barra y saque un penique de mi bolsa.
– ?Cual es el mejor sitio para buscar una caravana que se dirija hacia el norte? -pregunte.
– El Solar del Arriero, en la Colina. Esta medio kilometro mas alla del molino de la calle de los Vergeles.
Al oirle mencionar la Colina senti un escalofrio. Lo ignore lo mejor que pude y asenti con la cabeza.
– Tiene usted una posada muy bonita. Me consideraria muy afortunado si tuviera una parecida cuando sea mayor. -Le di el penique.
El posadero esbozo una amplia sonrisa y me devolvio el penique.
– Con esos cumplidos tan generosos, puedes volver cuando quieras.
32 Cobres, zapateros y multitudes
Faltaba cerca de una hora para mediodia cuando sali a la calle. El sol ya estaba muy alto, y notaba el calor de los adoquines en la planta de los pies. Los ruidos del mercado formaban un irregular murmullo a mi alrededor; intente disfrutar de la agradable sensacion de tener el estomago lleno y el cuerpo limpio.
Pero notaba una vaga inquietud en la boca del estomago. Era una sensacion parecida a la que tienes cuando alguien te mira la nuca. Me acompano hasta que me pudo el instinto y, rapido como un pez, me cole por un callejon.
Me quede de pie, apoyado contra una pared, esperando, y esa extrana sensacion fue desapareciendo. Pasados unos minutos, empece a sentirme estupido. Confiaba en mi instinto, pero a veces daba falsas alarmas. Espere unos minutos mas para asegurarme, y luego volvi a la calle.
La sensacion de desasosiego regreso casi de inmediato. La ignore mientras trataba de averiguar de donde provenia. Pero cinco minutos mas tarde, perdi el valor y volvi a meterme por una callejuela, escudrinando a la multitud para ver quien me seguia.
Nadie. Hicieron falta media hora de nerviosismo y dos callejones mas para que averiguara que estaba pasando.
Resultaba extrano caminar en medio de la multitud.
En los dos ultimos anos, las multitudes se habian convertido para mi en parte del decorado de la ciudad. Podia utilizar al gentio para esconderme de un guardia o de un tendero. Podia moverme a traves de la muchedumbre para llegar a donde quisiera ir.
Hasta podia avanzar en la misma direccion que la multitud, pero nunca formaba parte de ella.
Estaba tan acostumbrado a que me ignoraran, que casi eche a correr cuando el primer comerciante se me acerco para venderme algo.
Una vez que hube identificado que era eso lo que me inquietaba, la mayor parte de esa inquietud desaparecio. Generalmente, el miedo proviene de la ignorancia. Una vez que supe cual era el problema, este paso a ser solo un problema y no algo que temer.
Como ya he mencionado, Tarbean se dividia en dos partes: la Colina y la Ribera. La Ribera era pobre; la Colina era rica. La Ribera apestaba; la Colina estaba limpia. En la Ribera habia ladrones; en la Colina habia banqueros (o mejor dicho… estafadores).
Ya os he contado la historia de mi unica y catastrofica incursion en la Colina. De modo que quiza comprendais por que, cuando el gentio que tenia delante se separo un momento, vi lo que estaba buscando. Un miembro de la guardia. Me cole por la primera puerta que encontre, con el corazon latiendome a toda prisa.
Pase un momento recordandome que ya no era el pilludo al que habian aporreado anos atras. Iba limpio y bien vestido. No desentonaba en absoluto en aquella parte de la ciudad. Pero los viejos habitos dificilmente mueren. Me esforce para controlar una intensa rabia, pero no sabia si estaba enfadado conmigo mismo, con el guardia o con el mundo en general. Seguramente, las tres cosas.
– Enseguida te atiendo -dijo una alegre voz detras de un umbral protegido por una cortina.
Eche un vistazo a la tienda. La luz que entraba por el escaparate iluminaba un abarrotado banco de trabajo y docenas de pares de zapatos colocados en unos estantes. Decidi que no habria podido refugiarme en ningun sitio mejor.
– A ver si lo adivino… -dijo la voz desde la trastienda. Un anciano canoso salio de detras de la cortina con un largo trozo de cuero en las manos. Era bajito y caminaba encorvado, pero su arrugado rostro me sonrio-. Necesitas unos zapatos. -Sonrio con timidez; su chiste era como unas botas viejas y gastadas, pero tan comodas que cuesta deshacerse de ellas. Me miro los pies. Yo tambien me los mire, a mi pesar.
Iba descalzo, por supuesto. Hacia tanto tiempo que no usaba zapatos que ya ni siquiera pensaba en ellos. Al menos durante el verano. En invierno sonaba con tenerlos.
Levante la cabeza. El hombre miraba de un lado a otro, como si tratara de determinar si reirse podia costarle un cliente.
– Si, creo que necesito unos zapatos -admiti.
El zapatero rio, me condujo hasta un asiento y me midio los pies con las manos. Por fortuna, las calles estaban secas, de modo que tenia los pies sencillamente sucios del polvo de los adoquines. Si hubiera llovido, habrian estado vergonzosamente mugrientos.
– Veamos que zapatos te gustan, y si tengo algun par de tu talla. Si no, puedo hacertelos, o retocarlos, y tenerlos listos dentro de un par de horas. A ver, ?para que quieres los zapatos? ?Para andar? ?Para bailar? ?Para montar? -Se inclino hacia atras en el taburete y cogio un par de zapatos de un estante que tenia a sus espaldas.
– Para andar.
– Me lo imaginaba. -Con destreza, me puso unos calcetines en los pies, como si todos sus clientes entraran descalzos en la tienda. A continuacion me calzo unos zapatos de piel negra con hebillas-. ?Como los notas? Camina un poco para asegurarte.
– Es que…
– Te aprietan. Me lo imaginaba. No hay nada mas molesto que unos zapatos que aprietan. -Me los quito y, rapidamente, me calzo otro par-. ?Y estos? -Eran de terciopelo o de fieltro, de color morado.
– No…
– ?No son exactamente lo que buscabas? No me extrana. Se gastan muy deprisa. Aunque el color es bonito, adecuado para cortejar a las damas. -Me calzo otro par-. ?Y estos?
Eran unos zapatos de sencillo cuero marron, y parecian hechos a mi medida. Pise con firmeza, y el zapato se me cino. Habia olvidado lo maravillosa que podia llegar a ser la sensacion de ir bien calzado.
– ?Cuanto valen? -pregunte con aprension.
En lugar de contestarme, el anciano se levanto y empezo a buscar con la mirada en los estantes.
– Los pies dicen mucho de la persona -cavilo-. Hay hombres que entran aqui, sonrientes, con los zapatos muy limpios y los calcetines empolvados. Pero cuando se descalzan, sus pies huelen a rayos. Esas son las personas que ocultan cosas. Tienen secretos apestosos e intentan ocultarlos, como intentan ocultar el hedor de sus pies.
Se volvio hacia mi.
– Pero nunca funciona. La unica forma de impedir que te huelan los pies es airearlos un poco. Quiza ocurra lo mismo con los secretos. Pero yo de eso no entiendo. Yo solamente entiendo de zapatos.
Empezo a buscar entre el revoltijo acumulado sobre su banco de trabajo.
– A veces vienen esos jovenes de la corte, abanicandose la cara y relatando tragedias inverosimiles. Pero tienen unos pies blandos y rosados. Se nota que nunca han ido solos a ninguna parte. Se nota que nunca han sufrido de verdad.
Al final encontro lo que estaba buscando. Cogio un par de zapatos parecidos a los que yo acababa de probarme.
– Aqui estan. Estos zapatos eran de mi Jacob cuando tenia tu edad. -Se sento en el taburete y me desato los cordones de los zapatos que yo llevaba puestos-. Tu tienes unas plantas muy curtidas para tu edad -continuo-: cicatrices, callos. Unos pies como los tuyos podrian correr todo el dia descalzos sobre la piedra y no necesitarian zapatos. Un muchacho de tu edad solo consigue unos pies asi de una manera.