio ciego. Me gustaria decir que permaneci sereno y que hice todo lo posible por seguir intimidandolos, o, al menos, que dije algo dramatico o ingenioso antes de marcharme.
Pero estaria mintiendo. La verdad es que eche a correr como un ciervo asustado. Recorri casi medio kilometro hasta que la oscuridad y mi disminuida vision me traicionaron y choque contra el ronzal de un caballo. Tropece y me cai. Me quede en el suelo, dolorido, sangrando y medio ciego. Solo entonces me di cuenta de que no me perseguian.
Me puse en pie maldiciendome a mi mismo. Si hubiera conservado la calma, habria podido hacerme con el rastreador. Pero tendria que tomar otras precauciones.
Volvi a Anker's, pero cuando llegue no habia luz en ninguna ventana y la puerta de la posada estaba cerrada con llave. Asi que, medio borracho y herido, trepe hasta mi ventana, quite el pestillo y tire… Pero la ventana no se abrio.
Al menos hacia un ciclo que no volvia a la posada tan tarde como para tener que entrar por la ventana. ?Se habrian oxidado los goznes?
Me apoye bien en la pared, saque mi lampara de mano y la encendi, ajustandola para que emitiera solo una debil luz. Entonces vi que habia algo metido a presion en la rendija del marco. ?La habria atascado Anker a proposito?
Pero cuando lo toque, vi que no era una cuna de madera. Era un trozo de papel doblado varias veces. Lo saque de la rendija, y la ventana se abrio sin esfuerzo. Entre en mi habitacion.
Tenia la camisa destrozada, pero cuando me la quite me alivio lo que vi. El corte del costado no era muy profundo; era irregular y me dolia, pero no era tan grave como las heridas que me habian hecho azotandome. La capa de Fela tambien estaba rota, y eso me fastidio. Pero, pensandolo bien, seria mas facil remendar la capa que mi rinon. Pense que tenia que darle las gracias a Fela por haber elegido una tela buena y gruesa.
Coser la capa podia esperar. Imagine que mis dos asaltantes ya se habrian recuperado del pequeno susto que les habia dado y que debian de estar buscandome.
Deje la capa en mi cuarto para no mancharla de sangre y sali por la ventana. Confiaba en que a aquellas horas de la noche, y con mi natural sigilo, no me viera nadie. No queria ni pensar en los rumores que empezarian a circular si alguien me veia corriendo por los tejados en plena madrugada, ensangrentado y desnudo hasta la cintura.
Cogi un punado de hojas y me dirigi al tejado de unas caballerizas que daban al patio del banderin que habia cerca del Archivo.
Bajo la debil luz de la luna, veia las oscuras e informes sombras de las hojas arremolinandose por encima del gris de los adoquines del suelo. Me pase una mano por el cabello, con brusquedad, y me arranque unos cuantos pelos. Entonces hinque las unas en una juntura de brea del tejado y utilice la brea para enganchar un pelo a una hoja. Repeti esa operacion una docena de veces, y luego lance las hojas desde el tejado y vi como el viento las arrastraba en una alocada danza por el patio.
Sonrei al imaginarme a alguien tratando de localizarme ahora, persiguiendo una docena de contradictorias senales segun las hojas revoloteaban en diferentes direcciones.
Habia ido a ese patio en particular porque alli el viento formaba unas corrientes impredecibles. Me habia fijado en ese fenomeno cuando empezaron a caer las primeras hojas del otono. Se movian en una compleja y caotica danza por el patio adoquinado. Primero iban en una direccion, y luego en otra; nunca seguian un patron predecible.
Una vez que te fijabas en los extranos movimientos del viento, era dificil ignorarlos. De hecho, visto desde el tejado, resultaba casi hipnotico. El movimiento te cautivaba como te cautiva el curso del agua de un arroyo o las llamas de una hoguera.
Esa noche, cansado y herido como estaba, los remolinos de las hojas me relajaron. Cuanto mas miraba, menos caotico me parecia el movimiento. Hasta empece a percibir un patron subyacente en la forma en que el viento se movia por el patio. Si parecia caotico era solo porque era inmensa y maravillosamente complejo. Es mas, parecia cambiar continuamente. Era un patron compuesto de patrones cambiantes. Era…
– ?Siempre estudias hasta tan tarde? -dijo una debil voz a mis espaldas.
Sali de golpe de mi ensimismamiento y se me puso el cuerpo en tension, preparado para echar a correr. ?Como habia logrado alguien subir hasta alli sin que yo me diera cuenta?
Era Elodin. El maestro Elodin. Llevaba unos pantalones remendados y una camisa holgada. Me saludo con la mano y se agacho hasta sentarse con las piernas cruzadas en el borde del tejado, con la misma naturalidad como si hubieramos quedado para tomar algo en una taberna.