Mi respuesta lo enfurecio.

– ?No? -dijo con rabia-. Me has hecho quedar mal, chico. Podrian amonestarme. Si no eres mudo, debe de ser que necesitas una leccion. -Me levanto y me tiro. Me golpee el codo contra el suelo y se me quedo el brazo insensible. Sin querer, abri la mano con que aferraba un mes de comida, mantas calientes y zapatos secos. Un valioso objeto salio despedido y fue a parar al suelo con un breve tintineo.

Apenas lo note. El aire produjo un zumbido e, inmediatamente despues, el garrote del guardia se estrello contra mi pierna. El tipo me gruno:

– No vuelvas a la Colina, ?entendido? -Volvio a pegarme con el garrote, esa vez entre los omoplatos-. Los hijos de puta como tu no podeis pasar de la calle del Barbecho. ?Entendido? -Me dio un reves en la cara; note el sabor de la sangre y mi cabeza reboto en los adoquines cubiertos de nieve.

Me hice un ovillo mientras el guardia me decia entre dientes:

– Y yo trabajo en la calle del Molino y en el mercado del Molino, asi que no-vuelvas-mas-por-aqui. -Enfatizo cada palabra con un golpe de garrote-. ?Me has entendido?

Me quede alli tendido, temblando sobre la nieve revuelta, confiando en que todo hubiera terminado y en que el guardia se marchara.

– ?Entendido? -Me dio una patada en el estomago y note que se rompia algo dentro de mi.

Di un grito, y debi de farfullar algo. Al ver que no me levantaba, el guardia me dio otra patada y se marcho.

Creo que me desmaye, o al menos me quede aturdido. Cuando por fin recobre los sentidos, estaba anocheciendo. Estaba muerto de frio. Me arrastre por la nieve fangosa y por la basura humeda buscando a tientas el penique de plata; tenia los dedos tan entumecidos por el frio que apenas podia moverlos.

Tenia un ojo hinchado -no podia separar del todo los parpados- y sangre en la boca, pero segui buscando hasta que la luz del anochecer se extinguio por completo. Aunque el callejon estaba negro como boca de lobo, segui removiendo la nieve con las manos; en el fondo, sabia que tenia los dedos tan ateridos que, aunque tuviera la suerte de tocar la moneda, no la notaria.

Me apoye en la pared para levantarme y me puse a andar. El pie que me habia lastimado me impedia avanzar deprisa. El dolor me atenazaba la pierna con cada paso que daba, e intente utilizar la pared como muleta para no apoyar tanto peso en ella.

Llegue a la Ribera, la parte de la ciudad donde me sentia mas en mi casa. Tenia el pie agarrotado e insensible a causa del frio, y aunque eso preocupaba a mi parte mas racional, mi parte mas pragmatica se alegraba de que al menos hubiera una parte del cuerpo que no me doliera.

Mi escondite estaba a varios kilometros y la cojera me obligaba a avanzar muy despacio. Debi de caerme. No lo recuerdo, pero si recuerdo estar tendido sobre la nieve y darme cuenta de lo maravillosamente comodo que estaba. Note que el sueno me cubria poco a poco como una gruesa manta, como la muerte.

Cerre los ojos. Recuerdo el profundo silencio de la calle desierta a mi alrededor. Estaba demasiado entumecido y cansado para sentir miedo. En mi delirio, imaginaba la muerte con forma de un gran pajaro con alas de fuego y sombras. Estaba suspendida sobre mi, observandome pacientemente, esperandome…

Me dormi, y el gran pajaro me envolvio con sus llameantes alas. Imagine un calor delicioso. Entonces el pajaro me clavo las garras, desgarrandome…

No, solo era el dolor de mis costillas rotas. Alguien me habia dado la vuelta.

Adormilado, abri un ojo y vi a un demonio inclinado sobre mi. En mi estado de credulidad y confusion, la vision de aquella figura con mascara de demonio me sobresalto y me hizo despertar del todo; el tentador calor que habia sentido unos momentos antes se desvanecio, dejandome el cuerpo flojo y sin fuerzas.

– Si lo es. Ya te lo he dicho. ?Hay un nino tendido en la nieve! -El demonio me levanto del suelo.

Ya despierto, me fije en que la mascara era completamente negra. Era Encanis, el Senor de los Demonios. Me levanto del suelo y empezo a sacudirme la nieve que me cubria.

Con mi ojo bueno vi otra figura con una mascara de color verde palido.

– Vamos… -dijo ese otro demonio con apremio; su voz, femenina, resonaba detras de la hilera de puntiagudos dientes.

Encanis no le hizo caso.

– ?Estas bien? -me pregunto.

No supe que responder, asi que me concentre en conservar el equilibrio mientras el hombre seguia sacudiendome la nieve con la manga de su tunica negra. Oi el sonido de cornetas a lo lejos.

El demonio de la mascara verde miro con nerviosismo hacia el final de la calle.

– Si nos alcanzan, estamos perdidos -dijo entre dientes.

Encanis me quito la nieve del pelo con sus dedos enguantados; entonces hizo una pausa y se inclino un poco mas para examinarme la cara. Yo no lograba enfocar su negra mascara.

– Por el cuerpo de Dios, Holly, a este chico le han dado una paliza tremenda. Y el dia del Solsticio, nada menos.

– Guardia -consegui decir con voz ronca, y volvi a notar el sabor de la sangre.

– Estas helado -dijo Encanis, y empezo a frotarme los brazos y las piernas con las manos, tratando de activar mi circulacion-. Tendras que venir con nosotros.

Volvieron a oirse las cornetas, mas cerca y mezcladas con el debil murmullo de una multitud.

– No digas estupideces -dijo el otro demonio-. No esta en condiciones de correr por la ciudad.

– Tampoco esta en condiciones de quedarse aqui -le espeto Encanis, y siguio masajeandome los brazos y las piernas con fuerza. Poco a poco, empece a recuperar la sensibilidad; basicamente, lo que sentia era unas punzadas de calor, un cosquilleo que era un doloroso vestigio del reconfortante calor que habia sentido un minuto antes, cuando me estaba quedando dormido. El dolor me apunalaba cada vez que el demonio me tocaba un cardenal, pero mi cuerpo estaba demasiado cansado para esquivarlo.

El demonio de la mascara verde se acerco y puso una mano sobre el hombro de su acompanante.

– ?Tenemos que irnos, Gerrek! Ya cuidara alguien de el. -Intento llevarse a su amigo, pero no lo consiguio-. Si nos encuentran aqui, pensaran que hemos sido nosotros.

El hombre de la mascara negra solto una palabrota; luego asintio y empezo a rebuscar debajo de su tunica.

– No vuelvas a tumbarte -me dijo con tono apremiante-. Y metete en algun sitio donde puedas calentarte. -El gentio se habia acercado lo suficiente para que yo distinguiera voces aisladas en medio del ruido de cascos de caballos y del chirriar de ruedas de madera. El hombre de la mascara negra me tendio una mano.

Tarde un momento en enfocar lo que me estaba mostrando: un talento de plata, mas grueso y mas pesado que el penique que yo habia perdido. Era tanto dinero que apenas podia pensar en el.

– Vamos, cogelo.

El desconocido era pura oscuridad: capa negra con capucha, mascara negra, guantes negros. Encanis estaba delante de mi ofreciendome una moneda de plata en la que se reflejaba la luz de la luna. Recorde la escena de Daeonica en que Tarso vende su alma.

Cogi el talento, pero tenia la mano tan entumecida que no lo notaba. Tuve que mirarme la mano para asegurarme de que mis dedos lo sujetaban. Imagine que sentia un calor extendiendose por mi brazo, y me senti fortalecido. Sonrei al desconocido de la mascara negra.

– Quedate tambien mis guantes. -Se los quito y me los puso contra el pecho. Entonces la mujer de la mascara verde se llevo a mi benefactor antes de que yo pudiera darle las gracias. Los vi marchar. Sus tunicas oscuras les hacian parecer fragmentos de sombras contra los oscuros colores de las calles de Tarbean iluminadas por la luna.

Ni siquiera habia transcurrido un minuto cuando vi aparecer la antorcha de los festejos, que doblaba la esquina y venia hacia mi. Las voces de un centenar de hombres y mujeres que cantaban y gritaban se me echaron encima como olas. Me aparte hasta que note que mi espalda se apoyaba contra la pared; fui deslizandome debilmente hasta encontrar un portal.

Observe a la multitud desde el rincon del portal. La gente pasaba gritando y riendo. Tehlu, alto y orgulloso, iba en la parte de atras de un carro tirado por cuatro caballos blancos. Su mascara, plateada, relucia bajo la luz de la antorcha. Vestia una inmaculada tunica blanca, con ribetes de piel en el cuello y en los punos. Unos sacerdotes de tunicas grises iban a pie, junto al carro, haciendo sonar campanillas y recitando oraciones. Muchos llevaban las gruesas cadenas de hierro de los sacerdotes penitentes. Los sonidos de las voces y las campanillas,

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