cabeza hacia el joven que iba sentado a su lado-. Entonces tendremos que entretenerte nosotros a ti.

Se puso a cantar «Calderero, curtidor», una cancion de taberna mas antigua que Dios. Al cabo de un segundo, su hijo se puso a cantar tambien, y sus burdas voces armonizaban con una sencillez que me produjo una punzada de dolor al recordar otros carromatos, otras canciones y un hogar medio olvidado.

20 Manos ensangrentadas y punos doloridos

Alrededor de mediodia, la carreta tomo otro camino, ancho como un rio y adoquinado. Al principio solo encontramos a un punado de viajeros y un par de carromatos, pero a mi me parecio una multitud despues de pasar tanto tiempo solo.

Nos internamos en la ciudad, y los edificios bajos dieron paso a tiendas y posadas mas altas. Los arboles y los jardines fueron sustituidos por callejones y puestos de vendedores ambulantes. Aquel gran rio que era la calzada se anego y tapono con centenares de carros y peatones, docenas de carromatos y carretas y, de vez en cuando, un hombre a caballo.

Se oian cascos de caballo y gritos de gente; olia a cerveza, a sudor, a basura y a brea. Me pregunte que ciudad seria aquella, y si habria estado alli antes, y entonces…

Aprete los dientes y me obligue a pensar en otras cosas.

– Ya casi hemos llegado -dijo Seth subiendo la voz para hacerse oir por encima del bullicio. Al final, la calle desembocaba en un mercado. Los carros avanzaban por los adoquines produciendo un sonido parecido al de truenos lejanos. La gente regateaba y discutia. A lo lejos se oia el llanto estridente de un nino. Circulamos un rato sin rumbo fijo hasta que encontramos una esquina vacia delante de una libreria.

Seth paro la carreta y yo salte mientras ellos, cansados despues del largo trayecto, estiraban los miembros entumecidos. Entonces, con una especie de acuerdo tacito, los ayude a bajar los sacos y a amontonarlos a un lado.

Media hora mas tarde estabamos descansando entre los sacos. Seth me miro haciendo visera con una mano.

– ?Que piensas hacer hoy en la ciudad, muchacho?

– Necesito cuerdas para mi laud -conteste. Entonces cai en la cuenta de que no sabia donde estaba el laud de mi padre. Mire alrededor, angustiado. No estaba en la carreta, donde yo lo habia dejado, ni apoyado en la pared, ni entre los montones de calabazas. Se me hizo un nudo en la garganta, hasta que lo vi debajo de un saco de arpillera vacio. Lo recogi con manos temblorosas.

El anciano granjero me sonrio y me ofrecio un par de aquellas nudosas calabazas que habiamos estado descargando.

– ?Que diria tu madre si le llevaras a casa un par de las mejores calabazas que se pueden encontrar a este lado del Eld?

– No, no puedo -balbucee al mismo tiempo que apartaba de mi pensamiento un recuerdo de dedos en carne viva cavando en el barro y de olor a pelo quemado-. Quiero decir… Usted ya… -No termine la frase. Aprete el laud contra el pecho y di un par de pasos hacia atras.

El anciano me miro con fijeza, como si me viera por primera vez. De pronto me senti cohibido al imaginar el aspecto que debia de ofrecer, andrajoso y muerto de hambre. Abrace el laud y me aleje unos pasos mas. El granjero bajo los brazos y los dejo al lado del cuerpo, y la sonrisa se borro de su cara.

– Ay, hijo -dijo con un hilo de voz.

Dejo las calabazas; luego se volvio hacia mi y, con seriedad y ternura, dijo:

– Jake y yo vamos a quedarnos aqui, vendiendo, hasta que se ponga el sol. Si para entonces has encontrado lo que buscas, puedes venir a la granja con nosotros. Hay dias en que a mi mujer y a mi nos vendria bien que nos echaran una mano. Seras bienvenido. ?Verdad, Jake?

Jake tambien me miraba; la compasion y la honradez se reflejaban en su rostro.

– Claro que si, padre. Madre lo dijo antes de que nos marcharamos.

El anciano siguio mirandome con gesto serio.

– Esto es la plaza de la Marineria -dijo senalandose los pies-. Estaremos aqui hasta el anochecer, quiza un poco mas. Si quieres que te llevemos, vuelve aqui. -Su mirada denotaba preocupacion-. ?Me has oido? Puedes volver con nosotros.

Segui retrocediendo, paso a paso, sin saber muy bien por que lo hacia. Solo sabia que si me iba con ellos tendria que dar explicaciones, que tendria que recordar. Preferia cualquier cosa a abrir esa puerta…

– No. No, gracias -balbucee-. Me han ayudado mucho. Ya me las arreglare. -Un hombre con un delantal de cuero me empujo por detras. Sobresaltado, di media vuelta y eche a correr.

Les oi llamarme, pero la muchedumbre ahogo sus gritos. Corri con el corazon latiendome con fuerza en el pecho.

Tarbean es lo bastante grande para que no puedas recorrerla a pie de un extremo a otro en un solo dia, aunque consigas no perderte y aunque nadie te aborde en el laberinto de sinuosas callejas y callejones sin salida.

De hecho era demasiado grande. Era vasta, inmensa. Mares de gente, bosques de edificios, calles anchas como rios. Olia a orina, a sudor, a humo de carbon y a brea. Si hubiera estado en mi sano juicio, jamas habria ido alli.

Con el tiempo, me perdi. Doble una esquina demasiado pronto o demasiado tarde, y luego intente arreglarlo atajando por un callejon que discurria entre dos altos edificios y que parecia un estrecho abismo. Serpenteaba como un barranco labrado por un rio que habia desaparecido en busca de un lecho mas limpio. La basura se amontonaba junto a las paredes y llenaba las rendijas entre los edificios y los portales. Despues de dar varias vueltas, percibi el rancio olor a animal muerto.

Doble una esquina y fui tambaleandome hasta una pared; me cegaban estrellas de dolor. Note unas manos fuertes que me agarraban por los brazos.

Abri los ojos y vi a un muchacho mayor que yo. Me doblaba en estatura, y tenia el pelo negro y unos ojos de mirada salvaje. La suciedad de la cara hacia que pareciera que tuviera barba y le daba un aire extranamente cruel a su joven rostro.

Otros dos chicos me separaron bruscamente de la pared. Uno de ellos me retorcio un brazo y grite. El mayor de los tres sonrio al oirme gritar y se paso una mano por el pelo.

– ?Que haces aqui, nalti ?Te has perdido? -Su sonrisa se ensancho.

Intente apartarme, pero uno de los chicos me retorcio la muneca.

– No -conteste.

– Creo que se ha perdido, Pike -dijo el que estaba a mi derecha. El que estaba a mi izquierda me dio un fuerte codazo en la cabeza, y el callejon empezo a oscilar alrededor de mi.

Pike solto una carcajada.

– Busco una carpinteria -masculle, aturdido.

La expresion de Pike se volvio asesina. Me agarro por los hombros con ambas manos.

– ?Te he preguntado algo? -grito-. ?Te he dado permiso para hablar? -Me golpeo en la cara con la frente, y note un fuerte crac seguido de un estallido de dolor.

– Eh, Pike. -La voz parecia provenir de una direccion imposible. Un pie le dio un empujon al estuche de mi laud, dandole la vuelta-. Eh, Pike, mira esto.

Pike miro el estuche del laud, que cayo al suelo con un golpazo.

– ?Que has robado, nalti

– No lo he robado.

Uno de los chicos que me tenia sujeto por el brazo rio.

– Ya, tu tio te lo ha dado para que vayas a venderlo porque necesitais comprar medicinas para tu abuelita enferma. -Volvio a reir mientras yo parpadeaba para quitarme las lagrimas de los ojos.

Oi tres chasquidos cuando abrieron los cierres. Luego oi la inconfundible vibracion armonica cuando sacaron el laud de su estuche.

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