Me miro a los ojos con gesto inquisitivo. Asenti con la cabeza.

El anciano sonrio y me puso una mano en el hombro.

– ?Como los notas?

Me levante para probarlos. Eran aun mas comodos que el otro par, porque estaban un poco mas gastados.

– Mira, estos zapatos son nuevos -dijo agitando los que tenia en la mano-. No han recorrido ni un kilometro, y por unos zapatos nuevos como estos suelo cobrar un talento, quiza un talento con dos. -Me senalo los pies-. Esos, en cambio, estan usados, y yo no vendo zapatos usados.

Me dio la espalda y se puso a ordenar el banco de trabajo mientras tarareaba una melodia. Tarde un segundo en reconocerla: «Vete de la ciudad, calderero».

Yo sabia que el anciano estaba tratando de hacerme un favor, y una semana antes no habria dejado escapar la oportunidad de hacerme con un par de zapatos gratis. Pero por algun extrano motivo, no me parecia justo. Recogi rapidamente mis cosas y deje un par de iotas de cobre encima del taburete antes de salir de la tienda.

?Por que? Porque el orgullo nos hace hacer cosas extranas, y porque la generosidad debe recompensarse con generosidad. Pero sobre todo porque me parecio que era lo correcto, y eso ya es razon suficiente.

– Cuatro dias. Seis si llueve.

Roent era el tercer carromatero al que habia preguntado si se dirigia a Imre, en el norte; Imre era la ciudad que estaba mas cerca de la Universidad. Era un grueso cealdico con una poblada barba negra que le tapaba casi toda la cara. Se volvio y le grito unas palabrotas en siaru a un hombre que estaba cargando rollos de tela en un carromato. Cuando hablaba en su lengua materna, sonaba como un monumental desprendimiento de rocas.

Su aspera voz se redujo a un murmullo cuando volvio a dirigirse a mi.

– Dos cobres. Iotas. Peniques no. Puedes viajar en un carromato si hay sitio. Si quieres, por la noche puedes dormir debajo. Cenas con nosotros. Para comer solo hay pan. Si algun carromato se atasca, ayudas a empujar.

Roent volvio a interrumpir nuestra conversacion y se puso a gritar a sus hombres. Habia tres carromatos en los que estaban cargando mercancias, mientras que el cuarto me resultaba dolorosamente familiar: era una de esas casas con ruedas en que yo habia pasado la mayor parte de mi vida. La esposa de Roent, Reta, iba sentada en la parte delantera de ese vehiculo. Adoptaba un semblante severo cuando observaba a los hombres que cargaban los carromatos, pero sonreia cuando hablaba con una nina que estaba de pie alli cerca.

Deduje que la nina era una pasajera, como yo. Tenia aproximadamente mi edad; quiza fuera un ano mayor que yo, pero a esa edad un ano marca una gran diferencia. Los Tahl tienen un dicho sobre los ninos de nuestra edad: «El nino crece, pero la nina madura».

Llevaba pantalones y camisa, ropa sencilla y comoda para viajar, y era lo bastante joven para que ese atuendo no resultara inadecuado. Su porte era tal que, si hubiera sido un ano mayor, me habria visto obligado a considerarla una dama. Mientras hablaba con Reta se balanceaba hacia delante y hacia atras con delicada elegancia y, al mismo tiempo, con exuberancia infantil. Tenia el cabello negro y largo, y…

Resumiendo: era hermosa. Hacia mucho tiempo que yo no veia nada hermoso.

Roent siguio la direccion de mi mirada y dijo:

– Por la noche todos ayudan a montar el campamento. Todos montan guardia por turnos. Si te duermes durante tu guardia, te quedas atras. Comes con nosotros, sea lo que sea lo que haya cocinado mi esposa. Si te quejas, te quedas atras. Si caminas demasiado despacio, te quedas atras. Si molestas a la nina… -paso una mano por su densa y negra barba- te la juegas.

Intervine con la esperanza de llevar sus pensamientos por otros derroteros:

– ?Cuando estaran cargados los carromatos?

– Dentro de dos horas -respondio el con adusta certeza, como desafiando a los braceros a contradecirlo.

Uno de los hombres se subio en lo alto de un carromato, haciendo visera con una mano. Grito para hacerse oir por encima del ruido de caballos, carromatos y hombres que inundaba la plaza.

– No dejes que te asuste, chico. Grune mucho pero es una persona decente.

Roent lo apunto con un dedo, y el hombre siguio con lo que estaba haciendo.

Yo no necesitaba que me convencieran. Generalmente se puede confiar en los hombres que viajan con su esposa. Ademas, el precio era razonable, y la caravana partia ese mismo dia. Aproveche la ocasion para sacar un par de iotas de mi bolsa y ofrecerselas a Roent.

Se volvio hacia mi.

– Dos horas. -Levanto dos dedos para enfatizar sus palabras-. Si llegas tarde, te quedas atras.

Asenti con solemnidad.

– Rieusa, tu kialus A'isha tua. -«Gracias por acercarme a tu familia.»

Roent arqueo las pobladas cejas. Se recupero enseguida e hizo una rapida inclinacion de cabeza que fue casi una pequena reverencia. Eche un vistazo a la plaza tratando de situarme.

– Hay gente llena de sorpresas. -Me volvi y vi al bracero que me habia gritado desde lo alto del carromato. Me tendio una mano-. Me llamo Derrik.

Le estreche la mano y me senti torpe. Hacia tanto tiempo que no charlaba con nadie que me notaba rudo y vacilante.

– Kvothe -atine a decir.

Derrik junto las manos detras de la espalda y se estiro haciendo una mueca de dolor. Me sacaba una cabeza y era rubio.

– Has dejado a Roent un poco desconcertado. ?Donde has aprendido a hablar siaru?

– Me enseno un arcanista que conoci -explique. Vi que Roent iba a hablar con su esposa. La nina morena me miro y sonrio. Desvie la vista, porque no se me ocurrio que otra cosa podia hacer.

El bracero se encogio de hombros.

– Bueno, te dejo para que vayas a buscar tus cosas. Roent grune mucho y no muerde, pero una vez que los carromatos esten cargados no esperara a nadie.

Asenti con la cabeza, aunque no tenia «cosas» que ir a buscar.

Sin embargo si tenia algunas compras que hacer. Dicen que en Tarbean puedes encontrar de todo si tienes suficiente dinero, y en general es cierto.

Baje los escalones que conducian al sotano de Trapis. Resultaba extrano recorrerlos con zapatos. Estaba acostumbrado a notar la fria humedad de la piedra en las plantas de los pies cuando iba a hacerle una visita.

Cuando recorria el corto pasillo, un nino harapiento salio de las habitaciones interiores con una pequena manzana en la mano. Al verme paro en seco; entonces fruncio el ceno, entrecerro los ojos y me miro con recelo. Agacho la cabeza y paso rozandome.

Sin pensarlo siquiera, aparte su mano de mi bolsita de cuero y me volvi para mirarlo, demasiado aturdido para decir nada. El nino salio corriendo y me dejo confuso y trastornado. Alli nunca nos robabamos unos a otros. En las calles cada uno hacia lo que queria, pero el sotano de Trapis era lo mas parecido a un santuario que teniamos, una especie de iglesia. Ninguno de nosotros se habria arriesgado a ponerlo en peligro.

Di los ultimos pasos, llegue a la habitacion principal y senti alivio al ver que todo lo demas parecia normal. Trapis no se encontraba alli; seguramente estaba pidiendo caridad para ayudar a cuidar a sus ninos. Habia seis camastros, todos llenos, y mas ninos acostados en el suelo. Alrededor de la mesa, sobre la que habia un cesto, vi a varios crios mugrientos con manzanas en la mano. Se volvieron y se quedaron mirandome con dureza y rencor.

Entonces lo entendi: ninguno me habia reconocido. Limpio y bien vestido, parecia un chico normal y corriente. Aquel no era lugar para mi.

Entonces llego Trapis, con unas hogazas de pan bajo un brazo y una nina que no paraba de berrear en el otro.

– Ari -le dijo a uno de los crios que estaban cerca del cesto de manzanas-, ven a ayudarme. Tenemos una invitada nueva y hay que cambiarla.

El nino fue corriendo y cogio a la nina en brazos. Trapis dejo el pan encima de la mesa, junto al cesto, y las miradas de todos los crios se fijaron atentamente en el. Se me contrajo el estomago. Trapis ni siquiera me habia

Вы читаете El Nombre Del Viento
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату