– ?No pueden dejarme aqui! -vocifero ella, histerica.

Pero ya habiamos desaparecido en la oscuridad.

– Ahorradme los detalles -dijo el Viejo, para cortar la conversacion.

– Sin embargo, eres tu quien la ha condenado – replico Barcelona.

– Se ha condenado ella misma -contesto secamente el Viejo.

– Tienes razon. Nadie tiene derecho a colocarse al margen de la comunidad.

Los cuervos protestaron con indignacion cuando los ahuyentamos de los cadaveres. Porta disparo contra ellos. Los pajarracos se posaron en los arboles y empezaron a injuriarnos. Uno de ellos se habia enredado las patas con unas tripas.

Heide lo mato con el cuchillo.

Habiamos arrancado todos los cadaveres para formar un gran monton en el interior de la cabana.

Al ver esto, el teniente Ohlsen se puso a blasfemar. Exigio que los colocaramos el uno al lado del otro.

– Hay personas especialmente sensibles - le dijo Heide a Barcelona.

Los ordenamos, uno junto al otro, pero los oficiales que estaban en pijama en sus camas, con el cuello colgado, se quedaron alli En el suelo, la sangre formaba grandes manchas oscuras.

Las moscas zumbaban.

Los rusos habian llegado como los rayos en un cielo azul.

– Trabajo de gran precision -admiro Hermanito.

En la radio resono tina voz acariciadora:

– Liebhng, sollen wir traung oder glucklith sein?

Lo regamos todo con gasolina Los oficiales muertos de la guarnicion tuvieron derecho a una dosis especial.

Cuando hubimos terminado, Barcelona y yo lanzamos granadas al interior de la cabana.

Algunos cadaveres se incorporaron a medias, como en el crematorio.

En el otro lado, los rusos cantaron con roces embriagadas:

Jesli sawta wojna

jesli sawtra pochod,

jesli wraschaja syla nahrina,

jak odyn tscbolowek.

«Cuando manana llegue la guerra…», cantaban.

El Viejo miro en su direccion, detras de las colinas, al otro lado del joven bosque.

– Ahi tienen su guerra, que tanto les gusta cantar.

COMPANIA EN MISION ESPECIAL

Alcanzamos a la Compania en un bosque de abetos. El teniente Ohlsen estaba muy descontento por nuestra larga ausencia.

Los dias siguientes participamos en varios combates desesperados con unidades rusas aisladas. En total, nos costo una docena de hombres. Nos habiamos convertido en expertos de aquella forma de guerra: la guerrilla.

A medida que transcurria el tiempo, el teniente estaba cada vez mas nervioso. No teniamos la menos idea del lugar donde estaba el regimiento. Hubiesemos debido localizarlo mucho tiempo atras.

Llevabamos con nosotros a seis prisioneros: un teniente y cinco soldados de Infanteria. El teniente hablaba correctamente el aleman. Andaba delante de la Compania, con el teniente Ohlsen. Ambos habian olvidado que eran enemigos.

Dos de los prisioneros llevaban la olla que contenia la bebida. Era de madrugada y bajabamos de la meseta. El sol nos iluminaba el rostro. Por eso no descubrimos la casita hasta llegar junto a ella. Un chalet de montana, con una galeria exterior. Dos soldados de Infanteria montaban guardia ante la puerta.

Salieron dos oficiales. Uno de ellos, comandante, llevaba un monoculo que lanzaba destellos. Saludo, condescendiente, a nuestro jefe.

– Su Compania parece algo desorganizada -gruno-. ?Menuda pandilla! Supongo que puedo confiar en usted, teniente. Si no tengo que hacerle observar que somos especialistas del Consejo de Guerra. Me presento: teniente coronel De Vergil, comandante de este puesto. Tome posicion con su Compania en el lindero del bosque, hacia la cota 738, donde mi batallon tiene su flanco izquierdo, y establezca bien el contacto, teniente.

El teniente Ohlsen saludo, llevandose dos dedos a la gorra.

– ?Que mosca le ha picado? -grito el comandante, nuevamente indignado-. ?No sabe saludar de manera reglamentaria?

El teniente Ohlsen se cuadro.

– Bueno, ahora, un saludo y descansen, segun la HDV -exigio el comandante, lleno de arrogancia.

El teniente Ohlsen unio los tacones y se llevo con presteza una mano a la gorra.

El comandante asintio con la cabeza.

– Bueno, esto es. De modo que sabia hacerlo, teniente. Aqui no queremos saludos personales ni ninguna otra forma de negligencia. Se le ha confiado un Batallon de Infanteria prusiana. Metase eso en la cabeza, teniente.

Se irguio. Era evidente que estaba muy satisfecho de si mismo.

– ?Quienes son esos monos que lleva con la Compania?

– A sus ordenes, mi comandante. La 5.? Compania del 27 Regimiento Blindado trae prisioneros a un teniente enemigo y a cinco soldados de Infanteria del 43 Regimiento de Montana ruso.

– Hagales ahorcar -decidio el comandante-. A los piojos hay que aplastarlos.

– ?Ahorcarles? -tartamudeo el teniente Ohlsen, incredulo.

– ?Es sordo? -pregunto el comandante.

Dio media vuelta y desaparecio en el interior del chalet.

El teniente Ohlsen le siguio con la mirada, moviendo la cabeza. Conocia el genero. Los maniaticos de la Cruz de Hierro. Heroes de guarnicion que avanzarian sobre cadaveres para tener un

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