para no asustarla y que no fuera a esconderse bajo tierra. Mientras yo pensaba, Auri me escudrinaba a traves de la cortina de su cabello.
– Auri -dije-, ?me estas gastando una broma?
Levanto la cabeza y sonrio.
– Si, te estoy gastando una broma -contesto con orgullo-. ?Verdad que es maravilloso?
Auri me llevo por la pesada rejilla metalica que habia en el patio abandonado hasta la Subrealidad. Yo saque mi lampara de mano para alumbrar el camino. Auri llevaba tambien una luz, una cosa que sujetaba en las manos ahuecadas y que desprendia un debil resplandor verdeazulado. Yo sentia curiosidad por saber que arti-lugio era aquel, pero no queria exigirle que me revelara tantos secretos a la vez.
Al principio, la Subrealidad era tal como yo esperaba. Tuneles y canerias. Canerias de aguas residuales, de agua, de vapor y de gas de hulla. Grandes canerias negras de hierro basto por las que podias andar a gatas; canerias de brillante laton mas estrechas que un pulgar… Habia una vasta red de tuneles de piedra que se bifurcaban y se conectaban de forma insolita. Si aquel sitio tenia algun diseno, yo no lo captaba.
Auri me hizo un tour relampago, orgullosa como una madre reciente y emocionada como una nina pequena. Su entusiasmo era contagioso, y al poco rato yo tambien me deje llevar por la emocion del momento, ignorando mis verdaderos motivos para querer explorar aquellos tuneles. No existe nada tan deliciosamente misterioso como un secreto en el propio patio de tu casa.
Descendimos por tres escaleras de caracol de hierro forjado, negro, y llegamos al Doce Gris. Era como estar de pie en el fondo de un canon. Mire hacia arriba y distingui la debil luz de la luna, que se filtraba por las rejillas de los desagues, mucho mas arriba. El buho habia desaparecido, pero Auri me enseno su nido.
Cuanto mas descendiamos, mas extrano se volvia todo. Los tuneles redondos de desague y las canerias desaparecieron, y los sustituyeron unos pasillos cuadrados y unas escaleras cubiertas de escombros. Habia puertas de madera podrida colgando de los goznes oxidados, y habitaciones semiderruidas llenas de mesas y sillas enmohecidas. En una de esas habitaciones vi un par de ventanas tapiadas, pese a que estabamos, si yo no calculaba mal, al menos quince metros bajo tierra.
Seguimos bajando y llegamos a Afondo, una habitacion que parecia una catedral; era tan grande que ni la luz azulada de Auri ni la mia, rojiza, alcanzaban a alumbrar los puntos mas altos del techo. Alrededor de nosotros habia unas maquinas antiguas y enormes. Algunas estaban desmontadas: habia engranajes rotos de casi dos metros, quebradizas correas de cuero, grandes vigas de madera que los hongos habian reventado.
Otras maquinas estaban intactas, pero estropeadas por varios siglos de abandono. Me acerque a un bloque de hierro del tamano de una granja y desprendi una lamina de herrumbre del tamano de un plato. Debajo solo habia mas herrumbre. Cerca habia tres grandes columnas cubiertas de una capa de verdin tan gruesa que parecia musgo. La mayoria de aquellas maquinas inmensas era imposible identificarlas; parecian fundidas en lugar de oxidadas. Pero vi una cosa que podia ser una rueda hidraulica, de tres pisos de alto, tumbada sobre un canal seco que discurria como un abismo por el medio de la habitacion.
Solo tenia una idea muy vaga del uso que podian haber tenido esas maquinas. Y ni la mas remota idea de por que llevaban siglos alli, bajo tierra. No parecian…
88 Interludio: busco
El ruido de botas en el porche de madera sobresalto a los hombres que estaban sentados en la Roca de Guia. Kvothe se levanto de un brinco a media frase, y casi habia llegado a la barra cuando se abrio la puerta de la taberna y entraron los primeros clientes de la noche de Abatida.
– ?Hola, Kote! ?Tenemos hambre! -grito Cob al abrir la puerta. Shep, Jake y Graham entraron tras el.
– Quiza encuentre algo en la cocina -dijo Kote-. Puedo ir a mirar y traer algo enseguida, a menos que querais beber primero. -Hubo un coro de amistosa aprobacion mientras los hombres se instalaban en los taburetes de la barra. Su dialogo sonaba muy trillado, como un comodo par de zapatos viejos.
Cronista miraba fijamente al pelirrojo que estaba detras de la barra. No quedaba en el ni rastro de Kvothe. Era un simple posadero: amable, servicial y tan sencillo que era casi invisible.
Jake bebio un largo trago, y entonces vio a Cronista sentado al fondo de la habitacion.
– ?Hombre, Kote! ?Un cliente nuevo! Vaya, es una suerte que hayamos encontrado sitio para sentarnos.
Shep dio una carcajada. Cob hizo girar el taburete y lo oriento hacia donde estaba Cronista, sentado al lado de Bast; el escribano todavia tenia la pluma suspendida sobre la hoja.
– ?Es un escribiente o algo por el estilo?
– Si, senor -se apresuro a responder Kote-. Llego al pueblo anoche.
Cob los miro entornando los ojos.
– Y ?que escribe?
Kote bajo un poco la voz, con lo que consiguio que sus clientes dejaran de mirar a su invitado y se fijaran en el.
– ?Recordais ese viaje que Bast hizo a Baedn? -Todos asintieron, muy atentos-. Pues bien, resulta que tuvo sifilis estando alli, y desde entonces no anda muy fino. Se le ha ocurrido que mas valia que redactara un testamento mientras todavia puede.
– Pues hace muy bien, en los tiempos que corren -comento Shep sombrio. Se termino la cerveza y dio un golpe con la jarra-. Sirveme otra.
– Dejo todo el dinero que haya ahorrado hasta el momento de mi muerte a la viuda Sage -dijo Bast en voz alta-. Para ayudarla a criar y casar a sus tres hijas, que pronto estaran en edad de merecer. -Miro a Cronista con gesto de preocupacion-. ?Se dice asi, en edad de merecer?
– La pequena Katie ha crecido mucho en el ultimo ano, desde luego -cavilo Graham. Los otros asintieron.
– A mi empleador le dejo mi mejor par de botas -continuo Bast, magnanimo-. Y todos los pantalones que le queden bien.
– El chico tiene un par de botas muy bonitas -le dijo Cob a Kote-. Me fije hace tiempo.
– Le encomiendo al padre Leoden la tarea de distribuir el resto de mis bienes materiales entre la parroquia, ya que, como soy un alma inmoral, no las seguire necesitando.
– Querras decir «inmortal», ?no? -pregunto Cronista con vacilacion.
Bast se encogio de hombros.
– De momento no se me ocurre nada mas -dijo. Cronista asintio y, rapidamente, guardo el papel, las plumas y la tinta en su cartera de cuero.
– Pues ven aqui con nosotros -le dijo Cob a Cronista-. No seas timido. -El escribano se quedo inmovil, y luego fue lentamente hacia la barra-. ?Como te llamas, chico?
– Devan -contesto Cronista. Entonces mudo la expresion y carraspeo-. Disculpeme. Carverson. Devan Carverson.
Cob le presento a los demas, y luego volvio a dirigirse al recien llegado.
– ?De donde eres, Devan?
– De mas alla del vado de Abbott.
– ?Alguna noticia de por alli?
Cronista se revolvio incomodo en el asiento mientras Kote lo miraba desde el otro lado de la barra.
– Bueno… los caminos estan muy mal…
Eso desperto un coro de quejas, y Cronista se relajo. Mientras todavia estaban refunfunando, se abrio la puerta y entro el aprendiz del herrero, joven, con anchas espaldas y con el olor a humo de carbon en el cabello. Le aguanto la puerta a Carter; llevaba una larga barra de hierro apoyada en el hombro.
– Pareces idiota, muchacho -rezongo Carter al entrar lentamente por la puerta. Caminaba con el cuidado y la rigidez de los que han sufrido alguna lesion recientemente-. Te paseas con eso por ahi, y la gente empieza a hablar de ti como de Martin el Chiflado. Te convertiras en «ese chiflado de Rannish». ?Quieres pasarte cincuenta anos oyendo cosas asi?
El aprendiz del herrero levanto la barbilla.
– Que digan lo que quieran -mascullo con un deje desafiante-. Desde el dia que fui a ocuparme de Nelly no he