de los rezos y las cadenas se mezclaban hasta formar una especie de musica. Todos miraban a Tehlu. Nadie me vio, pues estaba bien protegido por la oscuridad del portal.
Tardaron casi diez minutos en pasar todos; entonces sali de mi escondite e inicie el regreso a casa. Iba muy despacio, pero me sentia fortalecido por la moneda que llevaba en el puno. De vez en cuando miraba el talento para asegurarme de que mi entumecida mano todavia lo sujetaba con fuerza. Queria ponerme los guantes que me habian regalado, pero temia que al hacerlo se me cayera la moneda y la perdiera en la nieve.
No se cuanto tarde en llegar. Caminar me hizo entrar en calor, aunque todavia tenia los pies agarrotados e insensibles. Cuando mire por encima del hombro, vi el rastro de sangre que dejaba mi pie herido. Eso, curiosamente, me tranquilizo. Un pie que sangra es mejor que un pie completamente congelado.
Pare en la primera posada que encontre, el Hombre Risueno. Dentro habia musica y mucho jolgorio. Evite la puerta principal y me dirigi al callejon de la parte de atras. Habia un par de muchachas charlando en la puerta de la cocina, escaqueandose de sus tareas.
Fui cojeando hasta ellas, utilizando la pared como muleta. Ellas no me vieron hasta que casi me tuvieron encima. La mas joven me miro y lanzo un grito de asombro.
Di un paso mas hacia ellas.
– ?Podriais traerme comida y una manta? Tengo dinero. -Estire un brazo, y me asuste al ver como me temblaba la mano, manchada de sangre de cuando me habia tocado la cara. Notaba la cara interna de la mejilla en carne viva. Me dolia al hablar-. Por favor.
Ellas me miraron un momento, mudas de asombro. Entonces se miraron, y la mayor de las dos le hizo senas a la otra para que entrara en la posada. La mas joven desaparecio por la puerta sin decir nada. La mayor, que debia de tener dieciseis anos, se acerco a mi y me tendio una mano.
Le di la moneda y deje caer pesadamente el brazo junto al costado. Ella miro la moneda y se metio en la cocina sin volver a mirarme.
Dejaron la puerta abierta, y oi los calidos y ajetreados sonidos de una posada en plena actividad: el debil murmullo de las conversaciones, salpicado de risas; el tintineo del cristal de las botellas; y los sordos golpazos de las jarras de madera sobre los tableros de las mesas.
Y, suavemente entretejido en todo aquello, la musica de fondo de un laud. Era debil, los otros ruidos la apagaban casi por completo, pero yo la distingui con la misma claridad con que una madre distingue el llanto de su hijo aunque este lejos de el. Esa musica era como un recuerdo de la familia, de la amistad y de la agradable sensacion de pertenencia a algo. Hizo que se me retor-cieran las tripas y que me dolieran los dientes. Por un instante, dejaron de dolerme las manos de frio: ansiaban sentir la musica corriendo por ellas.
Arrastre lentamente los pies y di un paso adelante. Poco a poco, sujetandome a la pared, me aparte de la puerta hasta que deje de oir la musica. Entonces di otro paso, hasta que volvieron a dolerme las manos de frio y hasta que solo note en el pecho el dolor que me producian las costillas rotas. Esos eran unos dolores mas simples y mas faciles de soportar.
No se cuanto tiempo tardaron las dos muchachas en regresar. La mas joven me dio una manta en la que habia algo envuelto. Lo aprete contra el lastimado pecho. Parecia desproporcionadamente pesado para su tamano, pero me temblaban los brazos bajo su propio peso, asi que era dificil decirlo. La mayor me ofrecio una pequena bolsa de dinero, llena; la cogi tambien, y la agarre con tanta fuerza que me dolieron los dedos, rigidos de frio.
La muchacha me miro.
– Si quieres puedes echarte en un rincon junto al fuego -dijo.
La mas joven se apresuro a asentir y anadio:
– A Nattie no le importara. -Se me acerco para cogerme del brazo.
Me aparte bruscamente y estuve a punto de caerme.
– ?No! -quise gritar, pero solo emiti un debil graznido-. No me toques. -Me temblaba la voz, aunque no sabia si estaba enfadado o asustado. Me aparte, tambaleandome, hasta llegar a la pared. Oi mi propia voz, pastosa-: No, gracias.
La mas joven rompio a llorar, con los brazos colgando, inutiles, al lado del cuerpo.
– Tengo un sitio adonde ir. -Se me quebro la voz y me di la vuelta. Me aleje de alli tan aprisa como pude. No sabia con certeza de que huia, a menos que fuera de la gente. Esa era otra leccion que habia aprendido, quiza demasiado bien: la gente hacia dano. Oi unos sollozos amortiguados detras de mi. Me parecio que tardaba una eternidad en llegar a la esquina.
Llegue a mi escondite, donde confluian los tejados de dos edificios bajo el alero de un tercero. No se como consegui trepar hasta alli.
Envuelta en la manta habia una botella de vino con especias, una hogaza de pan recien hecho y una pechuga de pavo mas grande que mis dos punos. Me envolvi con la manta y me aparte del viento, porque empezaba a nevar otra vez. Los ladrillos de la chimenea que tenia detras desprendian un calor prodigioso.
El primer trago de vino hizo que me ardiera el corte que tenia en la boca. Pero el segundo no me hizo tanto dano. El pan estaba tierno y el pavo, todavia caliente.
Desperte a medianoche, cuando empezaron a sonar todas las campanas de la ciudad. La gente corria y gritaba por las calles. Los siete dias del Gran Duelo habian terminado. Habia pasado el Solsticio de Invierno y habia empezado un nuevo ano.
23 La rueda ardiente
Permaneci en mi escondite toda la noche y desperte tarde al dia siguiente. Todo mi cuerpo se habia tensado formando un prieto nudo de dolor. Como todavia tenia comida y un poco de vino, me quede donde estaba en lugar de intentar bajar a la calle, por miedo a caerme.
El cielo estaba nublado y soplaba un viento humedo y pertinaz. Caia aguanieve mas alla de la proteccion del saliente del tejado. Notaba el calor de la chimenea en la espalda, pero ese calor no era suficiente para secarme la manta ni la ropa empapada.
No tarde mucho en terminarme el pan y el vino, y despues pase la mayor parte del tiempo royendo los huesos del pavo e intentando calentar nieve en la botella de vino para poder bebermela. Ninguna de las dos cosas resulto muy productiva, y acabe comiendo punados de nieve fangosa que me dejaron temblando y con sabor a brea en la boca.
Pese a las lesiones, por la tarde me quede dormido y desperte a altas horas de la noche envuelto en un calor maravilloso. Me quite la manta de encima y me aparte de la chimenea, demasiado caliente; volvi a despertar casi al amanecer, temblando y empapado de sudor. Me sentia extrano, mareado y embotado. Volvi a acu-rrucarme junto a la chimenea y pase el resto del dia nervioso y afiebrado, entrando y saliendo del sueno.
No recuerdo como consegui bajar del tejado, delirando de fiebre y casi paralizado. No recuerdo haber recorrido las calles de Cererias y Embaladores. Solo recuerdo que me cai por la escalera que conducia al sotano de Trapis, agarrando con fuerza la bolsa de dinero llena. Me quede alli tumbado, temblando y sudando, y al poco rato oi las debiles pisadas de sus pies desnudos sobre la piedra.
– Que, que -dijo suavemente Trapis al levantarme-. Ya va, ya va.
Trapis me cuido durante los largos dias que duro la fiebre. Me arropo con mantas, me dio de comer, y como la fiebre no daba senales de bajar por sus propios medios, empleo el dinero que yo habia llevado para comprarme una medicina agridulce. Mantenia mi cara y mis manos humedas y frias mientras murmuraba con paciencia y ternura: «Que, que. Ya va, ya va», mientras yo lloraba despues de tener interminables suenos en que aparecian mis padres, los Chandrian y un hombre con ojos vacios.
Desperte fresco y con la mente despejada.
– ?Ooooriaaaa! -grito Tanee, que estaba atado en su camastro.
– Que, que. Ya va, ya va -dijo Trapis mientras dejaba a uno de los bebes y cogia a otro. El bebe miraba alrededor con los ojos oscuros muy abiertos, como una lechuza, pero parecia incapaz de mantener erguida la cabeza. La habitacion estaba en silencio.
– ?Ooooriaaaa! -repitio Tanee.