– Pues veran, senores, es de comun conocimiento que los piratas utilizan sus canones viejos e inservibles como cajas de caudales para esconder sus botines en las numerosas islas desiertas que tenemos por estos pagos. Un mercader de trato de Maracaibo encontro, anos ha, unas viejas lombardas enterradas en la arena de una isla desierta en la que habia fondeado para hacer aguada. Dentro habia un tesoro inmenso en monedas de oro, plata y piedras preciosas. Se hizo tan rico que pudo comprarse dos naos mas y volver a Espana como un hombre acomodado. El bronce de los canones protege los tesoros mejor que cualquier arcon de madera, que acaba pudriendose al cabo de pocos meses por la gran humedad y las lluvias de estas tierras.

?Ahora entendia por que aquellos falcones estaban tan extranamente emplazados en la gruta de mi isla! Cuando los descubri, como tenian los calibres llenos de guano, no se me ocurrio que pudieran contener nada. Por mas, la presencia de proyectiles de piedra a su lado termino de despistarme, llevandome a pensar que habian sido dispuestos alli, a tan gran altura, para disparar a los barcos que se acercaban a la costa, aunque resultaba evidente que ninguna nave se atreveria a acercarse por aquel lado, pues el monte caia en picado hasta el mar, formando peligrosos remolinos y rompientes.

Habia tenido a mis pies un fabuloso tesoro pirata que hubiera salvado a mi padre de caer en el contrabando y lo habia dejado escapar sin darme cuenta. ?Idiota, idiota, idiota!, me repeti una y mil veces sin permitir que ninguno de estos pensamientos se trasluciera en mi cara. Lo ultimo que queria era que alguien se apercibiera de mi sorpresa y desconcierto.

– ?Entienden ya vuestras mercedes -dijo Francisco, sobresaltandome- por que mi antiguo amo decia que la boda de Diego con Josefa de Riaza era como un canon pirata? Se referia a que esa boda aportaria una inmensa riqueza y fortuna a la familia.

– Tengo para mi que es hora de marcharnos, Francisco -anuncio Sando en ese momento-. ?Necesitas saber algo mas, Martin?

– Gracias, Sando, tengo suficiente -me costaba sacar la voz del cuerpo.

– Si necesitas cualquier otra cosa de Francisco, debes saber que va a quedarse en mi palenque. Mi padre ha dicho que debe permanecer lo mas lejos posible de Cartagena. Era un esclavo muy apreciado, una pieza de Indias de mucho valor y Arias Curvo enviara, de seguro, un buen punado de soldados en su busca.

Sando se incorporo con pereza y se ajusto los raidos calzones mientras tambien yo me ponia en pie y me sacudia el barro de las ropas. Francisco, por su parte, se levanto con muy finos y elegantes modales. Senti lastima al ver que volvia a tener la afligida expresion de temor que lucia cuando llego.

– ?Te arrepientes de haber escapado, Francisco? -le pregunte.

– No, senor -murmuro-. Quiza la libertad no sea tan comoda como la vida que he llevado hasta ahora, pero nadie me pegara con el latigo ni me insultara ni me echara encima los orines de su bacin porque se haya despertado con mal humor.

– ?Y sabes lo mejor, Martin? -anadio Sando mientras yo desenganchaba las riendas de Alfana-, que Francisco es hijo natural de Arias.

Gire prestamente sobre mis talones y volvi a escrutar la cara deforme del muchacho. Aquella nariz y aquellos finos labios que yo habia tomado por rasgos de indio no eran sino de espanol.

– ?Arias Curvo es tu padre? -pregunte, incredula.

– Asi es, senor -reconocio el joven mozo de camara-. Ya sabeis que es practica habitual que los amos prenen a sus esclavas negras para que tengan muchos hijos, pues la esclavitud se transmite por linea materna.

– No lo sabia -?Como hubiera podido imaginar tal cosa?

– ?Ya aprenderas como funciona el Nuevo Mundo, Martin! -exclamo Sando antes de arrastrar al timido Francisco al interior de la selva-. ?No es mucho mejor, acaso, acostarte con tus negras que comprar esclavos en el mercado a trueco de maravedies? Cuidate, hermano, y espero que puedas sacar a tu padre del mal trance en el que se halla, sea cual fuere.

– Gracias por todo, Sando -le dije, montando en Alfana, aunque ya no le veia, ni a el ni a Francisco. Desde la silla me incline para recoger la antorcha clavada en el suelo. Los perros se habian portado bien y ahora correteaban contentos junto a las patas del corcel. El sueno no vendria aquella noche a mis ojos, me dije. Tenia mucho que meditar sobre todo lo que habia escuchado de boca de aquel hijo bastardo y esclavo de Arias Curvo.

Entre en el zaguan, desmonte, ate a Alfana a la argolla junto a la mula y deje que los perros se tumbaran bajo la mesa del gran salon, el lugar fresco donde les gustaba dormir. En la mancebia aun se escuchaba algo de musica mas ninguna voz, asi que supuse que las mozas estaban acabando sus trabajos en los cuartos y que madre se habria ido a dormir. Me equivoque. Como solo podia acceder a mi camara a traves de su despacho, me sorprendi mucho cuando, al abrir la recia puerta, la luz del candil me dio en los ojos.

– ?Martin? -era ella. ?Le habia pasado algo a mi padre? ?Habia sucedido alguna desgracia?

– Si, madre -dije entrando. El pobre Mico dormia a sueno suelto sobre la mesa.

– ?Donde has estado hasta ahora? -me pregunto a bocajarro, con ese ceno fruncido que asustaba incluso a los hombres mas bragados.

Estaba demasiado cansada para ponerme a inventar pretextos. Hubiera podido hacerlo, sin duda, pero ?para que? Como decia siempre mi padre, madre era una mujer de muy largo entendimiento que sabia poner las cosas en su justo punto y parecia tener, por mas, un olfato infalible para pillar las mentiras. Aun asi, intente evadirme.

– Manana os lo contare todo, madre. Si empiezo a hablar ahora, nos saldra el sol.

– Pues que nos salga. Sientate.

?Por las barbas que nunca tendria! ?Aquella mujer era invencible!

Hable y hable sin parar hasta que, en efecto, nos salio el sol. Al acabar, madre lo conocia todo, desde lo que nos habia contado Hilario Diaz en la Borburata, hasta lo que me habia explicado aquella noche el joven Francisco, pasando por lo que Rodrigo y yo habiamos averiguado en Cartagena. Por la calidad de sus preguntas, supe que madre le habia sacado a todo filo y punta.

CAPITULO V

A mediados de septiembre zarpamos de Santa Marta para recoger el tabaco de la nueva cosecha. Lo cierto es que, a partir de nuestro primer destino, Cabo de la Vela, todo salio mal en aquel viaje. Enrumbamos, aun tranquilos, hacia el norte, hacia Santo Domingo, en La Espanola, y, al poco, tuvimos la mala estrella de cruzarnos con la flota de Los Galeones, al mando del general Juan Gutierrez de Garibay, que se dirigia hacia Cartagena y que nos obligo a quedarnos al pairo durante un dia completo para dejarle paso. Cuando, a la postre, arribamos a Santo Domingo, descubrimos que una plaga de gusano habia terminado con la produccion completa de tabaco de la isla. Mejor nos fue en Puerto Rico, pues el dichoso gusano no habia tenido tiempo de comerselo todo, mas no pudimos comprar nuestra habitual cantidad de arrobas. Tras muchos dias de viaje hacia el sur, llegamos, finalmente, a Margarita, solo para encontrarnos con la terrible noticia de que el puerto habia sido cerrado por otra plaga, esta de viruelas, que estaba castigando a la poblacion con una terrible mortandad. El gobernador habia puesto bateles en la bocana para que ninguna nave pudiera acercarse al puerto.

Desde Margarita fuimos a Cumana, mas con tan mala fortuna que, para cuando nosotros llegamos, otros compradores de tabaco se lo habian llevado todo, hasta nuestras arrobas, pues habian pagado cuatro veces su precio por hacerse con ellas. Casi no valia la pena acercarnos hasta Punta Araya para mercadear con Moucheron pero, aun asi, mi padre, por cumplir con lo pactado, decidio hacerlo. Ciertamente, nos dio con la puerta en las narices y, por mas, se quedo con el poco tabaco que habiamos adquirido en Cabo de la Vela y Puerto Rico; como regalo, dijo, por nuestra buena amistad y por el bien de nuestros futuros tratos. Moucheron era otro hideputa como Melchor y como los Curvos. Entretanto nos alejabamos, mi padre, con grande enojo, se daba a Satanas y juraba que Moucheron se lo habia de pagar mas bien antes que despues.

Cuando regresamos a Santa Marta, a mediados de noviembre, nuestras bodegas estaban vacias. Yo no me preocupaba porque habia dineros para aguantar hasta la proxima cosecha, mas no por ello ignoraba que lo acontecido era un gran desastre y que, por mas, dejabamos a Benkos escaso de armas y sin polvora para

Вы читаете Tierra Firme
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату