hoja, pero mas sencilla. La abri y note una rafaga de aire frio y seco. Las paredes eran de piedra gris, y estaban banadas en la distintiva y constante luz rojiza de las lamparas simpaticas. Habia un gran mostrador de madera sobre el que reposaban, abiertos, unos grandes libros que parecian registros de contabilidad.

Sentado detras del mostrador habia un joven que parecia ceal-do de pura cepa, con el caracteristico cutis rubicundo y el pelo y los ojos oscuros.

– ?Puedo ayudarte en algo? -me pregunto pronunciando las erres con un marcado acento siaru.

– He venido a ver el Archivo -dije como un tonto. Notaba un cosquilleo en el estomago y me sudaban las manos.

El joven me miro de arriba abajo preguntandose, obviamente, que edad debia de tener.

– ?Eres alumno?

– Lo sere -conteste-. Todavia no he pasado por Admisiones.

– Primero tienes que ir a Admisiones -me dijo el con seriedad-. No puedo dejar entrar a nadie que no este en el registro. -Senalo los libros que habia encima del mostrador.

El cosquilleo de mi estomago desaparecio. No me moleste en disimular mi desilusion.

– ?Estas seguro de que no puedo echar un vistazo? He venido desde muy lejos… -Mire las dos puertas que habia en la habitacion; una tenia un letrero que rezaba volumenes, y la otra, estanterias. Detras del mostrador habia otra puerta, mas pequena, con el letrero solo secretarios.

La expresion del joven se ablando un tanto.

– No, no puedo. Tendria problemas. -Volvio a mirarme de arriba abajo-. ?De verdad vas a ir a Admisiones? - Su escepticismo, pese a su marcado acento, era evidente.

Asenti.

– Es que primero queria pasar por aqui -dije paseando la mirada por la sala vacia, fijandome en las puertas cerradas y tratando de pensar en alguna forma de convencerlo para que me dejara entrar.

El joven hablo antes de que se me ocurriera nada.

– Si de verdad piensas ir a Admisiones, sera mejor que te des prisa. Hoy es el ultimo dia. A veces terminan a mediodia.

Se me acelero el corazon. Yo creia que tenia todo el dia.

– ?Donde esta?

– En el Auditorio. -Senalo la puerta de salida-. Bajando a la izquierda. Un edificio bajo con… ventanas de colores. Y dos grandes… arboles delante. -Hizo una pausa-. ?Arces? ?Se llaman arces?

Asenti y sali precipitadamente.

Dos horas mas tarde estaba en el Auditorio, tratando de vencer el dolor de estomago y subiendo al escenario de un anfiteatro vacio. La sala estaba a oscuras; solo habia un amplio circulo de luz que abrazaba la mesa de los maestros. Me situe al borde de ese circulo de luz y espere. Poco a poco, los nueve maestros dejaron de hablar entre ellos y se volvieron hacia mi.

Estaban sentados a una mesa enorme con forma de media luna. La mesa estaba elevada, de modo que, pese a estar ellos sentados, quedaban a mas altura que yo. Eran hombres de aspecto serio, cuya edad iba de la madurez a la vejez.

Hubo un largo silencio antes de que el que estaba sentado en el centro de la mesa me hiciera senas para que me acercara. Deduje que debia de ser el rector.

– Acercate para que podamos verte. Asi. Hola. Veamos, ?como te llamas, hijo?

– Kvothe, senor.

– Y ?por que has venido?

Lo mire a los ojos.

– Quiero estudiar en la Universidad. Quiero ser arcanista. -Los mire uno a uno. Ninguno parecia particularmente sorprendido, aunque me parecio que a algunos les hacia gracia mi respuesta.

– ?Ya sabes -dijo el rector- que la Universidad es para continuar los estudios, y no para empezarlos?

– Si, senor rector. Lo se.

– Muy bien -dijo el-. ?Puedo ver tu carta de presentacion?

No titubee:

– Me temo que no tengo carta de presentacion, senor. ?Es absolutamente imprescindible?

– Lo acostumbrado es tener un padrino -me explico-. A ser posible, un arcanista. En su carta nos expone lo que sabes. Las disciplinas en que destacas y tus puntos debiles.

– El arcanista con quien estudie se llamaba Abenthy, senor. Pero no me dio ninguna carta de presentacion. ?No puedo explicarselo yo mismo?

El rector me miro con gravedad y meneo la cabeza.

– Desgraciadamente, si no nos presentas ninguna prueba, no podemos tener la certeza de que has estudiado con un arcanista. ?Tienes algo que pueda corroborar tu historia? ?Alguna otra carta?

– Antes de separarnos, mi maestro me regalo un libro, senor. Me lo dedico y firmo con su nombre.

El rector sonrio.

– Eso servira. ?Lo tienes aqui?

– No. -Deje que se filtrara en mi voz un deje de sincera amargura-. Tuve que empenarlo en Tarbean.

El maestro retorico Hemme, que estaba sentado a la izquierda del rector, hizo un ruidito de disgusto al oir mi comentario, con lo que se gano una mirada de censura por parte del rector.

– Por favor, Herma -dijo Hemme golpeando la mesa con la palma de la mano-. Es evidente que el chico miente. Tengo asuntos importantes que atender esta tarde.

El rector le lanzo una mirada de enojo.

– No le he dado permiso para hablar, maestro Hemme. -Se miraron fijamente; al final Hemme desvio la mirada y se quedo con el ceno fruncido.

El rector volvio a mirarme, pero entonces se fijo en otro de los maestros, que se habia movido.

– ?Si, maestro Lorren?

El alto y delgado maestro me miro con pasividad.

– ?Como se titulaba el libro?

– Retorica y logica, senor.

– Y ?donde lo empenaste?

– En La Cubierta Rota, en la plaza de la Marineria.

Lorren miro al rector y dijo:

– Manana tengo que ir a Tarbean a buscar materiales que necesito para el proximo bimestre. Si el libro esta alli, lo traere. Asi sabremos si lo que dice el chico es cierto.

El rector asintio.

– Gracias, maestro Lorren. -Se acomodo en la silla y junto las manos sobre la mesa-. Muy bien. ?Que nos habria contado Abenthy en su carta si la hubiera escrito?

Inspire hondo.

– Les habria contado que me se de memoria los noventa primeros vinculos simpaticos. Que se destilar, hacer analisis volumetricos, calcificar, sublimar y precipitar soluciones. Que soy muy versado en historia, polemica, gramaticas, medicina y geometria.

El rector hizo cuanto pudo para contener la risa.

– No esta mal. ?Seguro que no te dejas nada?

Hice una pausa.

– Seguramente tambien habria mencionado mi edad, senor.

– ?Cuantos anos tienes, chico?

– Kvothe, senor.

El rector esbozo una sonrisa.

– Kvothe. ?Cuantos anos tienes?

– Quince, senor. -Se oyo un susurro; los maestros intercambiaron miradas, arquearon las cejas, sacudieron la cabeza. Hem-me puso los ojos en blanco.

El rector fue el unico que no hizo nada.

– Y ?que nos habria dicho de tu edad, exactamente?

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