hablar de los viejos tiempos -le consolo Rinken, a manera de despedida.

Por un momento, el Verraco contemplo el telefono. Se encontraba extrano, como si tuviera vertigo. Era como un hombre que se encuentra en pleno desierto sin agua ni brujula. «?Quizas este enfermo! -penso-. Hay tantas enfermedades raras en tiempos de guerra…» Se tomo el pulso. Miro a Stever.

– Tal vez convendria que me presentara en la enfermeria. No me siento muy bien, Stever. Podria ocuparse usted de mi trabajo mientras yo estoy alli.

Stever palidecio.

– No creo que resultara, Herr Stabsfeldwebel. El Buitre seria el mas indicado para sustituirle. Es mas antiguo en el servicio.

– El Buitre es un cretino -decidio el Verraco.

Despues, tomo una subita resolucion, descolgo el telefono y solicito hablar con el comandante Rotenhausen, jefe de la prision. Se irguio inconscientemente en su sillon en cuanto oyo la voz quisquillosa de su superior.

– ?Mi comandante -grito. Y endurecio su voz-. El Haupt-und Stabsfeldwebel Stahlschmidt anuncia que el Feldwebel Willie Beier y el suboficial Alfred Kalb, del 27.° Regimiento Blindado, actualmente en el Batallon de guardia, en Hamburgo, se han presentado en la carcel de la guarnicion con un permiso de visita falso. Incomprensiblemente no se ha descubierto la falsificacion hasta que los dos hombres ya se habian marchado.

Hubo un largo silencio. Despues, el comandante pregunto secamente:

– ?A quien han visitado?

– Al teniente de la reserva Bernt Ohlsen -bramo el Verraco.

– ?Idiota! ?A quien pertenece ese prisionero, quiero decir?

El Verraco parpadeo, respiro con fuerza. Sentia que el comandante se le escurria de entre los dedos. «?Maldito! -penso-. ?Maldito cretino! Espera a ser mi prisionero, un dia.» Se encogio en su sillon y cuchicheo con voz apenas audible:

– Gestapo IV/2a, mi comandante.

– ?Que firma lleva el permiso de visita?

El Verraco respiraba ruidosamente. Nada podia salvarle ya.

– SD Standartenfuhrer Paul Bielert -declaro a media voz.

El Verraco contemplo, una vez mas, el telefono silencioso. Cogio el permiso, lo miro al trasluz. Era un papel vulgar y barato. Lo palpo coma un comerciante que valora un pedazo de seda especial. Miro a Stever, cuyo rostro bronceado habia palidecido.

– Stever -dijo confidencialmente-, estamos en un buen aprieto, ?que diablos podemos hacer? Ese gallina de Rinken se lava las manos, pero no pierde nada por esperar. Esta lleno de pretensiones porque cada dia ayuda a su maldito comisario a ponerse el capote. Pero ese mierdoso ha olvidado que antes de ser llamado a filas era repartidor de leche. Volvera a sus botellas, lo juro. Y me las arreglare para que sea el quien deje la leche ante mi puerta. Todos los dias me quejare de el. Y el comandante, ?que es? ?Una basura! Tambien el aprendera a conocerme. Haga funcionar el cerebro, Stever. ?Que podemos hacer?

Stever, a quien la perspectiva de verse mezclado en aquel asunto no regocijaba en lo mas minimo, contesto prudentemente:

– Herr Stabsfeldwebel, estoy seguro de que encontrara usted, por si mismo, algun medio de salir del atolladero.

El Verraco meneo la cabeza. Miro fijamente a Stever. «Te imaginas que eres listo, amigo mio -penso-, pero no te enganes a mi respecto. Si me rompo el cuello en este asunto, tu te romperas el lomo. Si he de marchar a un batallon de castigo, tu me acompanaras. Nos iremos cogidos de la mano.»

Se levanto bruscamente, volcando su sillon, y empezo a caminar de un lado al otro del despacho, pensativo. Distraidamente, cogio una cerilla del cenicero y la escondio debajo de la alfombra, de modo que asomara un pedacito. Asi tendria un pretexto para castigar al encargado de la limpieza, un capitan de Caballeria que iba a ser trasladado a Torgau. El idiota nunca descubriria la cerilla. Para eso hacia falta ser, a la vez, suboficial e inteligente.

Al cabo de un cuarto de hora, levanto el sillon y se dejo caer en el, pesadamente. Removio los papeles que tenia en su escritorio.

– ?Vaya monton de mierda! -grito.

Cogio la lista de numeros telefonicos y empezo a pasar un indice por encima de los nombres.

Stever, que le miraba desde un rincon, penso que debia ayudarle.

– Es el 10001, Stabsfeld.

– Lo se de sobra -replico el Verraco al tiempo que, furioso, tiraba la lista por el suelo.

En el despacho reino un pesado silencio.

Stever puso agua en los radiadores mientras el Verraco le observaba, interesado.

– El aire se reseca demasiado, Stever, cuando no hay agua en esos cuencos. ?Donde estan los calzones que los prisioneros de derecho comun debian remendar? ?Estan listos?

– No -contesto Stever-. He reprendido al Gefreiter Weil. Pero el y los dos que tiene consigo no sirven para nada. Son demasiado blandos con los de «derecho comun».

El Verraco asintio con la cabeza, fatigado.

– Creo que ya es tiempo de enviarles a la Compania disciplinaria. ?Maldita sea! No necesitaran un ano para arreglar estos calzones.

En aquel momento, las sirenas comenzaron a ulular. ElVerraco y Stever recobraron los animos.

– Ahi llegan los canadienses -comento Stever.

– Bajemos al refugio -propuso el Verraco-. Llevemonos el whisky. Tal vez hagan volar la Gestapo.

– Y al comandante -anadio Stever, encantado.

– Y a Rinken, ese mierdoso -anadio riendo el Verraco-. A el y a todos los comisarios. Si eso ocurre, palabra que envio una carta de agradecimiento a los canadienses.

Se oyo un aullido largo y continuo, y ambos hombres corrieron a toda velocidad hacia el sotano.

El ataque duro veinte minutos, pero el objetivo era la parte sur del puerto.

Una vez mas, el Verraco y Stever volvieron a encontrarse en el despacho. Entonces, el Verraco tomo una dificil decision. «Hay que terminar», penso mientras marcaba el numero odiado, 10001. Pero estaba tan nervioso que le temblaban los dedos, por lo que marco un numero equivocado. Se puso a aullar como un loco cuando, por segunda vez, obtuvo comunicacion con la remonta.

– ?Vuestros caballos pueden irse al cuerno! Alejad vuestras zarpas del telefono cuando no sea para vosotros. Ya os ensenare el pie que calzo, creedme. Vaya cretinos -manifesto a Stever-. Me importan un bledo sus caballos.

A la tercera, consiguio marcar el numero bueno. Quedo visiblemente aterrado cuando una voz helada le contesto:

– Policia secreta del Estado, seccion Stadthausbrucke.

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