de tantos anos, desperezandose para despertar en los tejados de Tarbean.
Pase el resto de la noche abriendo las puertas de mi mente. Dentro encontre cosas que habia olvidado hacia mucho tiempo: mi madre combinando palabras para componer una cancion, ejercicios de diccion para actuar, tres recetas de te para calmar los nervios y favorecer el sueno, escalas de laud.
Mi musica. ?De verdad hacia anos que no tenia un laud en las manos?
Pase mucho tiempo pensando en los Chandrian, en lo que le habian hecho a mi troupe, en lo que me habian arrebatado. Recorde la sangre y el olor a pelo quemado y senti arder en mi pecho una rabia sorda y profunda. Confieso que esa noche tuve pensamientos vengativos y tenebrosos.
Pero los anos que habia pasado en Tarbean me habian infundido un ferreo pragmatismo. Sabia que la venganza no era mas que una fantasia infantil. Tenia quince anos. ?Que podia hacer yo?
Sin embargo sabia una cosa. Se me habia ocurrido mientras estaba alli tumbado, recordando. Era algo que Haliax le habia dicho a Ceniza. «?Quien te protege de los Amyr? ?De los cantantes? ?De los Sithe? ?De todo lo que podria hacerte dano?»
Los Chandrian tenian enemigos. Si lograba encontrarlos, ellos me ayudarian. No tenia ni idea de quienes eran los cantantes ni los Sithe, pero todo el mundo sabia que los Amyr eran los caballeros de la iglesia, la poderosa mano derecha del imperio de Atur. Desgraciadamente, todo el mundo sabia tambien que hacia trescientos anos que no existian los Amyr. Se habian disuelto tras la caida del imperio de Atur.
Pero Haliax habia hablado de ellos como si todavia existieran. Y la historia de Skarpi sugeria que los Amyr habian empezado con Selitos, no con el imperio de Atur, como a mi siempre me habian ensenado. Era evidente que habia mas cosas que yo necesitaba saber.
Cuanto mas pensaba en ello, mas preguntas surgian. Resultaba obvio que los Chandrian no mataban a todo el que recogiera historias o cantara canciones sobre ellos. Todo el mundo sabia alguna historia sobre los Chandrian, y todos los ninos del mundo, en un momento u otro, han cantado esa cancioncilla absurda sobre sus senales. ?Que era lo que hacia que la cancion de mis padres fuera diferente?
Tenia muchas preguntas. Y solo podia ir a un sitio, por supuesto.
Repase mis escasas posesiones. Tenia una manta raida y un saco de arpillera relleno con un poco de paja que utilizaba como almohada. Tenia una botella de medio litro llena de agua, con un tapon de corcho. Un trozo de lona que sujetaba con unos ladrillos y utilizaba como cortavientos en las noches frias. Un par de terrones de sal y un zapato gastado que me iba pequeno, pero que esperaba poder cambiar por alguna otra cosa.
Y veintisiete peniques de hierro en moneda corriente. Todos mis ahorros. Unos dias atras, me habia parecido un tesoro inmenso, pero ahora sabia que nunca seria suficiente.
Mientras salia el sol, saque
Lo abri y lei lo que Ben habia escrito en la guarda hacia mas de tres anos:
Kvothe:
Defiendete bien en la Universidad. Haz que este orgulloso de ti. Recuerda la cancion de tu padre. Ten cuidado con el delirio. Tu amigo,
Abenthy
Asenti para mi y pase la pagina.
30 La cubierta rota
El letrero de la jamba de la puerta rezaba la cubierta rota. Lo interprete como una senal auspiciosa y entre.
Habia un hombre sentado detras de un mostrador. Deduje que era el propietario. Era alto y delgado, con calva incipiente. Tenia en las manos un libro de contabilidad, y levanto la vista con cierta expresion de fastidio. Decidi reducir al minimo las sutilezas; fui hacia el mostrador y puse mi libro encima.
– ?Cuanto me daria por esto?
El hombre lo hojeo con aire de profesional, palpando el papel y examinando la calidad de la encuademacion. Se encogio de hombros y dijo:
– Un par de iotas.
– ?Vale mucho mas! -proteste, indignado.
– Vale lo que te den por el -replico sin alterarse-. Te doy una y media.
– Dos talentos, y tengo la opcion de volver a comprarlo dentro de un mes.
El tipo dio una breve y acartonada risotada.
– Esto no es una casa de empenos. -Empujo el libro hacia mi con una mano y cogio su pluma con la otra.
– ?Veinte dias?
Vacilo un momento; le echo otro rapido vistazo al libro y saco su bolsa de dinero. Extrajo dos pesados talentos de plata. Hacia mucho, muchisimo tiempo que yo no veia tanto dinero junto.
Me acerco las monedas deslizandolas por el mostrador. Contuve el impulso de agarrarlas de inmediato y dije:
– Necesito un recibo.
Esa vez me lanzo una mirada tan dura y tan larga que empece a ponerme un poco nervioso. Entonces cai en la cuenta del aspecto que debia de ofrecer, cubierto de la suciedad acumulada en las calles durante un ano, tratando de obtener un recibo por un libro que, evidentemente, habia robado.
Al final, el tipo se encogio de hombros y garabateo algo en un trozo de papel. Trazo una linea y la senalo con la pluma:
– Firma aqui.
Lei lo que habia escrito:
Yo, el abajo firmante, atestiguo que no se leer ni escribir.
Mire al librero, que permanecio imperturbable. Moje el plumin y, con mucho cuidado, escribi «A. I.», como si fueran mis iniciales.
El tipo agito el trozo de papel para que se secara la tinta y me acerco el «recibo».
– ?Que significa la «A»? -me pregunto esbozando una sonrisa.
– Anulacion -conteste-. Significa invalidar algo, hacer que resulte nulo. Generalmente, un contrato. La «I» es de Incineracion. Que consiste en arrojar a alguien al fuego. -El tipo me miro sin comprender-. La incineracion es el castigo por falsificacion en Junpui. Creo que los recibos falsos entran en esa categoria.
No hice el menor ademan de tocar el dinero ni el recibo. Se produjo un tenso silencio.
– No estamos en Junpui -argumento el individuo controlando la expresion de su rostro.
– Cierto -admiti-. Tiene usted dotes para la malversacion. Quiza deberia anadir una «M».
El hombre dio otra fuerte risotada y sonrio.
– Me has convencido, joven maestro. -Saco otro trozo de papel y me lo puso delante-. Escribe tu el recibo, y yo lo firmare.
Cogi la pluma y escribi: «Yo, el abajo firmante, me comprometo a devolver el libro
Levante la cabeza.
– ?Que dia es hoy?
– Odren. Treinta y ocho.