– Bastante malo. -El anciano tomo un sorbo de te y Devlin encendio un cigarrillo-. Pero tambien debio de serlo para ustedes. Me refiero al
– Si, fue duro -asintio Martin-. Y no parece que las cosas mejoren. En estos ultimos tiempos, yo solo dependo de mi mismo.
De repente, parecio un hombre muy fragil y Devlin sintio escrupulos de conciencia, a pesar de lo cual sabia que debia llevar aquello hasta el fin.
– Pase por el pub focal, creo que se llama «El Gabarrero». Queria comprar unos cigarrillos. Estuve hablando con una mujer que le menciono a usted con mucha simpatia.
– Ah, esa debe de ser Maggie Brown.
– Me
– Si, en efecto.
– Eso tiene que suponer para usted una gran cantidad de trabajo extra, padre.
– Asi es, pero hay que hacerlo. Todos tenemos que contribuir en lo que podamos. -El anciano miro su reloj-. De hecho, tengo que salir para alli dentro de pocos minutos. Debo hacer mi ronda.
– ?Tiene a muchos pacientes alli?
– Eso varia. Quince, a veces veinte. Muchos de ellos estan en fase terminal. Algunos son problemas especiales, Soldados que han tenido colapsos nerviosos, a veces algunos pilotos, ya sabe como son esas cosas.
– Desde luego que lo se -asintio Devlin-. Me senti un tanto interesado cuando, hace un rato, al pasar, vi entrar a una pareja de policias militares. Me parecio extrano. Quiero decir, no es habitual ver a la policia militar entrando en un hospicio.
– Ah, bueno, pero hay una razon que lo explica. Ocasionalmente tienen a algun extrano prisionero de guerra aleman en el piso de arriba. No conozco las circunstancias, pero suele tratarse de casos especiales.
– Oh, ahora comprendo la presencia de la policia militar. Debe de haber alguno ahora, ?verdad?
– Si, un coronel de la Luftwaffe. Un hombre bastante agradable. Incluso he logrado convencerle para que asista a misa por primera vez en muchos anos.
– Interesante.
– Bueno, tengo que marcharme.
El anciano se levanto para ponerse la gabardina y Devlin le ayudo a hacerlo. Al salir a la iglesia, le dijo:
– He estado pensando, padre Martin, que aqui estoy yo, sin nada que hacer, y usted con tantas cosas de las que ocuparse. Quiza podria echarle una mano. Escuchar algunas confesiones por usted, al menos.
– Eso es extraordinariamente amable por su parte -dijo el padre Martin.
Raras veces se habia sentido Liam Devlin mas rastrero en toda su vida, pero a pesar de todo siguio desplegando su juego.
– Y me encantaria ver algo del trabajo que realiza usted en el priorato.
– Nada mas sencillo. Acompaneme -dijo el anciano bajando el primero los escalones.
La capilla del priorato estaba todo lo fria que uno podia imaginar. Avanzaron hacia el altar y Devlin comento:
– Parece muy humeda. ?Es que hay algun problema?
– Si, la cripta lleva varios anos inundada, a veces de forma grave, pero no se dispone de dinero para arreglarla.
Devlin vio entre las sombras de un rincon alejado
– ?Es por ahi por donde se baja a la cripta?
– En cierta ocasion vi una iglesia francesa que tenia el mismo problema. ?Podria echar un vistazo?
– Si quiere…
La puerta tenia el cerrojo echado. Lo corrio y se aventuro a bajar la mitad de los escalones. Al encender el mechero vio el agua oscura alrededor de las tumbas y lamiendo la reja. Retrocedio y cerro la puerta.
– Dios mio, es cierto, no puede hacerse gran cosa -dijo.
– Si. Bueno, asegurese de volver a correr el cerrojo: -dijo el anciano-. No queremos que nadie baje por ahi. Podria hacerse dano.
Devlin corrio el cerrojo con energia y el fuerte sonido arranco ecos que se extendieron por toda la capilla; luego, lo hizo retroceder de nuevo, sin hacer ruido. La puerta, situada en un rincon, estaba envuelta en sombras; seria extraordinario que alguien se diera cuenta de que estaba abierta. Regreso junto al padre Martin y avanzaron por el ala, hacia la puerta exterior. Al abrirla, la hermana Maria Palmer salia de su despacho.
– Ah, esta aqui -dijo el padre Martin-. Mire en su despacho cuando llegamos, pero no la encontre. Le estaba mostrando la capilla al padre Conlon… -Se echo a reir y corrigio-: Empezare de nuevo. Le estaba mostrando la capilla al mayor Conlon. Va a acompanarme en mis rondas.
– Lo de padre me parece perfectamente bien -dijo Devlin estrechando la mano de la hermana-. Es un placer, hermana.
– El mayor Conlon fue herido en Sicilia.
– Entiendo. ?Le han dado un puesto en Londres? -pregunto ella.
– No…, todavia estoy de baja por una herida de guerra. Estoy pasando unos dias en el vecindario. Solo estoy de paso y conoci al padre Martin en su iglesia.
– Ha sido lo bastante amable como para ofrecerme su ayuda en la iglesia, para escuchar confesiones -dijo Martin.
– Eso esta bien. Usted necesita un descanso. Haremos las rondas juntos. -Empezaron a subir la escalera y ella anadio-: Y, a proposito, el teniente Benson se ha marchado con un permiso de tres dias y ha dejado al mando a ese joven sargento, ?como se llama? Morgan, ?verdad?
– ?El muchacho gales? -dijo Martin-. Anoche pase a ver a Steiner. ?Lo ha visto usted?
– No, despues de que usted se marchara tuvimos un ingreso de urgencias, y no tuve tiempo. Pero le vere ahora. Confio en que la penicilina este eliminando finalmente los ultimos vestigios de esa infeccion en el pecho.
Empezo a subir la escalera delante de ellos, con energia, balanceando las faldas, seguida por Devlin y Martin.
Fueron avanzando poco a poco de una habitacion a otra, quedandose un rato en alguna de ellas para hablar con los pacientes. Habia transcurrido media hora antes de que llegaran al piso superior. El policia militar de servicio ante la mesa y la puerta exterior se puso en pie de un salto y saludo automaticamente al ver el uniforme de Devlin. Otro policia militar abrio la puerta y cruzaron el umbral.
El joven sargento, sentado en la habitacion de Benson, se puso en pie y salio. -Hermana…, padre Martin. - Buenos dias, sargento Morgan -le saludo la hermana Maria Palmer-. Quisieramos ver al coronel Steiner.
Morgan miro el uniforme de Devlin y vio su alzacuello.
– Comprendo -dijo, un tanto indeciso. -El mayor Conlon nos acompana en las visitas -le informo ella.
Devlin extrajo su cartera y saco el falso pase del departamento de Guerra que le habia proporcionado la gente de Schellenberg, el que le garantizaba un acceso ilimitado a toda clase de dependencias militares y hospitalarias. Se lo tendio al sargento.
– Confio en que esto le parezca suficiente, sargento.
Morgan lo examino.
– Solo anotare los detalles para la hoja de admision, senor -dijo. Una vez lo hubo hecho, le devolvio el pase-. Si quieren seguirme…
Abrio el camino hasta el final del pasillo, asintio con un gesto y el policia militar de servicio abrio con llave la puerta. La hermana Maria Palmer entro en la habitacion, seguida por el padre Martin y el propio Devlin. La puerta se cerro tras ellos,
Steiner, que estaba sentado junto a la ventana, se levanto.
– ?Como esta hoy, coronel? -pregunto la hermana Maria Palmer.
– Muy bien, hermana.,