Los caminos eran mas seguros que hoy en dia, pero, aun asi, habia gente que viajaba con nuestra troupe porque de ese modo se sentia mas segura. Esas personas complementaron mi educacion. Adquiri conocimientos rudimentarios del derecho de la Mancomunidad de un abogado itinerante demasiado borracho o demasiado pedante para darse cuenta de que le estaba dando sermones a un nino de ocho anos. Aprendi los secretos del bosque de un cazador llamado Laclith que viajo con nosotros casi una estacion entera.

Aprendi las sordidas maquinaciones de la corte real de Modeg de… una cortesana. Como solia decir mi padre: «Al pan, pan y al vino, vino. Pero a una prostituta llamala siempre senora. La vida de las prostitutas es muy dura, y no cuesta nada ser respetuoso con ellas».

Hetera olia a canela, y a los nueve anos yo la encontraba fascinante, aunque sin saber exactamente por que. Ella me enseno que no debia hacer nada en privado de lo que no quisiera que se hablara en publico, y me advirtio del peligro de hablar en suenos.

Y luego vino Abenthy, mi primer maestro de verdad. El me enseno mas que todos los otros juntos. De no ser por el, no me habria convertido en el hombre que soy hoy.

Te agradeceria que no se lo tengas en cuenta, porque el lo hizo con buena intencion.

– Tendreis que marcharos de aqui -dijo el alcalde-. Acampad fuera del pueblo y nadie os molestara mientras no provoqueis peleas ni os lleveis nada que no sea vuestro. -Le lanzo una mirada elocuente a mi padre-. Y manana os vais con viento fresco. Nada de representaciones. No causan mas que problemas.

– Tenemos licencia -protesto mi padre sacando una hoja de pergamino doblada del bolsillo interior de la chaqueta-. Es mas, pagamos para actuar.

El alcalde nego con la cabeza y ni se molesto en leer nuestro documento de mecenazgo.

– La gente se alborota -dijo, vehemente-. La ultima vez hubo una pelea de mil demonios durante la funcion. Demasiado alcohol y demasiada excitacion. La gente arranco las puertas de la taberna y destrozo las mesas. Ese local es municipal. El ayuntamiento tiene que hacerse cargo de las reparaciones.

Nuestros carromatos ya habian empezado a despertar curiosidad. Trip estaba haciendo malabarismos. Marion y su esposa estaban montando un espectaculo de marionetas improvisado.

Yo observaba a mi padre desde la parte de atras de nuestro carromato.

– No es nuestra intencion ofenderlos ni ofender a su mecenas -prosiguio el alcalde-. Pero el pueblo no puede permitirse otra noche como aquella. Como gesto de buena voluntad, estoy dispuesto a ofrecerles un cobre a cada uno, pongamos veinte peniques, si siguen su camino y nos dejan tranquilos.

Me gustaria aclarar que veinte peniques quiza fuera un buen pellizco para una troupe de pacotilla que viviera de forma precaria. Pero para nosotros esa cifra era sencillamente insultante. El alcalde deberia habernos ofrecido cuarenta peniques por actuar una sola noche; ademas, deberia habernos garantizado el uso de la taberna, una buena comida y camas en la posada. Las camas las habriamos rechazado educadamente, pues seguro que estaban llenas de piojos y las de nuestros carromatos, no.

Si mi padre estaba sorprendido u ofendido, no se le noto.

– ?Recoged! -grito por encima del hombro.

Trip se guardo las bolas de malabarista en varios bolsillos sin siquiera un floreo. Hubo un coro de decepcion por parte de varias docenas de vecinos cuando, de repente, las marionetas se quedaron quietas y regresaron a sus baules. El alcalde, aliviado, saco su bolsa de dinero y extrajo dos peniques de plata.

– Informare al baron de su generosidad -dijo mi padre con circunspeccion cuando el alcalde le puso las monedas en la mano.

El alcalde se quedo petrificado.

– ?Al baron?

– Al baron Greyfallow. -Mi padre hizo una pausa y busco una muestra de reconocimiento en el rostro del alcalde-. El senor de las Marismas Orientales, de Hudumbran junto al Thiren y de los montes Wydeconte. -Mi padre miro de un extremo a otro del horizonte-. Porque todavia estamos en los montes Wydeconte, ?verdad?

– Si -confirmo el alcalde-. Pero el senor Semelan…

– ?Ah! ?Estamos en el feudo de Semelan? -exclamo mi padre mirando alrededor como si hasta entonces no se hubiera ubicado-. ?Un caballero delgado, con barbita? -Se acaricio la barbilla con los dedos. El alcalde asintio, perplejo-. Un tipo encantador, con una voz preciosa. Lo conocimos el ano pasado, por las Fiestas del Solsticio de Invierno, cuando estuvimos alojados en la mansion del baron.

– Ah, claro. -El alcalde hizo una pausa elocuente-. ?Me permite ver su licencia?

Vi como el alcalde leia el documento. Le llevo un buen rato, porque mi padre no se habia molestado en mencionar la mayoria de los titulos del baron, tales como vizconde de Montrone y senor de Trelliston. La clave del asunto era la siguiente: era verdad que Semelan controlaba aquel pequeno pueblo y todas las tierras circundantes, pero Semelan le debia fidelidad a Greyfallow. Mas concretamente, Greyfallow era el capitan del barco, y Semelan fregaba la cubierta y le hacia el saludo.

El alcalde doblo la hoja de pergamino y se la devolvio a mi padre.

– Entiendo -dijo.

Eso fue todo. Recuerdo que me quede estupefacto al ver que el alcalde no se disculpaba ni le ofrecia mas dinero a mi padre.

Mi padre tambien hizo una pausa, y luego continuo:

– El pueblo esta dentro de su jurisdiccion, senor. Pero nosotros actuaremos de todas formas, ya sea aqui o fuera de los limites del municipio.

– No pueden utilizar la taberna -dijo el alcalde con firmeza-. No quiero que vuelvan a destrozarla.

– Podemos actuar aqui mismo -dijo mi padre senalando la plaza del mercado-. Hay espacio suficiente, y asi la gente no tendra que salir de la ciudad.

El alcalde vacilo; yo no podia creerlo. A veces, cuando el local publico de un pueblo era demasiado pequeno, actuabamos en la plaza. Dos de nuestros carromatos podian convertirse en escenario en caso de necesidad. Pero podia contar con los dedos de las manos las veces que, en mis once anos de vida, nos habian obligado a actuar en la plaza. Y nunca habiamos actuado fuera de los limites de un pueblo.

Pero al final el alcalde cedio: asintio y le hizo senas a mi padre para que se le acercara mas. Sali con sigilo de la parte de atras del carromato y me acerque lo suficiente para oir el final de su conversacion:

– … gente temerosa de Dios por estos lares. Nada vulgar ni heretico. Con la ultima troupe que paso por aqui tuvimos graves problemas: hubo dos peleas, gente que perdio su colada, y una de las hijas de los Branston se quedo en estado.

Me senti ultrajado. Espere a que mi padre le mostrara al alcalde su dominio de la ironia, y que le explicara la diferencia entre los artistillos itinerantes y los Edena Ruh. Nosotros no robabamos. No dejabamos que las cosas se descontrolaran tanto como para que una pandilla de borrachos destrozaran el local donde actuabamos.

Sin embargo, mi padre se limito a asentir y volver hacia nuestro carromato. Le hizo senas a Trip para que siguiera haciendo malabarismos. Volvieron a sacar las marionetas de los baules.

Mi padre rodeo el carromato y me vio de pie, medio escondido junto a los caballos.

– Por la cara que pones, supongo que habras oido toda la conversacion -dijo con una sonrisa ironica-. No se lo tengas en cuenta, hijo mio. No destaca por su elegancia, pero si por su sinceridad. Solo ha dicho en voz alta lo que otros piensan y callan. ?Por que crees que os hago ir a todos por parejas cuando actuamos en ciudades mas grandes?

Yo sabia que mi padre tenia razon. Sin embargo, era un trago amargo para un nino de mi edad.

– Veinte peniques -dije en tono mordaz-. Es como si nos ofreciera limosna.

Eso era lo mas dificil de crecer en el Edena Ruh. Somos extranos en todas partes. Mucha gente nos ve como vagabundos y mendigos, mientras que otros nos comparan con ladrones, herejes y prostitutas. Es duro que te acusen injustamente, pero aun es peor cuando los que te miran con desprecio son unos zoquetes que jamas han leido un libro ni han ido a ningun sitio que este a mas de treinta kilometros de su pueblo natal.

Mi padre rio y me alboroto el cabello.

– Deberias sentir lastima por el, hijo. Manana nos iremos, pero el tendra que convivir consigo mismo hasta el dia de su muerte.

– Es un ignorante y un cretino -dije con amargura.

Mi padre me puso una mano firme en el hombro para darme a entender que ya habia hablado suficiente.

– Supongo que eso nos pasa por acercarnos demasiado a Atur. Manana nos dirigiremos hacia el sur: alli hay

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