una masa de cera blanda del tamano de un puno. Volvi a mirar a los alumnos.
– Lo que hacemos cuando utilizamos la simpatia consiste, basicamente, en redirigir la energia. La energia viaja a traves de los vinculos simpaticos. -Extraje la mecha de la masa de cera y empece a trabajarla para darle forma de muneco humano-. La primera ley que he mencionado, «la similitud aumenta la simpatia», significa, sencillamente, que cuanto mas se parecen dos cosas, mas fuerte sera el vinculo simpatico entre ellas.
Sostuve el muneco de cera en alto para que todos lo inspeccionaran.
– Esto -continue- es el maestro Hemme. -Se oyeron risas por toda la sala-. De hecho, esto es mi representacion simpatica del maestro Hemme. ?Alguien podria explicarme por que no es una representacion muy buena?
Hubo un momento de silencio. Deje que se prolongara: me encontraba ante un publico poco entusiasta. Hemme los habia traumatizado el dia anterior y por eso tardaban en reaccionar. Al final, un alumno que estaba sentado al fondo de la sala dijo:
– ?El tamano no es el adecuado?
Asenti y segui paseando la mirada por la sala.
– Y el no es de cera.
Asenti de nuevo.
– Guarda cierto parecido con el, en la forma y en las proporciones. Con todo, es una representacion simpatica muy pobre. Por esa razon, cualquier vinculo simpatico basado en este muneco seria bastante debil. Quiza tuviera un dos por ciento de eficacia. ?Como podemos mejorarlo?
Hubo otro silencio, mas breve que el anterior.
– Podrias hacer un muneco mas grande -sugirio alguien.
Asenti y espere. Otras voces dijeron: «Podrias representar en el la cara del maestro Hemme», «Pintarlo», «Ponerle una pequena tunica». Todos rieron.
Levante una mano para pedir silencio y me sorprendio la rapidez con que los alumnos me obedecieron.
– Viabilidad aparte, supongamos que hicieramos todas esas cosas. Imaginad que tengo a mi lado un muneco de un metro ochenta, completamente vestido y con la cara del maestro Hemme perfectamente modelada. -Hice un ademan-. Incluso despues de tantos esfuerzos, a lo maximo que podriamos aspirar seria a un diez o un quince por ciento de vinculo simpatico. Ninguna maravilla.
»Esto nos lleva a la segunda ley, la de la Consanguinidad. Para entenderla, podeis pensar: 'Una vez juntos, juntos para siempre'. Gracias a la generosidad del maestro Hemme, tengo aqui un pelo de su cabeza. -Lo levante y, con mucha ceremonia, se lo enganche en la cabeza al muneco-. Y con este sencillo gesto, conseguimos un vinculo simpatico que funcionara al treinta o treinta y cinco por ciento.
Mientras hablaba, no habia dejado de observar a Hemme. Al principio parecia un poco receloso, pero habia vuelto a componer su sonrisita de suficiencia. Hemme sabia que sin el vinculo apropiado y sin un Alar bien dirigido, ni con toda la cera y todo el pelo del mundo se podia conseguir nada.
Convencido de que Hemme me habia tomado por imbecil, senale la vela y pregunte:
– ?Con su permiso, maestro? -Hemme hizo un magnanimo ademan de conformidad, se recosto en la silla y se cruzo de brazos, confiado.
Pues claro que conocia el vinculo. Ya se lo habia dicho. Y Ben me habia ensenado a emplear el Alar, la inquebrantable creencia, cuando yo tenia doce anos.
Sin embargo, no me moleste en emplear ninguna de esas dos cosas. Meti un pie del muneco en la llama de la vela, que empezo a chisporrotear y a desprender humo.
Hubo un tenso silencio; todos los alumnos estiraban el cuello para ver como reaccionaba el maestro Hemme.
Hemme se encogio de hombros y fingio estupefaccion. Pero me miraba como si yo estuviera a punto de quedar atrapado en un cepo. Una sonrisita asomo a sus labios, y Hemme empezo a levantarse del asiento.
– No siento nada. ?Que…?
– Exacto -dije haciendo restallar mi voz como si fuera un latigo para atraer de nuevo la atencion de los alumnos-. Y ?a que se debe eso? -Mire, expectante, a mi publico.
»A la tercera ley que he mencionado, la de la Conservacion. 'La energia ni se crea ni se destruye, solo se pierde o se encuentra.' Si sostuviera una vela bajo el pie de nuestro estimado profesor, no pasaria gran cosa. Y como solo esta pasando cerca del treinta por ciento del calor, ni siquiera obtenemos ese pequeno resultado.
Hice una pausa para que todos pensaran un momento.
– Este es el principal problema de la simpatia. ?De donde sacamos la energia? En este caso, sin embargo, la respuesta es sencilla.
Apague la vela de un soplido y volvi a encenderla en el brasero. Murmure las pocas palabras necesarias.
– Al anadir un segundo vinculo simpatico entre la vela y un fuego mas sustancial… -parti mi mente en dos; con una parte vincule a Hemme y el muneco, y con la otra conecte la vela y el brasero- conseguimos el efecto deseado.
Puse el pie del muneco de cera sobre la mecha de la vela, a una distancia de dos centimetros, que es, en realidad, la altura a la que la llama quema mas.
Se oyo una exclamacion de sorpresa proveniente de donde Hemme estaba sentado.
Sin mirar hacia alli, segui hablandoles a los alumnos con crudeza.
– Y parece ser que esta vez lo hemos logrado.
Todos rieron.
Apague la vela con un soplido.
– Esto tambien es un buen ejemplo del poder que maneja un simpatista inteligente. ?Imaginais que pasaria si arrojara este muneco al fuego? -Lo sostuve sobre el brasero.
Hemme subio precipitadamente a la tarima, como si hubiera estado esperando esa indicacion. Quiza fueran imaginaciones mias, pero me parecio que cojeaba un poco con la pierna izquierda.
– Creo que el maestro Hemme quiere volver a dirigir la clase. -Hubo risas por toda la sala, esa vez mas fuertes-. Os doy las gracias a todos, alumnos y amigos. Y asi concluye mi humilde leccion.
Llegado a ese punto, utilice un truco de actor. Hay cierta inflexion de la voz, y cierto lenguaje corporal, que incita al publico a aplaudir. No podria explicar como se hace exactamente, pero surtio el efecto deseado. Salude con una inclinacion de cabeza a la clase y me volvi hacia Hemme en medio de un aplauso que, pese a no ser ensordecedor, seguramente fue mucho mayor que ninguno que el hubiera recibido jamas.
Cuando Hemme dio los ultimos pasos hacia mi, casi me aparte. Estaba muy colorado y le palpitaba una vena en la sien, como si estuviera a punto de explotar.
Mi experiencia teatral me ayudo a conservar la compostura. Con indiferencia, le sostuve la mirada a Hemme y le tendi una mano. Con no poca satisfaccion, vi como el maestro le lanzaba una rapida ojeada a la clase, que seguia aplaudiendo; entonces trago saliva y me estrecho la mano.
Su apreton de manos fue tan fuerte que me hizo dano. Pero sospecho que habria sido peor, de no ser porque hice un minimo gesto sobre el brasero con el muneco de cera. La cara de Hemme paso del rojo intenso al blanco ceniza mas deprisa de lo que yo habria creido posible. Al instante, Hemme dejo de apretarme la mano y pude retirarla.
Volvi a saludar a los alumnos con una inclinacion de cabeza y sali de la sala de conferencias sin mirar atras.
40 Ante las astas del toro
Despues de que Hemme diera por terminada su clase, la noticia de mi exhibicion se extendio por toda la Universidad como un reguero de polvora. Deduje, por la reaccion de los alumnos, que el maestro Hemme no era un personaje muy querido. Me sente en un banco de piedra delante de las Dependencias, y los estudiantes me sonreian al pasar. Otros me saludaban con la mano o, riendo, levantaban el pulgar.
Esa notoriedad me complacia, pero al mismo tiempo una fria ansiedad empezaba a crecer dentro de mi. Me habia enemistado con uno de los nueve maestros. Necesitaba saber hasta que punto me habia metido en un lio.