– ?Por que, Reshi? -Las palabras salieron a borbotones por la boca de Bast-. ?Por que te quedaste alli, si tan terrible era?
Kvothe asintio con la cabeza, como si estuviera esperando esa pregunta.
– ?Adonde querias que fuera, Bast? Todos mis conocidos habian muerto.
– Todos no -insistio Bast-. Estaba Abenthy. Podrias haber acudido a el.
– Hallowfell estaba a cientos de kilometros, Bast -dijo Kvothe con voz cansina mientras iba hacia el otro lado de la estancia y pasaba detras de la barra-. Cientos de kilometros sin los mapas de mi padre para guiarme con ellos. Cientos de kilometros sin un carromato en el que viajar o en el que dormir. Sin ayuda de ninguna clase, ni dinero, ni zapatos. Supongo que no era un viaje imposible. Pero para un nino como yo, traumatizado todavia por la muerte de sus padres…
Kvothe sacudio la cabeza.
– No. En Tarbean, al menos, podia mendigar o robar. Habia logrado sobrevivir un verano en el bosque, a duras penas. Pero el invierno… -Nego con la cabeza-. Habria muerto de hambre o de frio.
De pie detras de la barra, Kvothe lleno su copa de madera y empezo a anadirle pellizcos de especias que cogia de diversos recipientes; luego fue hasta la gran chimenea de piedra con gesto pensativo.
– Tienes razon, claro. Cualquier sitio habria sido mejor que Tarbean.
Se paro delante del fuego y se encogio de hombros.
– Pero los humanos somos animales de costumbres. Tendemos a caminar por los surcos que nos vamos labrando. Quiza hasta lo considerara justo. Mi castigo por no haber estado alli para ayudar cuando llegaron los Chandrian. Mi castigo por no morir cuando deberia haber muerto, con el resto de mi familia.
Bast abrio la boca; luego la cerro y agacho la cabeza, frunciendo el ceno.
Kvothe miro por encima del hombro y esbozo una amable sonrisa.
– No digo que sea razonable, Bast. Las emociones, por definicion, no son razonables. Ahora no me siento asi, pero entonces si. Lo recuerdo. -Se volvio hacia el fuego-. Las ensenanzas de Ben
Kvothe cogio una piedra caliente de la chimenea y la metio en su copa de madera. La piedra se hundio produciendo un intenso silbido. La estancia se impregno de olor a clavo y a nuez moscada. Kvothe removio la sidra con una cuchara larga mientras se dirigia de nuevo hacia la mesa.
– Tambien debes recordar que no estaba en mi sano juicio. Todavia seguia conmocionado; adormilado, si lo prefieres. Necesitaba que algo o alguien me despertara.
Le hizo una sena a Cronista, que agito la mano con que escribia para desentumecerla y destapo su tintero. Kvothe se recosto en el asiento.
– Necesitaba que me recordaran cosas que habia olvidado. Necesitaba una razon para marcharme de alli. Pasaron anos hasta que conoci a alguien que podia hacerlo. -Miro a Cronista con una sonrisa en los labios-. Hasta que conoci a Skarpi.
26 La otra cara de Lanre
Ya llevaba varios anos en Tarbean. Habia cumplido anos tres veces sin enterarme, y tenia poco mas de quince. Sabia sobrevivir en la Ribera. Me habia convertido en un mendigo y un ladron consumado. Los cierres y los bolsillos se abrian con solo rozarlos mis dedos. Sabia en que casas de empenos te compraban articulos «de un tio mio» sin hacer preguntas.
Todavia iba vestido con harapos y seguia pasando hambre, pero ya no corria peligro de morir de inanicion. Poco a poco habia ido ahorrando dinero. Incluso tras un duro invierno durante el que a menudo me vi obligado a pagar para dormir en un sitio caliente, tenia ahorrados mas de veinte peniques de hierro. Para mi era como el tesoro de un dragon.
Habia acabado por sentirme comodo alli. Pero aparte del deseo de ahorrar mas dinero, mi vida no tenia sentido. No habia nada que me motivara. No tenia ningun objetivo. Pasaba los dias buscando cosas que robar y formas de distraerme.
Pero eso habia cambiado unos dias atras en el sotano de Trapis. Habia oido hablar a una nina, con admiracion, de un narrador que estaba siempre en una taberna del Puerto llamada el Medio Mastil. Por lo visto, contaba una historia todos los dias, al sonar la sexta campanada. Se jactaba de poder contar cualquier historia que le pidieras. Es mas, la nina explico que aquel tipo aceptaba apuestas. Si no conocia tu historia, te daba un talento.
Pase el resto del dia cavilando sobre lo que habia dicho esa nina. Dudaba que fuera cierto, pero no podia evitar pensar en lo que podria hacer con un talento de plata. Podria comprarme unos zapatos, y quiza un cuchillo; podria darle dinero a Trapis, y aun asi doblaria mis ahorros.
Aunque lo de las apuestas fuera mentira, sentia curiosidad. En la calle no era facil encontrar entretenimiento. De vez en cuando, una troupe de pilludos representaba una obra en una esquina; a veces oia tocar a un violinista en alguna taberna. Ahora bien, los espectaculos de verdad costaban dinero, y los peniques que tanto me habia costado ganar eran demasiado valiosos para despilfarrarlos.
Pero habia un problema. El Puerto no era un barrio seguro para mi.
Me explicare. Mas de un ano atras, habia visto a Pike caminando por la calle. Era la primera vez que lo veia desde mi primer dia en Tarbean, cuando sus amigos y el me asaltaron en aquel callejon y destrozaron el laud de mi padre.
Lo segui con cautela durante casi un dia entero, guardando la distancia y sin apartarme de las sombras. Al final, Pike se metio en un pequeno callejon del Puerto donde tenia su propia version de mi escondrijo. El suyo era un nido de cajas rotas con las que habia improvisado un refugio para protegerse de las inclemencias del tiempo.
Pase toda la noche encaramado en el tejado, esperando a que Pike saliera de su refugio por la manana. Entonces baje a su nido de cajas y lo registre. Era acogedor, y en el se acumulaban las pequenas posesiones recogidas durante varios anos. Encontre una botella de cerveza y me la bebi. Tambien encontre medio queso que me comi, y una camisa que robe, porque no estaba tan harapienta como la mia.
Segui buscando y encontre otras bagatelas, entre ellas una vela, un ovillo de cuerda y unas canicas. Lo mas sorprendente fueron unos trozos de lona con una cara de mujer dibujada al carbon. Tuve que revolver casi durante diez minutos hasta que encontre lo que en realidad estaba buscando. Escondido detras de todo lo demas habia una cajita de madera muy manoseada. Dentro habia un ramillete de violetas secas atadas con una cinta blanca, un caballo de juguete que habia perdido casi toda su crin de cuerda, y un mechon de pelo rubio y rizado.
Tarde varios minutos en encender el fuego, utilizando pedernal y eslabon. Las violetas eran una buena yesca y, al poco rato, empezaron a ascender unas densas nubes de humo. Me quede alli de pie viendo como las llamas devoraban todo lo que Pike amaba.
Pero me quede demasiado rato saboreando aquel momento. Pike llego corriendo con un amigo por el callejon, atraido por el humo, y yo me vi atrapado. Furioso, Pike se abalanzo sobre mi. Media casi un palmo mas que yo, y pesaba veinte kilos mas. Peor aun: tenia un trozo de cristal con un extremo envuelto con cordel, y lo usaba como punal.
Me clavo el cristal en el muslo, por encima de la rodilla, antes de que yo le agarrara la mano y se la aplastara contra los adoquines, obligandole a soltarlo. Despues Pike todavia se las ingenio para dejarme un ojo morado y romperme varias costillas, antes de que yo consiguiera pegarle una patada en la entrepierna y largarme. Pike me persiguio cojeando y gritando que me mataria por lo que habia hecho.
Le crei. Me cure la herida de la pierna, cogi todo el dinero que habia ahorrado y compre cinco pintas de dreg, un licor barato y asqueroso lo bastante fuerte para hacerte ampollas en la boca. Entonces me fui cojeando al Puerto y espere a que me vieran Pike y sus amigos.
No tardaron mucho. Deje que Pike y dos de sus amigos me siguieran durante medio kilometro; pasamos por Sastrerias y llegamos a Cererias. Yo no me apartaba de las calles principales, porque sabia que no se atreverian a atacarme en plena luz del dia y con gente alrededor.