estaba Encanis, con la mascara negra tradicional y causando problemas mas graves. Y aunque yo no lo habia visto, estaba seguro de que Tehlu, con su mascara plateada, debia de rondar por los barrios mas ricos interpretando su papel. Como digo, los elementos de la fiesta eran los mismos.

Pero la forma de interpretar esos personajes era diferente. Para empezar, Tarbean era demasiado grande para que una sola troupe aportara suficientes demonios. Un centenar de troupes no habrian sido suficientes. Asi que en lugar de pagar a profesionales, que era lo mas sensato y lo mas seguro, las iglesias de Tarbean optaban por vender mascaras de demonio, lo que resultaba mas lucrativo.

Por eso, el primer dia del Gran Duelo, diez mil demonios andaban sueltos por la ciudad. Diez mil demonios aficionados, con licencia para hacer cualquier trastada que se les ocurriera.

Podria parecer que esa era una situacion ideal de la que un joven ladron sabria aprovecharse, pero en realidad era todo lo contrario. Los demonios eran siempre de la Ribera. Y aunque la mayoria se comportaban correctamente, y huian al oir el nombre de Tehlu y mantenian sus diabluras dentro de unos limites razonables, muchos no lo hacian. Los primeros dias del Gran Duelo eran peligrosos, y yo pasaba la mayor parte del tiempo evitando correr riesgos.

Pero al acercarse el Solsticio, las cosas se calmaron. El numero de demonios fue disminuyendo gradualmente, porque la gente perdia sus mascaras o se cansaba del juego. Tehlu tambien contribuyo a eliminar a unos cuantos, pero con mascara plateada o sin ella, estaba solo, y no habria podido cubrir toda Tarbean en solo siete dias.

Escogi el ultimo dia del Gran Duelo para ir a la Colina. El dia del Solsticio de Invierno la gente siempre esta de muy buen humor, y eso se traduce en buenas limosnas. Ademas, como el numero de demonios habia disminuido considerablemente, ya no era tan peligroso andar por la calle.

Me puse en marcha a primera hora de la tarde; estaba hambriento, porque no habia podido robar nada de pan. Recuerdo que me sentia vagamente emocionado. Quiza una parte de mi recordara otras Fiestas del Solsticio que habia pasado con mi familia: comidas calientes y, luego, camas calientes. Quiza me hubiera afectado el olor de las ramas que la gente amontonaba y a las que despues prendia fuego para celebrar el triunfo de Tehlu.

Ese dia aprendi dos cosas. Aprendi por que los mendigos no salen de la Ribera y aprendi que, diga lo que diga la iglesia, el Solsticio es el tiempo de los demonios.

Sali de un callejon y, de inmediato, note lo diferente que era la atmosfera en aquella zona de la ciudad.

En la Ribera, los comerciantes abordaban a la gente por la calle y la engatusaban con la esperanza de hacerla entrar en sus tiendas. Si no lo conseguian, no les importaba ponerse belicosos: maldecian e incluso intimidaban a los transeuntes.

En la Colina, los tenderos se retorcian las manos con nerviosismo. Saludaban con la cabeza, se contenian y se mostraban indefectiblemente corteses. Nunca elevaban la voz. Despues de la cruda realidad de la Ribera, tuve la impresion de haber entrado en un baile elegante. Todo el mundo llevaba ropa nueva. Todo el mundo iba limpio y parecia estar participando en una especie de compleja danza social.

Pero tambien en la Colina habia sombras. Eche un vistazo a la calle y vi a un par de hombres escondidos en el callejon, enfrente de mi. Llevaban unas bonitas mascaras de color rojo sangre, realmente fieras. Una tenia la boca abierta, y la otra sonreia mostrando unos dientes blancos y afilados. Ambos llevaban la tradicional tunica negra con capucha, y eso me parecio bien. En la Ribera, muchos demonios no se molestaban en ponerse el disfraz adecuado.

La pareja de demonios empezo a seguir a una pareja bien vestida que paseaba tranquilamente por la calle, cogida del brazo. Los demonios los siguieron con cautela durante unos treinta metros; entonces uno de ellos le arranco el sombrero al caballero y lo lanzo a un monton de nieve cercano. El otro abrazo bruscamente a la mujer y la levanto del suelo. La mujer chillo mientras su acompanante, muy desconcertado, forcejeaba con los demonios, que intentaban arrebatarle el baston.

Afortunadamente, la mujer no perdio la compostura.

– ?Tehusl ?Tehus! -grito-. ?Tehus antausa eha!

Al oir el nombre de Tehlu, las dos figuras enmascaradas se acobardaron; dieron media vuelta y echaron a correr.

Todos aplaudian. Un tendero ayudo al caballero a recuperar su sombrero. Me sorprendio mucho lo civilizado que resultaba todo. Por lo visto, en aquella parte de la ciudad hasta los demonios eran educados.

Envalentonado por lo que acababa de ver, observe a la multitud, buscando a mis mejores candidatos. Me acerque a una joven. Llevaba un vestido de color azul pastel y un chai de piel blanca. Tenia el cabello rubio y largo, con rizos alrededor de la cara.

Me acerque a ella, y la mujer me miro y se detuvo. Le oi dar un grito ahogado de sorpresa al mismo tiempo que se llevaba una mano a la boca.

– ?Unos peniques, senora? -Extendi una mano y la hice temblar un poco. La voz tambien me temblaba-. Por favor. -Intente parecer tan insignificante y desesperado como me sentia, arrastrando los pies sobre la fina capa de nieve gris.

– Pobrecillo mio -dijo la mujer con un hilo de voz. Rebusco en su bolso, sin poder o sin querer quitarme los ojos de encima. Pasados unos instantes, miro en su bolso y extrajo algo de el. Cuando me doblo los dedos alrededor del objeto, note el frio y tranquilizador peso de una moneda.

– Gracias, senora -dije automaticamente. Mire un momento y atisbe un destello de plata entre mis dedos. Abri la mano y vi un penique de plata. Un penique de plata enterito.

Abri la boca. Un penique de plata equivalia a diez peniques de cobre, o a cincuenta peniques de hierro. Es mas, equivalia a tener el estomago lleno todas las noches durante medio mes. Con un penique de hierro, podria dormir en el suelo en el Ojo Rojo; con dos, podria dormir frente a la chimenea, junto a las brasas. Podria comprarme una manta y esconderla en los tejados, y calentarme con ella todo el invierno.

Mire a la mujer, que seguia contemplandome con gesto compasivo. Ella no podia saber todo lo que habia puesto al alcance de mi mano con lo que acababa de hacer.

– Gracias, senora -dije con la voz quebrada. Recorde una de las cosas que deciamos cuando vivia en la troupe-: Que todas sus historias sean alegres, y que todos sus caminos sean cortos y llanos.

Ella me sonrio, y quiza me habria dicho algo, pero note una sensacion extrana en la nuca. Alguien me estaba observando. Cuando vives en la calle, o desarrollas una sensibilidad especial para detectar ciertas cosas, o tu vida esta condenada a ser breve y desgraciada.

Gire la cabeza y vi a un tendero que hablaba con un guardia y que me senalaba. No era un guardia como los de la Ribera. Iba erguido y bien afeitado. Llevaba un jubon de cuero negro con tachones, e iba provisto de un garrote forrado de laton, tan largo como su brazo. Alcance a oir parte de lo que le estaba diciendo el tendero.

– … clientes. ?Quien va a comprar chocolate si…? -me senalo otra vez y dijo algo que no oi- ?… le paga? Eso es. Quiza deberia mencionar…

El guardia giro la cabeza y miro hacia donde estaba yo. Le vi los ojos. Me di la vuelta y eche a correr.

Me meti en el primer callejon que encontre; las finas suelas de mis zapatos resbalaban por la delgada capa de nieve que cubria el suelo. Oi las pesadas botas del guardia pisando detras de mi; me meti por otro callejon que salia del primero.

Me ardia el pecho. Buscaba un sitio por donde meterme, un sitio donde escabullirme. Pero no conocia esa parte de la ciudad. No habia montones de desperdicios donde esconderme, ni edificios en ruinas por los que trepar. Note como la grava, fria y afilada, cortaba la suela de uno de mis zapatos. Segui corriendo, pese a notar un fuerte dolor en el pie.

Doble tres esquinas y fui a dar a un callejon sin salida. Estaba trepando por una de las paredes cuando note una mano que se cerraba alrededor de mi tobillo y tiraba de mi hacia abajo.

Me golpee la cabeza contra los adoquines y todo empezo a darme vueltas. El guardia me levanto del suelo sujetandome por el pelo y por una muneca.

– Te crees muy listo, ?verdad? -dijo jadeando y echandome el aliento en la cara. Olia a cuero y a sudor-. Ya eres mayorcito, deberias saber que no debes correr. -Me zarandeo bruscamente y me retorcio el pelo. Grite mientras el callejon oscilaba alrededor de mi.

El guardia me apoyo contra una pared.

– Y deberias saber que no puedes venir a la Colina. -Siguio zarandeandome-. ?Eres mudo, chico?

– No -dije, medio atontado, mientras tocaba la fria pared con la mano que tenia libre-. No.

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