– ?Por ventura necesita de consejo una decision firme? -repuse con aspereza. Mas, en el fondo, sabia que el tenia razon y yo ya me habia dado esas mismas razones. Con todo, debia afrontar el riesgo y, en cuanto a la deuda con el rey, era un pequeno precio por el favor tan grande que el iba a hacerme, en caso de que accediera a mi ruego. No me bastaba con los rumores del mercado para lo que pretendia poner en ejecucion.

Nuestro regreso a Santa Marta fue triste. Madre se desanimo mucho al conocer las nuevas sobre las propiedades. Durante los dias siguientes, dio en pensar en comprar una casa tan buena como la nuestra en alguna otra localidad del Caribe para trasladar alli la mancebia y la tienda. Estaba cansada de luchar contra Melchor, decia, y rezongaba por lo bajo que mejor seria dejar de pagarle el tercio y que el bellaco mandara a los alguaciles a requisar los bienes. Tengo para mi que, si aquello no hubiera supuesto pena de galeras para su querido Esteban, lo habria hecho sin dudar. Mas, pese a estos tristes animos que rondaban la casa, mi senor padre se recobro bien del disgusto y de la perdida de juicio. Decia no recordar como habia salido ni de la casa ni de la hacienda de Melchor, solo que torno en si estando a mi lado, en el camino entre canaverales. Como si se hubiera quedado dormido, le explicaba a madre, que no abria la boca pero dejaba ver en el rostro la angustia que sentia. Menos mal que hasta mediados de septiembre no debiamos salir con el barco para empezar a comprar el tabaco de la segunda cosecha del ano. Esas dos semanas le iban a venir muy bien a mi padre para descansar.

Algunos dias despues de regresar de Cartagena, cierta noche, unos aldabonazos en la puerta principal me hicieron salir de mi cuarto y allegarme hasta el zaguan para ver quien era y que queria a esas horas tan tardias. Seguramente, pense, se trataba de algun marinero perdido que buscaba la mancebia.

Pero no era un marinero. Al entreabrir el portalon, ya con las palabras listas en la boca, me tope frente a frente con el negro desarrapado y de nariz rota que habitualmente traia los saludos del rey Benkos para el maestre. Eso solo podia significar que Benkos se encontraba en el palenque de Santa Marta y, de seguro, aquel cimarron que habia entrado en el pueblo aprovechando la oscuridad de la noche traia una invitacion para mi senor padre. El emisario venia, como siempre, desarmado y con la cabeza descubierta, y se puso la mano en la frente de modo y manera que reconoci la sena secreta que le identificaba, aunque no era menester.

Le abri por completo el portalon para animarle a entrar presto y, al pasar junto a mi, susurro:

– Id luego al pequeno rio Manzanares por el camino de los huertos. Alli encontrareis cumplida cuenta a vuestro encargo.

Hablo tan rapido y con una voz tan baja que no quede cierta de haberlo escuchado, mas el ya caminaba hacia el gran salon con desenvoltura. Sorprendida, cerre el portalon y regrese dentro, donde le vi conversando con mi padre que, con el bonetillo de dormir puesto en la cabeza, le estaba pidiendo que le disculpara ante el rey pues tenia la salud un poco quebrantada y no podria visitarle en el palenque. Empece a devanarme los sesos intentando adivinar como saldria de la casa sin ser descubierta.

Cuando el cimarron se marcho, amparado nuevamente por la noche, mi senor padre se retiro a su aposento y madre se dirigio a la mancebia para pasar un rato con las mozas y los clientes. Yo no sabia que hacer. Dudaba si escaparme por las buenas o si darle antes a madre alguna excusa pero, como necesitaba a Alfana para adentrarme en la selva y llegar hasta el rio, no tuve mas remedio que hablar con ella, asi que me dirigi a la mancebia y, tras saludar a los musicos, hable con madre para pedirle licencia. Solo queria cabalgar un poco por los alrededores del pueblo, le dije, intentando esquivar su mirada de halcon. Mucho le extrano mi pretension mas, aunque tengo para mi que no me creyo, no puso otro obstaculo que obligarme a llevar las armas y a los dos jovenes perros, Fulano y Miron, que junto con el corcel, la mula, el mono y los dos loros de la mancebia formaban parte de la cada vez mas numerosa familia de bestias de la casa.

Asi pues, Fulano, Miron, Alfana y yo salimos a la calle y nos dirigimos hacia el Manzanares, tomando para ello el camino de los huertos. Por fortuna, a ultima hora pense que habria menester de una buena antorcha y tome una de la tienda, que me ilumino debidamente el oscuro sendero, cubierto por una espesa boveda de trenzadas ramas que no dejaban pasar la luz de la luna ni ver las estrellas. Ya oia el cercano rumor del agua cuando, al punto, unas figuras salieron de la nada y se interpusieron en mi camino.

– ?Martin!

Era la voz de Sando, el hijo menor de Benkos, al que conocia desde que subio como rehen a nuestra nao la primera noche que tuvimos contacto con los cimarrones en Taganga.

– No puedo verte -dije.

El se rio.

– Baja del caballo, amigo, y acercate. Nosotros te vemos bien con esa buena antorcha que traes.

Desmonte y ate a Alfana a un arbol. Sando estaba acompanado por un joven negro asustadizo que miraba en derredor con gran temor y espanto. Parecia muy bien educado y era gallardo de porte y maneras. Sus ropas eran de finas telas, si bien estaban muy sucias y rotas por el boscaje, y, para su desgracia, sus antiguos amos habian elegido marcarle con el hierro en la mejilla izquierda, deformandole grandemente el agraciado rostro.

– Mira, Martin, este es Francisco, mozo de camara de Arias Curvo hasta hace una semana. Debes saber que ha muchos meses que Francisco nos pidio que le liberasemos, mas fue tu ruego de socorro el que nos determino a sacarlo ahora de Cartagena. Aun se halla muy asustado, pues no ha parado de correr desde que abandono a su amo y nunca habia estado antes ni en las cienagas ni en las montanas. El puede informarte de lo que deseas. Nacio en casa de Arias y en ella ha estado a su servicio en muy buenos puestos y de mucha confianza.

A Francisco parecia no llegarle la rota camisa al cuerpo. La oscuridad de la selva y sus sonidos nocturnos le amedrentaban. Daba botes y hacia grandes aspavientos cuando rumoreaban las hojas o chillaba algun mono sin sueno. Era como un elegante caballero arrancado de sus salones de baile.

– ?Conoces lo que quiero, Francisco? -le pregunte para atraer su desordenada atencion.

– Asi es, senor -murmuro, tranquilizandose un tanto-, y puedo ayudaros en vuestras pretensiones pues nadie conoce mejor que yo a los hermanos Curvo.

Era una lastima que le hubieran deformado el rostro con la carimba. Tenia la nariz fina, como de indio, y los labios delgados y pequenos. Quiza se tratara de un zambo [43] de piel oscura. De no tener la marca, hubiera resultado un joven muy bien parecido.

– Hablame de ellos, Francisco. Cuentame sus secretos, aquellos por los que matarian.

– ?Son tantos, senor! -suspiro-. Me ayudaria mucho saber para que precisais la informacion, pues podria brindaros el mas adecuado.

– Damelos todos -le urgi.

El volvio a suspirar.

– No saldriamos de este camino ni en tres dias, senor, pero puedo ofreceros uno que, a no dudar, os servira. Es la mas reciente fechoria de mi amo y, si se conociera, le trastocaria un gran negocio y le mancharia el nombre donde mas le interesa mantenerlo limpio.

– ?Ese es el que quiero! -exclame.

– Pues escuchad con atencion, senor -principio-. Los Curvos son, en realidad, cinco hermanos, aunque esto casi nadie lo conoce. Tres varones y dos hembras. Pertenecen a una familia sevillana de buena posicion. Fernando, el mayor de los cinco, esta inscrito en la matricula de cargadores a Indias y tiene casa de comercio en Sevilla. Arias y Diego, los otros dos varones, actuan como factores o apoderados de los intereses de dicha casa en Tierra Firme. Fernando caso ha muchos anos con Belisa de Cabra. ?Sabeis de quien os hablo?… ?Os dice algo el apellido?

– Ni por asomo -respondi.

– Belisa de Cabra es la unica hija de Baltasar de Cabra, que fue boticario en Sevilla hasta que, gracias al comercio con las Indias, termino convertido en el mas rico y poderoso banquero de la ciudad. Baltasar de Cabra, usando sus ahorros, empezo a fiar caudales con un interes del diez por ciento a los maestres que necesitaban dineros para aprestar sus naos y a los mercaderes que carecian de ellos para comprar y cargar mercaderias. Estas actividades usurarias le enriquecieron tanto que cerro la botica y se convirtio en cambista, con objeto de seguir haciendo lo mismo aunque de forma legal. Hoy en dia posee el negocio mas importante de Sevilla, de suerte que muchas de las flotas se dotan a credito con sus solos caudales, caudales que luego, cuando los barcos regresan, recupera con grandes beneficios, naturalmente.

Sando y yo no pudimos evitar soltar una exclamacion de asombro. Aquellas eran palabras mayores.

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