grito de dolor; los ojos se me llenaron de lagrimas.
Parpadee y me tranquilice al ver la calle, menos borrosa que hacia un rato. El contenido de mi saco estaba esparcido por el suelo: medio ovillo de cuerda, un cuchillo romo,
El granjero. Pense en Seth y Jake. Pan blando con mantequilla. Canciones como las que cantabamos en los carromatos. Su oferta de un lugar seguro, un nuevo hogar…
De pronto me asalto un recuerdo y me inundo una oleada de panico. Eche un vistazo al callejon y, al mover la cabeza, senti un fuerte dolor. Aparte la basura con las manos y encontre unos restos de madera que reconoci al instante. Me quede mirandolos, mudo, y el mundo parecio oscurecerse un poco alrededor de mi. Eche una ojeada a la delgada franja de cielo visible sobre mi cabeza y vi que se estaba tinendo de rojo.
?Que hora era? Me apresure a recoger mis cosas, tratando el libro de Ben con mas cuidado que el resto de objetos, y eche a andar, cojeando, por donde crei que llegaria a la plaza de la Marineria.
Cuando encontre la plaza, la ultima luz del ocaso ya habia desaparecido del cielo. Unos cuantos carros circulaban lentamente entre los compradores rezagados. Desesperado, fui de una esquina a otra de la plaza, buscando al anciano granjero que me habia llevado hasta alli. Buscando una de esas feas y nudosas calabazas.
Cuando por fin encontre la libreria junto a la que habia aparcado Seth, estaba jadeando y tambaleandome. No veia a Seth ni su carreta por ninguna parte. Me deje caer en el espacio que habia dejado la carreta y note el dolor de una docena de heridas que hasta ese momento me habia obligado a ignorar.
Me las toque, una por una. Tenia varias costillas doloridas, aunque no sabia si estaban rotas o si el cartilago estaba desgarrado. Si movia la cabeza demasiado deprisa, me mareaba y me daban nauseas; seguramente sufria una conmocion. Tenia la nariz rota, y mas cardenales y desolladuras de los que podia contar. Ademas estaba hambriento.
Como el hambre era lo unico que podia solucionar, cogi el pan que me quedaba y me lo comi. No fue suficiente, pero era mejor que nada. Bebi un poco de agua de un abrevadero; tenia tanta sed que no me importo que el agua estuviera agria y salobre.
Pense en marcharme de alli, pero en mi estado tendria que caminar durante horas. Ademas, no habia nada esperandome en las afueras de la ciudad, salvo kilometros y kilometros de tierras de labranza cosechadas. Ni arboles que me protegieran del viento. Ni madera para encender fuego. Ni conejos a los que ponerles cepos. Ni raices que arrancar. Ni brezo para improvisar una cama.
Tenia tanta hambre que me dolia el estomago. Alli, al menos, olia a pollo cocinandose. Habria seguido el rastro de ese olor, pero estaba mareado y me dolian las costillas. Quiza al dia siguiente alguien me diera algo de comer. De momento estaba demasiado cansado. Lo unico que queria era dormir.
Los adoquines estaban perdiendo el ultimo calor del sol y el viento soplaba cada vez con mas fuerza. Me meti en el portal de la libreria para protegerme del viento. Estaba a punto de dormirme cuando el dueno de la tienda abrio la puerta, me dio una patada y me amenazo con llamar a los guardias si no me largaba de alli. Me aleje cojeando tan aprisa como pude.
Despues encontre unas cajas vacias en un callejon. Me acurruque detras de ellas, magullado y exhausto. Cerre los ojos e intente no recordar lo que era dormir caliente y con el estomago lleno, rodeado de gente que te queria.
Esa fue la primera noche de los casi tres anos que pase en Tarbean.
21 Sotano, pan y cubo
Si hubiera comido algo podria decir que era pasada la hora de comer. Estaba mendigando en la Rambla del Comercio; hasta ese momento habia conseguido dos patadas (de un guardia y de un mercenario), tres empujones (de dos carromateros y de un marinero), una original maldicion relativa a una inverosimil configuracion anatomica (tambien del marinero) y una rociada de babas de un repugnante anciano de ocupacion indeterminada. Y un ardite de hierro. Aunque eso lo atribui mas a las leyes de la probabilidad que a la bondad humana. Hasta un cerdo ciego encuentra una bellota de vez en cuando.
Llevaba casi un mes viviendo en Tarbean, y el dia anterior habia probado por primera vez que tal se me daba robar. Fue una experiencia muy desalentadora. Me habian pillado con la mano en el bolsillo de un carnicero, y me habia llevado un porrazo tan tremendo en la cabeza que todavia me mareaba cuando intentaba ponerme en pie o girar la cabeza demasiado deprisa. Desanimado por mi primera incursion en el robo, habia decidido que ese dia me dedicaria a pedir limosna. Y de momento, el dia estaba resultando mediocre. El hambre me comprimia el estomago, y un solo ardite de pan rancio no iba a ayudarme mucho. Me estaba planteando trasladarme a otra calle cuando vi a un nino que corria hacia un mendigo mas joven que yo. Le dijo algo al oido, con prisas, y ambos se marcharon pitando. Los segui, por supuesto; todavia me quedaba algo de curiosi dad. Ademas, cualquier cosa que los alejara de la esquina de una calle bulliciosa en pleno dia merecia que le dedicase atencion. Quiza los tehlinos estuvieran repartiendo pan otra vez. O quiza hubiera volcado un carro de fruta. O quiza los guardias estuvieran ahorcando a alguien. Cualquiera de esas cosas bien valia media hora de mi tiempo.
Segui a los ninos por las sinuosas calles hasta que los vi doblar una esquina y bajar unos escalones que conducian al sotano de un edificio ruinoso. Me detuve; el sentido comun sofoco la debil chispa de mi curiosidad.
Los ninos reaparecieron al poco rato; cada uno llevaba un pedazo de pan moreno. Los vi pasar, riendo y dandose empujones. El pequeno, que no debia de tener mas de seis anos, me vio mirar¬lo y me hizo senas con la mano.
– Todavia queda un poco -dijo con la boca llena-. Pero sera mejor que te des prisa.
Mi sentido comun hizo una rapida correccion, y me dirigi con cautela hacia los escalones. Al final de los escalones habia unas tablas podridas, lo unico que quedaba de una puerta rota. Detras de las tablas atisbe un corto pasillo que conducia a una habitacion escasamente iluminada. Una joven de mirada petrea me dio un empujon y paso a mi lado sin mirarme. Tambien llevaba un trozo de pan.
Pase por encima de los trozos de puerta rota y entre en la humeda y fria habitacion. Di unos pasos, y entonces oi un debil gemido que me hizo parar en seco. Era un sonido casi animal, pero mi oido me decia que provenia de una garganta humana.
No se que esperaba encontrar, pero desde luego nada parecido a lo que encontre. Habia dos lamparas viejas alimentadas con aceite de pescado que arrojaban debiles sombras contra las pare¬des de piedra oscura. Habia seis catres en la habitacion, todos ocupados. Dos ninos que eran poco mas que bebes compartian una manta en el suelo de piedra, y otro estaba acurrucado en un monton de harapos. Un chico de mi edad estaba sentado en un oscuro rincon, con la cabeza apoyada en la pared.
Uno de los ninos se movio un poco en su catre, como si se agitara en suenos. Pero habia algo en su forma de moverse que resul¬taba extrano. Era un movimiento forzado, demasiado tenso. Me acerque y vi que el crio estaba atado al catre. Todos lo estaban.
El nino tiro de las cuerdas e hizo ese ruido que yo habia oido desde el pasillo. Entonces sono mucho mas claro, un largo y lastimero grito: «Aaaaabaaaah».
Al principio pense en todas las historias que habia oido sobre el duque de Gibea. El duque y sus secuaces secuestraron y tortu¬raron a gente durante veinte anos, hasta que la iglesia intervino y puso fin a sus atrocidades.
– Que, que -dijo una voz desde la otra habitacion. Era una voz con una inflexion extrana, como si en realidad no estuviera formulando una pregunta.
El nino del catre tiro de las cuerdas.
– Aaahbeeeh.
Un hombre entro por el umbral limpiandose las manos en la parte delantera de una tunica andrajosa.
– Que, que -repitio en el mismo tono monocorde.
Era una voz vieja y cansada, pero tambien paciente. Paciente como una roca o como una gata con gatitos. No era la clase de voz que yo le habria atribuido al duque de Gibea.