– Bueno, ?que has aprendido? -me pregunto.

– ?Que quiere que lo dejen en paz?

– Eres rapido. -Extendio los brazos con teatralidad y entono-: ?Aqui termina la leccion! ?Aqui termina mi esmerada tutela del E'lir Kvothe!

Suspire. Si me marchaba ya, todavia llegaria a la clase en la Clinica, pero sospechaba que aquello podia ser una especie de prueba. Quiza Elodin solo estuviera evaluando mi grado de interes antes de aceptarme como alumno. Eso es lo que suele pasar en las historias: el joven tiene que demostrar su dedicacion al anciano ermitano del bosque antes de que este se haga cargo de el.

– ?Puedo hacerle unas preguntas? -pregunte.

– De acuerdo -contesto el, y levanto una mano con el pulgar y el indice recogidos-. Tres preguntas. Con la condicion de que despues me dejes tranquilo.

Cavile un momento.

– ?Por que no quiere ensenarme?

– Porque los Edena Ruh son unos alumnos pesimos -respondio Elodin con brusquedad-. Se les da bien la memorizacion, pero el estudio de la nominacion requiere un nivel de dedicacion que los liantes como vosotros raramente poseeis.

Me enfureci tanto, y tan deprisa, que note como la sangre coloreaba mi piel. El rubor nacio en mi cara y se extendio por mi pecho y por mis brazos. Hasta se me erizo el vello de los brazos.

Respire hondo.

– Lamento que su experiencia con los Ruh haya dejado que desear -dije midiendo mis palabras-. Permitame asegurarle que…

– ?Oh, dioses! -exclamo Elodin dando un suspiro de indignacion-. Y por si fuera poco, pelota. Careces de la fortaleza tes-ticular necesaria para estudiar conmigo.

En mi interior bullian palabras hirientes. Las domine. Elodin estaba tratando de ponerme una trampa.

– No me esta diciendo la verdad -dije-. ?Por que no quiere ensenarme?

– ?Por el mismo motivo por el que no quiero tener un cachorro! -grito Elodin agitando los brazos como un granjero que intenta ahuyentar a los cuervos de su sembrado-. Porque eres demasiado bajo para ser nominador. Porque tienes los ojos demasiado verdes. Porque no tienes el numero de dedos adecuado. Vuelve cuando hayas crecido y cuando hayas encontrado unos ojos decentes.

Nos miramos fijamente, largo rato. Al final, Elodin se encogio de hombros y echo a andar de nuevo.

– De acuerdo. Te mostrare por que.

Seguimos por el camino hacia el norte. Elodin caminaba tranquilamente, recogiendo piedras del suelo y lanzandolas a los arboles. Saltaba para arrancar hojas de las ramas mas bajas, y la tunica de maestro se le inflaba de forma ridicula. De pronto se detuvo y se quedo inmovil durante casi media hora, completamente abstraido examinando un helecho que oscilaba lentamente, mecido por el viento.

Pero yo me mordi la lengua. No pregunte: «?Adonde vamos?» ni «?Que mira?». Sabia centenares de historias de jovenes que desperdiciaban preguntas o deseos por hablar demasiado. Me quedaban dos preguntas, y no pensaba derrocharlas.

Al final salimos del bosque, y el camino se convirtio en un sendero que discurria por una vasta extension de cesped y conducia a una inmensa mansion. Era mas grande que la Artefactoria; tenia lineas elegantes, tejado de tejas rojas, altas ventanas, puertas de arco y columnas. Habia fuentes, flores, setos…

Pero algo no encajaba del todo. A medida que nos acercabamos a las verjas, empece a dudar de que aquello fuera la residencia de un noble. Quiza por el diseno de los jardines, o por el hecho de que la valla de hierro forjado que los rodeaba, de tres metros de altura, era, a mi experto juicio de ladron, infranqueable.

Dos individuos muy serios abrieron la verja, y seguimos por el camino hasta la puerta principal de la mansion. Elodin me miro.

– ?Has oido hablar ya del Refugio?

Negue con la cabeza.

– Tiene otros nombres: la Choza, las Gavias…

El manicomio de la Universidad.

– Es inmenso. ?Como…? -No termine la pregunta.

Elodin sonrio: sabia que habia estado a punto de atraparme.

– Jeremy -le dijo a un individuo muy alto que estaba plantado junto a la puerta-. ?Cuantos invitados tenemos hoy?

– En recepcion le daran el numero exacto, senor -dijo Jeremy, incomodo.

– Mas o menos -dijo Elodin-. Estamos entre amigos.

– ?Trescientos veinte? -dijo el hombre encogiendose de hombros-. ?Trescientos cincuenta?

Elodin golpeo la gruesa puerta de madera con los nudillos, y Jeremy se apresuro a abrirla.

– ?Cuantos mas cabrian si fuera necesario? -le pregunto Elodin.

– Ciento cincuenta mas, sin problemas -contesto Jeremy tirando de la puerta-. Algunos mas en caso de extrema necesidad, supongo.

– ?Lo ves, Kvothe? -Elodin me guino un ojo-. Estamos preparados.

La entrada era enorme, con vidrieras y techos abovedados. El suelo, de marmol, estaba tan pulido que brillaba como un espejo.

Reinaba un silencio sepulcral. Yo no lo entendia. En el manicomio de Reftview, en Tarbean, que era mucho mas pequeno que aquel, habia un ruido ensordecedor, como un burdel lleno de gatas furiosas. Se oia a un kilometro de distancia, por encima del bullicio de la ciudad.

Elodin se dirigio hacia un gran mostrador detras del cual habia una joven.

– ?Por que no hay nadie fuera, Emmie?

La joven sonrio, nerviosa.

– Hoy estan muy agitados, senor. Creemos que se acerca una tormenta. -Cogio un libro de registro de un estante-. Ademas, pronto habra luna llena. Ya sabe usted lo que pasa.

– Desde luego. -Elodin se agacho y empezo a desatarse los cordones de los zapatos-. ?Donde han escondido a Whin esta vez?

La joven paso unas cuantas paginas del registro.

– En el ala este del segundo piso. Doscientos cuarenta y siete.

Elodin se levanto y dejo los zapatos encima del mostrador.

– Vigilamelos, ?quieres? -La joven compuso una vaga sonrisa y asintio.

Tuve que tragarme unas cuantas preguntas mas.

– Por lo visto, la Universidad invierte mucho dinero aqui -comente.

Elodin me ignoro; se dio la vuelta y subio, en calcetines, por una ancha escalera de marmol. A continuacion entramos en un largo y blanco pasillo a cuyos lados habia puertas de madera. Por primera vez oi los ruidos propios de un lugar como aquel. Gemidos, sollozos, murmullos, gritos… Todo muy debil.

Elodin echo una carrera y se paro; resbalo por la lisa superficie de marmol, y su tunica de maestro ondeo detras de el. Luego repitio la operacion: una carrera corta, seguida de un largo deslizamiento con los brazos extendidos para guardar el equilibrio.

Yo segui andando a su lado.

– Creo que los maestros encontrarian otros usos mas academicos para los fondos de la Universidad.

Elodin no me miro. Paso. Paso paso paso.

– Estas intentando que conteste preguntas que no me has formulado. -Deslizamiento-. No lo conseguiras.

– Usted esta intentando que le haga preguntas -replique-. Eso tampoco es justo.

Paso paso paso. Deslizamiento.

– Dime, ?por que te interesas tanto por mi? -me pregunto Elodin-. A Kilvin le caes muy bien. ?Por que no te apuntas a su carro?

– Creo que usted sabe cosas que no puedo aprender en ningun otro sitio.

– ?Como que?

– Cosas que siempre he querido saber desde que vi a alguien llamar al viento.

– Ah, llamar al viento. -Elodin arqueo las cejas. Paso. Paso. Paso-paso-paso-. Muy habil. -Deslizamieeento-.

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