campo de vision.
Me miro y dijo:
– Felicidades. Esa ha sido la cosa mas estupida que he visto jamas. -Su expresion era una mezcla de admiracion e incredulidad-. Jamas.
Y entonces fue cuando decidi dedicarme al noble arte de la artifi-ceria. No me quedaban muchas opciones. Antes de ayudarme a ir cojeando hasta la Clinica, Elodin me dejo claro que una persona lo bastante estupida para saltar desde un tejado era demasiado insensata para que el le dejara sujetar una cuchara en su presencia, y mucho menos estudiar algo tan «profundo y volatil» como la nominacion.
Con todo, el rechazo de Elodin no me decepciono mucho. Tanto si era magia de cuento como si no, no me entusiasmaba la idea de estudiar con un hombre cuya primera leccion me habia dejado con tres costillas rotas, una conmocion cerebral leve y un hombro dislocado.
47 Puas
Dejando aparte los dificultosos inicios, mi primer bimestre transcurrio con tranquilidad. Estudie en la Clinica, y aprendi mas sobre el cuerpo y sobre como curarlo. Practicaba siaru con Wilem y a cambio lo ayudaba a el a mejorar su atur.
Entre en artificeria y aprendi a soplar vidrio, a preparar aleaciones, a trefilar y a grabar el metal, y a esculpir la piedra.
Casi todas las noches iba a trabajar al taller de Kilvin. Rompia los moldes de los vaciados de bronce, lavaba piezas de vidrio y molia mineral de oro y de hierro para las aleaciones. No era un trabajo duro, pero todos los ciclos Kilvin me daba una iota de cobre, y a veces dos. Daba la impresion de que Kilvin tuviera un gran tablon de cuentas en su metodica cabeza, en el que anotara meticulosamente las horas que trabajaba cada alumno.
Tambien aprendi cosas de caracter menos academico. Mis companeros de dormitorio del Arcano me ensenaron a jugar a un juego de cartas, el «aliento de perro». Yo les devolvi el favor dandoles una leccion improvisada de psicologia, probabilidad y destreza manual. Despues de que les ganara casi dos talentos, dejaron de invitarme a participar en sus juegos.
Congenie mucho con Wilem y con Simmon. Tenia otros amigos, pero no demasiados, y ninguno tan intimo como Wil y Sim. Mi rapido ascenso a E'lir hizo que la mayoria de los otros alumnos se distanciaran de mi, ya fuera porque me tenian celos o porque me admiraban.
Y luego estaba Ambrose. Considerarnos meramente enemigos seria no captar el verdadero talante de nuestra relacion. Era mas bien como si los dos fueramos socios de una empresa dedicada a perseguir el mutuo objetivo de odiarnos el uno al otro.
Sin embargo, incluso con mi vendetta contra Ambrose, yo disponia de mucho tiempo libre. Como no podia pasarlo en el Archivo, dedicaba parte de ese tiempo a cultivar mi reputacion en ciernes.
Vereis, mi espectacular llegada a la Universidad habia causado un revuelo considerable. Habia entrado en el Arcano en tres dias en lugar de en tres bimestres, que era lo habitual. Era el miembro mas joven, con casi dos anos de diferencia. Habia desafiado abiertamente a un maestro delante de toda la clase y me habia salvado de la expulsion. Me habian azotado y no habia llorado ni sangrado.
Por si eso fuera poco, habia conseguido enfurecer al maestro Elodin hasta el punto de que el me habia empujado desde el tejado de las Gavias. Deje que esa historia circulara sin corregirla, pues era preferible a la bochornosa verdad.
Todo eso era suficiente para generar un constante flujo de rumores sobre mi, y decidi aprovecharme de ello. La reputacion es como una especie de armadura, o un arma que puedes blandir en caso de necesidad. Decidi que, ya que iba a ser arcanista, ?por que no ser un arcanista famoso?
Asi que solte unas cuantas informaciones: me habian admitido sin carta de recomendacion. Los maestros me habian dado tres talentos en lugar de cobrarme la matricula. Habia sobrevivido varios anos en las calles de Tarbean, viviendo de mi ingenio.
Incluso lance unos cuantos rumores que eran autenticas sandeces, mentiras descaradas que la gente repetia pese a que resultaba evidente que no eran ciertas. Tenia sangre de demonio en las venas. Veia en la oscuridad. Solo dormia una hora todas las noches. Cuando habia luna llena, hablaba en suenos, en un idioma extrano que nadie entendia.
Basil, mi antiguo companero de litera de las Dependencias, me ayudo a propagar esos rumores. Yo me inventaba la historia, el se la contaba a unos cuantos, y juntos veiamos como se extendian como el fuego por un campo. Era un pasatiempo muy entretenido.
Pero lo que mas hizo aumentar mi reputacion fue mi enemistad con Ambrose. A todo el mundo le sorprendia que yo me atreviera a desafiar abiertamente al primogenito de un poderoso noble.
El primer bimestre tuvimos varios encontronazos fuertes. No os aburrire con los detalles. Nos cruzabamos, y Ambrose hacia algun comentario brusco, lo bastante alto para que lo oyera todo el mundo. O se burlaba de mi fingiendo que me hacia un cumplido: «De verdad, tienes que decirme a que peluquero vas…».
Todo el mundo que tenia un poco de sentido comun sabia como comportarse con un noble arrogante. El sastre al que yo habia aterrorizado en Tarbean supo muy bien que tenia que hacer. Te llevas los palos, agachas la cabeza y acabas cuanto antes.
Pero yo siempre me defendia, y aunque Ambrose era inteligente y tenia una labia considerable, no podia competir con mi lengua de artista itinerante. Yo me habia criado en los escenarios, y gracias a mi ingenio de Ruh, siempre salia ganando en nuestros intercambios verbales.
A pesar de todo, Ambrose seguia provocandome, como un perro demasiado estupido para evitar a un puercoespin. Me mordia y se marchaba con la cara llena de puas. Y cada vez que nos separabamos, nos odiabamos un poco mas el uno al otro.
Nuestros companeros lo veian, y al final del bimestre yo me habia hecho famoso por mi valentia. Pero la verdad es, simplemente, que no tenia miedo.
Vereis, no es lo mismo. En Tarbean, yo habia sentido verdadero miedo. Me daban miedo el hambre, la neumonia, los guardias con botas con tachuelas, los chicos mayores que yo con cuchillos hechos con cristales de botella. Para enfrentarme a Ambrose no necesitaba verdadera valentia. Sencillamente, Ambrose no me inspiraba ningun miedo. Lo veia como un payaso engreido. Pensaba que era inofensivo.
Y me equivocaba.
48 Interludio: otra clase de silencio
Sentado en la Roca de Guia, Bast intentaba tener las manos quietas sobre el regazo. Habia respirado quince veces desde que Kvothe dejara de hablar, y el inocente silencio que se habia formado como una laguna transparente alrededor de los tres empezaba a oscurecerse y convertirse en otra clase de silencio. Bast respiro otra vez, dieciseis, y se preparo para el momento cuya llegada temia.
No seria justo decir que Bast no le tenia miedo a nada, porque solo los locos y los sacerdotes no tienen nunca miedo. Pero es cierto que habia muy pocas cosas que lo turbaban. Las alturas, por ejemplo, no le gustaban mucho. Y las torrenciales tormentas de verano que habia en esa region, que tenian el cielo de negro y destrozaban los robles de profundas raices, le hacian sentirse incomodamente pequeno e impotente.
Pero en el fondo nada lo asustaba: ni las tormentas, ni las escaleras altas, ni siquiera los escrales. Bast era valiente a fuerza de no tener miedo. No habia nada que lo hiciera palidecer, y si palidecia, no era por mucho tiempo.
Bueno, no le agradaba la idea de que le hicieran dano, por supuesto. De que le clavaran una herramienta de hierro o lo quemasen con brasas de carbon, por ejemplo. Pero el que no le gustara imaginar su sangre derramada no significaba que temiera esas cosas. Sencillamente, preferia evitarlas. Para temer de verdad algo tienes que detenerte a pensar en ello. Y como no habia nada que hiciera presa en la mente de Bast de esa