– Si no me traes algo que ponerme -me levante y grite-, ?te destrozo la tienda! Le pedire a mi padre tus pelotas como regalo de Solsticio. Hare que sus perros monten tu cadaver. ?Tienes idea DE QUIEN SOY?
Bentley se marcho a toda prisa, y yo volvi a dejarme caer en la butaca. Una dienta a la que no habia visto hasta entonces salio precipitadamente de la tienda, deteniendose un momento para hacerme una reverencia.
Contuve la risa.
Despues todo resulto muy facil. Lo tuve media hora corriendo de aqui para alla, llevandome una prenda tras otra. Yo me burlaba de la tela, del corte y de la factura de todo lo que me presentaba. En resumen, me comporte como el perfecto nino mimado.
La verdad es que no habria podido quedar mas complacido. La ropa era sencilla, pero estaba bien hecha. La verdad es que, teniendo en cuenta lo que llevaba puesto una hora antes, un saco de arpillera limpio habria supuesto una gran mejora.
Si no habeis pasado mucho tiempo en la corte ni en grandes ciudades, no entendereis por que me resulto todo tan facil. Dejad que os lo explique.
Los hijos de los nobles son una de las fuerzas de la naturaleza mas destructivas, como las inundaciones o los tornados. Cuando una persona corriente se enfrenta a una de esas catastrofes, lo unico que puede hacer es aguantarse y tratar de minimizar los danos.
Bentley lo sabia. Marco la camisa y los pantalones y me ayudo a quitarmelos. Volvi a ponerme el batin que me habia dado, y el empezo a coser como si un demonio lo estuviera vigilando.
Volvi a sentarme haciendo grandes aspavientos.
– Puedes preguntarmelo -dije-. Ya se que te mueres de curiosidad.
Bentley levanto un momento la cabeza y me miro.
– ?Senor?
– Las circunstancias que han provocado mi actual desnudez.
– Ah, si. -Corto el hilo y empezo con los pantalones-. Admito que siento cierta curiosidad. Pero no mas de la estrictamente correcta. Yo no me meto en lo que hacen los demas.
– Ah. -Asenti fingiendo decepcion-. Una actitud muy loable.
A continuacion se produjo un largo silencio; lo unico que se oia era el ruido del hilo al traspasar la tela. Me puse a tamborilear con los dedos en el brazo de la butaca. Al final, continue como si Bentley me lo hubiera preguntado:
– Una prostituta me ha robado la ropa.
– ?En serio, senor?
– Si. La muy zorra pretendia devolvermela a cambio de mi bolsa de dinero.
Bentley levanto un momento la cabeza; su rostro denotaba autentica curiosidad.
– ?No llevaba usted la bolsa en la ropa, senor?
Puse cara de sorpresa.
– ?Por supuesto que no! Un caballero nunca debe separarse de su bolsa. Eso dice mi padre. -Se la mostre.
Vi que Bentley contenia la risa, y eso me hizo sentir un poco mejor. Llevaba casi una hora maltratando a aquel hombre; lo menos que podia hacer era contarle una historia que el, a su vez, pudiera contar a sus amigos.
– Me dijo que si queria conservar la dignidad, tenia que darle mi bolsa; entonces podria marcharme con la ropa puesta. -Sacudi la cabeza con desden-. «Desvergonzada», le dije. «La dignidad de un caballero no esta en su ropa. Si te entregara mi bolsa solo para ahorrarme un bochorno, te estaria entregando mi dignidad.»
Me quede pensativo unos segundos, y luego continue en voz baja, como si pensara en voz alta:
– De lo que se deduce que la dignidad de un caballero esta en su bolsa. -Mire la bolsita de dinero que tenia en las manos e hice una larga pausa-. Creo que el otro dia oi a mi padre decir algo parecido.
Bentley solto una risotada y acabo tosiendo; entonces se levanto y sacudio la camisa y los pantalones.
– Ya esta, senor. Ahora le quedaran como un guante.
El amago de una sonrisa danzo en sus labios cuando me entrego las prendas.
Me quite el batin y me puse los pantalones.
– Supongo que me llevaran a casa. ?Que te debo, Bentley? -pregunte.
Bentley cavilo un momento.
– Uno con dos.
Empece a abrocharme la camisa y no dije nada.
– Lo siento, senor -se apresuro a decir Bentley-. Se me olvido con quien estaba hablando. -Trago saliva-. Uno sera suficiente.
Abri mi bolsa, le puse un talento de plata en la mano y lo mire a los ojos.
– Necesitare un poco de cambio.
Sus labios trazaron una fina linea, pero asintio y me devolvio dos iotas.
Me guarde las monedas y ate firmemente mi bolsa debajo de la camisa; le di unas palmaditas y mire con elocuencia a Bentley.
Volvi a ver la sonrisa asomando en sus labios.
– Adios, senor.
Recogi mi toalla, sali de la tienda y, con un aspecto menos sospechoso, me encamine hacia la posada donde habia desayunado y me habia dado el bano.
– ?Que puedo ofrecerle, joven senor? -me pregunto el posadero cuando me acerque a la barra. Me sonrio y se limpio las manos en el delantal.
– Un monton de platos sucios y un trapo.
Me miro entrecerrando los ojos; entonces sonrio y solto una carcajada..
– Creia que te habias escapado desnudo por las calles.
– No iba desnudo del todo. -Deje la toalla encima de la barra.
– Antes habia mas mugre que persona. Y habria apostado un marco entero a que tenias el pelo negro. Desde luego, no pareces el mismo. -Me contemplo unos instantes, maravillado-. ?Quieres tu ropa vieja?
Negue con la cabeza.
– Tirela. O mejor, quemela, y asegurese de que nadie aspira el humo accidentalmente. -El posadero volvio a reir-. Pero tenia otras cosas que si me gustaria recuperar -le recorde.
El posadero asintio y se dio unos golpecitos en un lado de la nariz.
– Desde luego. Un segundo. -Se dio la vuelta y desaparecio por una puerta que habia detras de la barra.
Eche un vistazo a la taberna, y me parecio diferente ahora que ya no atraia tantas miradas hostiles. La chimenea de piedra con el hervidor negro hirviendo; los olores, ligeramente acres, a madera barnizada y a cerveza derramada; el debil murmullo de las conversaciones…
Siempre me han gustado las tabernas. Creo que eso se debe a que creci en los caminos. Una taberna es un lugar seguro, una especie de refugio. Entonces me senti muy comodo, y pense que no estaria mal regentar un sitio como aquel.
– Aqui tienes. -El posadero puso las tres plumas, el tintero y mi recibo de la libreria encima de la barra-. He de reconocer que esto me ha desconcertado casi tanto como que te largaras sin la ropa.
– Voy a la Universidad -explique.
El posadero arqueo una ceja.
– ?No eres demasiado joven?
Sus palabras me produjeron un ligero nerviosismo, pero me controle.
– Aceptan a todo tipo de alumnos.
El asintio educadamente, como si eso explicara por que habia aparecido descalzo y apestando a callejones. Espero un poco para ver si yo le daba mas explicaciones, y luego se sirvio una bebida.
– No quisiera ofenderte, pero no creo que sigas dispuesto a lavar platos.
Abri la boca para protestar; un penique de hierro por una hora de trabajo era una ganga que no queria desperdiciar. Dos peniques equivalian a una hogaza de pan, y no podia contar todas las veces que habia pasado hambre en los ultimos meses.
Entonces vi mis manos apoyadas sobre la barra. Estaban tan limpias que casi no las reconoci.
Me di cuenta de que no queria lavar los platos. Tenia cosas mas importantes que hacer. Me aparte de la