Pero no vas por mal camino. De aqui a Imre hay mucha gente a la que le interesaria esta maravilla…
Asenti, distraido, mientras le daba vueltas en las manos. Siempre habia querido ver una calamita, desde que era nino. Despegue el alfiler y senti la extrana atraccion que lo impulsaba hacia el liso y negro metal. Estaba maravillado. Tenia un trozo de magnetita en la mano.
– ?Cuanto calculas que puede valer? -pregunte.
El calderero aspiro entre los dientes.
– Bueno, yo calculo que aqui y ahora debe de valer una muia de carga khershaen de pura sangre…
Le di vueltas en las manos, separe el alfiler y volvi a soltarlo.
– El problema, calderero, es que para comprar este caballo he tenido que contraer una deuda con una mujer muy peligrosa. Si no lo vendo bien, voy a tener graves problemas.
El calderero asintio.
– Un trozo de piedra celestial de ese tamano… Si lo vendes por menos de dieciocho talentos, le estas haciendo un agujero a tu bolsa. Cualquier joyero lo compraria, o cualquier ricachon que se encaprichara con el. - Se dio unos golpecitos en la punta de la nariz-. Pero si vas a la Universidad, aun lo venderas mejor. A los artifices les encantan las piedras iman. Y tambien a los alquimistas. Si encuentras a uno que este predispuesto, todavia puedes conseguir mas.
Era un buen trato. Manet me habia dicho que las piedras iman eran valiosas y dificiles de encontrar. No solo por sus propiedades galvanicas, sino porque los trozos de hierro celestial como ese solian tener extranos metales mezclados con el hierro. Le tendi una mano al calderero.
– Acepto el trato.
Nos estrechamos la mano con solemnidad, y entonces, cuando el calderero iba a coger las riendas del caballo, le pregunte:
– Y ?cuanto me das por los arreos y la silla?
Me preocupaba que el calderero se ofendiera si regateaba con el, pero sonrio con ironia.
– Eres un chico listo. -Rio y anadio-: Me gusta la gente que no tiene miedo de presionar un poco. A ver, ?que quieres? Tengo una manta de lana fabulosa. ?O prefieres una buena cuerda? -Saco un rollo de cuerda de uno de los sacos del asno-. Siempre va bien llevar encima un trozo de cuerda. ?Ah! ?Y esto? -Se dio la vuelta con una botella en las manos y me guino un ojo-. Tengo un estupendo vino de frutas de Aven. Te doy las tres cosas a cambio de los arreos y la silla.
– Una manta de repuesto no me vendria mal -admiti. Entonces se me ocurrio una cosa-. ?Tienes ropa de mi talla? Ultimamente he estropeado muchas camisas.
El anciano se quedo un momento quieto, con la cuerda y la botella de vino en la mano; entonces se encogio de hombros y empezo a rebuscar en sus paquetes.
– ?Has oido algo sobre una boda que hubo por aqui? -pregunte. Los caldereros siempre estan atentos a las noticias.
– ?La boda de los Mauthen? -Cerro un saco y empezo a buscar en otro-. Lo lamento mucho, pero te la has perdido. Se celebro ayer.
Su tono de voz, desenfadado, hizo que se me encogiera el estomago. Si hubiera habido una masacre, sin duda alguna el calderero se habria enterado. De pronto pense, horrorizado, que me habia endeudado y habia viajado a toda prisa hasta las montanas por nada.
– ?Estuviste alli? ?Sucedio algo raro?
– ?Aqui esta! -El calderero se volvio con una camisa de algodon hilado a mano de color gris-. No es muy elegante, me temo, pero es nueva. Bueno, casi nueva. -Me la acerco al pecho para ver si era de mi talla.
– ?Y la boda? -insisti.
– ?Que? Ah, no. No estuve alli. Pero tengo entendido que fue todo un acontecimiento. Se casaba la unica hija de los Mauthen, y con un buen partido. Llevaban meses planeandola.
– Y ?no oiste que pasara nada raro? -pregunte, decepcionado.
El anciano se encogio de hombros.
– Como ya he dicho, no estuve alli. Llevo un par de dias por las fundiciones -dijo apuntando hacia el oeste-. Comerciando con cribadores y con otra gente de las montanas. -Se dio unos golpecitos en un lado de la cabeza, como si acabara de acordarse de algo-. Por cierto, encontre un brassie en las montanas-. Revolvio en sus paquetes otra vez y saco una botella plana y gruesa-. Si no te gusta el vino, quiza prefieras los licores mas fuertes…
Iba a sacudir la cabeza, pero entonces comprendi que un aguardiente casero me serviria para limpiarme la herida esa noche.
– Quiza… -dije-. Depende de cual sea la oferta.
– Como eres un joven sincero -dijo el calderero con solemnidad-, estoy dispuesto a darte la manta, las dos botellas y el rollo de cuerda.
– Eres generoso, calderero. Pero prefiero quedarme la camisa en lugar de la cuerda y el vino de frutas. Seran un peso muerto en mi bolsa, y todavia he de recorrer mucho camino.
El rostro del calderero se ensombrecio un poco, pero se encogio de hombros.
– Tu eliges, desde luego. Manta, camisa, aguardiente y tres iotas.
Nos estrechamos la mano, y le ayude a cargar a Keth-Selhan porque tenia la vaga impresion de que lo habia insultado al rechazar su anterior oferta. Diez minutos mas tarde, el anciano ya iba hacia el este, y yo eche a andar hacia el norte por las verdes colinas, hacia Trebon.
Me alegre de recorrer el ultimo medio kilometro a pie, porque eso me ayudo a aliviar la rigidez de las piernas y de la espalda. Llegue a la cresta de la colina y vi Trebon extendiendose alla abajo, recogido en la hondonada que formaban las colinas. No era un pueblo grande ni mucho menos; debia de tener un centenar de edificios repartidos alrededor de una docena de retorcidas calles polvorientas.
Cuando vivia con la troupe, aprendi a evaluar las caracteristicas de un pueblo. Es algo muy parecido a adivinar los gustos de tu publico cuando actuas en una taberna. Evaluar un pueblo es mas arriesgado, desde luego: si tocas la cancion equivocada en una taberna, es posible que te abucheen; pero si juzgas mal a un pueblo entero, las cosas pueden ponerse mucho mas feas.
Asi que analice las caracteristicas de Trebon. Estaba en un lugar apartado, a medio camino entre un pueblo minero y un pueblo agricola. No era probable que desconfiaran en exceso de los forasteros, pero era lo bastante pequeno para que todos supieran, con solo mirarte, que no eras un vecino del lugar.
Me sorprendio ver a gente colocando munecos rellenos de paja que representaban a engendros delante de sus casas. Eso significaba que, pese a la proximidad de Imre y la Universidad, Trebon era una comunidad un tanto atrasada. Todos los pueblos celebran algun tipo de festival de la cosecha, pero hoy en dia la mayoria de la gente enciende una hoguera y se emborracha. El hecho de que todavia respetaran las antiguas tradiciones significaba que la gente de Trebon era muy supersticiosa.
A pesar de todo, me gusto ver los engendros. Siempre me han gustado los festivales tradicionales de la cosecha, por muy supersticiosos que sean. En realidad son un tipo de teatro.
La iglesia tehlina era el edificio mas bonito del pueblo: tenia tres pisos de altura y era de piedra de cantera. Hasta ahi, todo normal; pero atornillada sobre la puerta principal, a gran altura, habia una de las ruedas de hierro mas grandes que he visto jamas. De hierro de verdad, y no de madera pintada. Media tres metros de diametro y debia de pesar una tonelada. En otras circunstancias, semejante exhibicion me habria inquietado un tanto, pero como Trebon era un pueblo minero, pense que debia de ser una muestra del orgullo de sus habitantes, mas que de piedad o fanatismo.
Casi todos los otros edificios del pueblo eran de una sola planta, y estaban hechos de madera basta, con tejados de tejas de cedro. Sin embargo, la posada era muy respetable, de dos pisos, con paredes de yeso y tejas de barro cocido en el tejado. Seguro que alli encontraba a alguien que supiera algo mas sobre la boda.
Dentro apenas habia un punado de gente; eso no me sorprendio, porque estabamos en plena cosecha y todavia quedaban cinco o seis horas de luz. Puse cara de angustiado y me acerque a la barra, donde estaba el posadero.
– Disculpe -dije-. Siento molestarlo, pero estoy buscando a una persona.
El posadero era un tipo moreno con el ceno perpetuamente fruncido.
– ?A quien?
– Un pariente mio vino aqui para asistir a una boda -explique-, y me han dicho que hubo problemas.