decisiones que tomabas en tu carcel. Supongo, pues, que, si no te has vuelto completamente loco, hara ya mucho rato que tengas a esos dos tipos entre rejas. Ahora que he oido hablar del asunto, ire a ver al comisario auditor de guardia, el teniente coronel Segen, para anunciarle que tienes a dos tipos. Despues, vendremos a buscarles para proceder al interrogatorio.

El Verraco se enfurecio terriblemente. Pego una patada a un casco que habia en el suelo, imaginandose que era Rinken.

– ?Callate, Rinken! No haras nada en absoluto. -Rio forzadamente.- Era una broma, Rinken. Solo he querido enganarte.

Se produjo un breve silencio.

– No lo creo, Stahlschmidt. ?Y quien ha firmado el permiso?

– El Bello Paul.

Se le habia escapado el nombre. Sintio deseos de morderse la lengua. Ahora, habia metido la pata hasta el cuello. Imposible retroceder.

Rinken se echo a reir.

– No eres muy listo, Stahlschmidt. Estoy impaciente por ver ese permiso de visita, y aun mas, a tus dos prisioneros. Pero ahora voy al despacho del teniente coronel para comunicarle la sorpresa. Lo demas, es asunto tuyo, Stahlschmidt. Por cierto, ?sabes que estan formando un batallon de castigo en el Regimiento de Infanteria? Andan como locos buscando suboficiales cualificados.

– ?Callate, Rinken, maldita sea! -empezo a decir el Verraco con humildad-. Deja tranquilo a tu teniente coronel. Nosotros, los suboficiales, hemos de apoyarnos mutuamente. De lo contrario, seria el fin del mundo. Ignoro en absoluto si ese permiso de visita es falso. Es solo una idea que se me ha ocurrido, y no he detenido a nadie. Los dos tipos se han marchado.

– ?Que se han marchado? -repitio Rinken, sorprendido, ocultando con dificultad una satanica satisfaccion-. ?Es que la gente entra y sale de esa carcel como si se tratara de una taberna? Alguien les habra ayudado a salir. ?Quien les abre la puerta, Stahlschmidt? Tengo la impresion de que en tu carcel ocurren cosas muy extranas.

– Sabes muy bien, Rinken, quien es el que deja salir a la gente de aqui. Yo, y solo yo. No seas cretino. Mas vale que me aconsejes. Siempre has sido muy espabilado, Rinken. Te he considerado siempre como un amigo.

– Por cierto, ahora que te tengo al otro extremo de la linea -prosiguio Rinken, con frialdad-, espero que no hayas olvidado los cien marcos que me debes, mas un interes del ochenta por ciento.

– Sabes muy bien que estoy seco, Rinken, Mis asuntos no marchan estos dias. He comprado dos uniformes negros y he tenido que pagar cuatro veces su precio por un par de botas de oficial. Como Stabsfeldwebel no puedo andar por ahi hecho un andrajoso. Por otra parte, los cien marcos eran sin interes.

– No se en que pueden interesarme tus uniformes, Stahlschmidt. Me pediste prestados cien marcos con un interes del ochenta por ciento, y ahora lo niegas. Como quieras. Ahora mismo voy a ver al teniente coronel.

Se oyo un clic. Rinken habia colgado.

El Verraco, aturdido, contemplo unos instantes el telefono.

– ?Que ha dicho? -pregunto Stever, quien, para no comprometerse con el telefono, se habia retirado a un rincon.

– ?Callate! -aullo el Verraco.

Y pego un puntapie a una papelera, cuyo contenido se esparcio por el suelo. El Verraco dio dos o tres vueltas al despacho, escupio con furia sobre la foto de Himmler, que colgaba de la pared, y empezo a lanzarle invectivas.

– ?Todo esto es culpa tuya, cretino! ?Por que diablos no te quedaste en Baviera?

Cogio el telefono y volvio a llamar al Feldwebel Rinken.

– Paul -empezo a decir con voz melosa-, aqui, Alois. Oye, disculpame por esa historia del prestamo. Se muy bien que era con un interes del ochenta por ciento. Pero, ya sabes, uno protesta siempre, por costumbre. Es algo superior a mis fuerzas.

– Esta bien -repuso Rinken con bastante frialdad-. Espero, pues, que me los devuelvas, incluidos intereses, antes de manana al mediodia.

– Te juro, Paul, que tendras hasta el ultimo centimo. Los metere en un sobre cerrado y se lo dare a Stever. -Fingio que no veia a Stever, quien protestaba violentamente con la cabeza-. Dame alguna solucion, Paul.

– Puedes hacer dos cosas, Stahlschmidt. Telefonear a tu comandante y explicarle el caso. Si es lo bastante estupido, te avalara y quedaras tranquilo; pero si tiene un solo gramo de cerebro se burlara de ti y se lavara las manos. Y entonces te veras metido en un buen atolladero. Tambien podrias hacer otra cosa. No hables con tu comandante y telefonea directamente a la Gestapo. Pero entonces te aconsejo que tengas mucho cuidado y medites bien cada palabra. Es mejor que hagas un ensayo general antes de llamar. Si el permiso de visita es bueno, el Bello Paul se te echara encima y pronto terminaras tus dias de jefe de prision. Pero si es falso, querran ver inmediatamente a los dos tipos. Hasta un recien nacido podria decirte lo que ocurrira cuando se enteren de que les has dejado marchar. Ni por un millon querria estar en tu sitio en estos momentos.

El Verraco chupaba un lapiz y reflexionaba. Casi se oia el funcionamiento de su cerebro. Luego, sus taimados ojillos se iluminaron. Hablo con entusiasmo.

– Paul, se me acaba de ocurrir una idea formidable. ?Quieres olvidar nuestra conversacion? ?Quieres pensar que solo ha sido un sueno? Y te invito a que esta noche vengas a beber unas copas en mi despacho. Ya sabes que no me gusta salir de la carcel. Tambien invitare a uno o dos buenos amigos. El feldwebel Gehl nos encontrara una coleccion de gachis.

– ?Olvidar? -pregunto Rinken, sorprendido-. Es muy dificil, Stahlschmidt. Ocupo un puesto de mucha responsabilidad, pero agradable, y no deseo que me destinen al Batallon de castigo. Pero, por otra parte, tu idea no es mala del todo. Prefiero no saber nada de tu permiso de visita. Por lo tanto, he olvidado nuestra pequena conversacion matinal. Solo recuerdo que me has invitado para esta noche. ?A que hora debo ir?

– Hacia las ocho, mi querido Paul -grito el Verraco, contento y aliviado-. Eres un verdadero amigo, Paul. El honor del Cuerpo de suboficiales. Siempre lo he dicho. Ahora, hare desaparecer ese maldito permiso. Yo no se nada. Me voy a beber una copa y olvidar este lio.

– Seria estupendo, Stahlschmidt… Pero no puede ser. Ya conoces el reglamento. Antes de veinticuatro horas tienes que enviar todos los permisos de visita debidamente visados, y como en ese hay una firma bastante especial, te reprocharan que no hayas telefoneado para confirmarlo. En la oficina del comisario auditor no sabemos nada de nada.

– Telefoneare al comandante -contesto el Verraco-. No me sera dificil darsela con queso a ese pedazo de bruto.

– Intentalo -propuso Rinken-. Nosotros no tenemos nada que ver con este asunto. Yo, en tu lugar, preferiria siempre el comandante a los hombres de el Bello Paul. ?Mierda!, Stahlschmidt. Tal vez la francachela de esta noche se convierta en una fiesta de despedida y manana estes ya camino del frente. Puede que todo vaya muy de prisa. El escribiente solo tiene que llenar cuatro lineas. Una vez, lo cronometre. Exactamente dos minutos y cuarenta y un segundos.

– Tienes una extrana manera de bromear -rezongo el Verraco-. De todos modos, nunca se les ocurriria ponerme aqui con los que he tenido prisioneros.

– Oh, bien mirado, siempre resulta agradable encontrar a antiguos amigos y

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