hablar de los viejos tiempos -le consolo Rinken, a manera de despedida.
Por un momento,
– Tal vez convendria que me presentara en la enfermeria. No me siento muy bien, Stever. Podria ocuparse usted de mi trabajo mientras yo estoy alli.
Stever palidecio.
– No creo que resultara, Herr
Despues, tomo una subita resolucion, descolgo el telefono y solicito hablar con el comandante Rotenhausen, jefe de la prision. Se irguio inconscientemente en su sillon en cuanto oyo la voz quisquillosa de su superior.
– ?Mi comandante -grito. Y endurecio su voz-. El
Hubo un largo silencio. Despues, el comandante pregunto secamente:
– ?A quien han visitado?
– Al teniente de la reserva Bernt Ohlsen -bramo
– ?Idiota! ?A quien pertenece ese prisionero, quiero decir?
– Gestapo IV/2a, mi comandante.
– ?Que firma lleva el permiso de visita?
– SD
– Stever -dijo confidencialmente-, estamos en un buen aprieto, ?que diablos podemos hacer? Ese gallina de Rinken se lava las manos, pero no pierde nada por esperar. Esta lleno de pretensiones porque cada dia ayuda a su maldito comisario a ponerse el capote. Pero ese mierdoso ha olvidado que antes de ser llamado a filas era repartidor de leche. Volvera a sus botellas, lo juro. Y me las arreglare para que sea el quien deje la leche ante mi puerta. Todos los dias me quejare de el. Y el comandante, ?que es? ?Una basura! Tambien el aprendera a conocerme. Haga funcionar el cerebro, Stever. ?Que podemos hacer?
Stever, a quien la perspectiva de verse mezclado en aquel asunto no regocijaba en lo mas minimo, contesto prudentemente:
– Herr
Se levanto bruscamente, volcando su sillon, y empezo a caminar de un lado al otro del despacho, pensativo. Distraidamente, cogio una cerilla del cenicero y la escondio debajo de la alfombra, de modo que asomara un pedacito. Asi tendria un pretexto para castigar al encargado de la limpieza, un capitan de Caballeria que iba a ser trasladado a Torgau. El idiota nunca descubriria la cerilla. Para eso hacia falta ser, a la vez, suboficial e inteligente.
Al cabo de un cuarto de hora, levanto el sillon y se dejo caer en el, pesadamente. Removio los papeles que tenia en su escritorio.
– ?Vaya monton de mierda! -grito.
Cogio la lista de numeros telefonicos y empezo a pasar un indice por encima de los nombres.
Stever, que le miraba desde un rincon, penso que debia ayudarle.
– Es el 10001,
– Lo se de sobra -replico
En el despacho reino un pesado silencio.
Stever puso agua en los radiadores mientras
– El aire se reseca demasiado, Stever, cuando no hay agua en esos cuencos. ?Donde estan los calzones que los prisioneros de derecho comun debian remendar? ?Estan listos?
– No -contesto Stever-. He reprendido al
– Creo que ya es tiempo de enviarles a la Compania disciplinaria. ?Maldita sea! No necesitaran un ano para arreglar estos calzones.
En aquel momento, las sirenas comenzaron a ulular.
– Ahi llegan los canadienses -comento Stever.
– Bajemos al refugio -propuso
– Y al comandante -anadio Stever, encantado.
– Y a Rinken, ese mierdoso -anadio riendo
Se oyo un aullido largo y continuo, y ambos hombres corrieron a toda velocidad hacia el sotano.
El ataque duro veinte minutos, pero el objetivo era la parte sur del puerto.
Una vez mas,
– ?Vuestros caballos pueden irse al cuerno! Alejad vuestras zarpas del telefono cuando no sea para vosotros. Ya os ensenare el pie que calzo, creedme. Vaya cretinos -manifesto a Stever-. Me importan un bledo sus caballos.
A la tercera, consiguio marcar el numero bueno. Quedo visiblemente aterrado cuando una voz helada le contesto:
– Policia secreta del Estado, seccion Stadthausbrucke.