Adamsberg le tomo del brazo y tiro de el, presuroso, hacia el cartel. Alli, sin soltar a su adjunto, le senalo el cuadro.

– ?Que es esto, Danglard?

– ?Como? -dijo Danglard, desconcertado.

– El cuadro, carajo. Le pregunto de que se trata. Que representa.

– Pero ?y la victima? -dijo Danglard volviendo la cabeza-. ?Donde esta la victima?

– Aqui -dijo Adamsberg senalando su torso-. Respondame. ?Que es esto?

Danglard agito la cabeza, entre desconcertado y escandalizado. Luego, el absurdo onirico de la situacion le parecio de pronto tan agradable que un puro sentimiento de alegria barrio su colera. Se sintio lleno de gratitud hacia Adamsberg, que no solo no habia tomado en cuenta sus insultos sino que le ofrecia esta noche, de una forma completamente involuntaria, un instante de excepcional extravagancia. Y solo Adamsberg era capaz de descoyuntar la vida ordinaria para extraer de ella estos despropositos, estos cortos fulgores de descabellada belleza. ?Que le importaba, pues, que le arrancara del sueno para arrastrarle con un frio cortante ante Neptuno, pasada la medianoche?

– ?Quien es ese tipo? -repetia Adamsberg sin soltarle el brazo.

– Neptuno saliendo de las olas -respondio Danglard sonriendo.

– ?Esta usted seguro?

– Neptuno o Poseidon, como prefiera.

– ?Es el dios del mar o el de los infiernos?

– Son hermanos -explico Danglard, contento de estar dando un curso de mitologia en plena noche-. Tres hermanos: Hades, Zeus y Poseidon. Poseidon reina sobre el mar, sobre sus azures y sus tormentas, pero tambien sobre sus profundidades y sus amenazas abisales.

Adamsberg habia soltado ahora su brazo y, con las manos a la espalda, le escuchaba.

– Aqui -prosiguio Danglard paseando su dedo por el cartel- podemos verlo rodeado de su corte y de sus demonios. He aqui los beneficios de Neptuno, he aqui su poder para castigar, representado por su tridente y la serpiente malefica que arrastra hacia los abismos. La representacion es academica, la factura blanda y sentimental. No puedo identificar al pintor. Algun desconocido oficiante para los salones burgueses y probablemente…

– Neptuno -interrumpio Adamsberg en tono pensativo-. Bien, Danglard, infinitas gracias. Regrese ahora, vuelva a dormirse, y perdon por haberle despertado.

Antes de que Danglard hubiera podido pedir explicaciones, Adamsberg habia parado un taxi y habia metido en el a su adjunto. Por el cristal, vio al comisario alejandose con paso lento, una delgada silueta negra y encorvada, bamboleandose levemente en la noche. Sonrio, se froto maquinalmente la cabeza y encontro el pompon cortado de su gorro. Presa de la inquietud, bruscamente, toco por tres veces el embrion de aquel pompon para que le diera suerte.

V

Una vez en casa, Adamsberg recorrio su heterogenea biblioteca en busca de un libro cualquiera que pudiese hablarle de Neptuno Poseidon. Solo encontro un viejo manual de Historia donde, en la pagina sesenta y siete, el dios del mar se le aparecio en todo su esplendor, llevando en la mano su arma divina. Lo examino un momento, leyo el pequeno comentario al pie del bajorrelieve, luego, con el libro en la mano aun, se tiro en la cama vestido, empapado de fatiga y pesadumbre.

El aullido de un gato que se peleaba en los tejados le desperto hacia las cuatro de la madrugada. Abrio los ojos en la oscuridad, miro el marco mas claro de la ventana, ante su cama. La chaqueta colgada de la manija formaba una ancha silueta inmovil, la de un intruso que se hubiera colado en su habitacion y le observara dormir. El polizon que se le habia metido dentro y no se iba. Adamsberg cerro brevemente los ojos y los abrio de nuevo. Neptuno y su tridente.

Esta vez, sus brazos comenzaron a temblar, su corazon se acelero. Nada que ver con los cuatro tornados que habia sufrido, solo estupefaccion y terror.

Bebio un largo trago del grifo de la cocina y se rocio el rostro y el pelo con agua fria. Luego abrio todos los armarios en busca de algun licor, una bebida fuerte, picante, con especias, no importaba. Seguro que habia algo asi en alguna parte, un resto abandonado al menos, cierta noche, por Danglard. Encontro por fin una botella de terracota que no le resultaba familiar, cuyo tapon saco rapidamente. Pego su nariz al gollete, examino la etiqueta. Ginebra, 44°. Sus manos hacian temblar la gruesa botella. Lleno un vaso y lo vacio de golpe. Dos veces seguidas. Adamsberg sintio que su cuerpo se desmembraba y fue a derrumbarse en un viejo sillon, dejando solo encendida una lamparilla.

Ahora que el alcohol habia entumecido sus musculos, podia reflexionar, comenzar, intentarlo. Intentar mirar al monstruo que la evocacion de Neptuno habia hecho emerger, por fin, de sus propias cavernas. El polizon, el terrible intruso. El asesino invencible y altivo al que llamaba el Tridente. El inasible criminal que habia hecho que su vida se tambaleara, treinta anos antes. Durante catorce anos le habia perseguido, acosado, esperando atraparlo cada vez y perdiendo, sin cesar, su movil presa. Corriendo, cayendo, echando de nuevo a correr.

Y cayendo habia perdido las esperanzas y, sobre todo, habia perdido a su hermano. El Tridente habia escapado, siempre. Un titan, un diablo, un Poseidon infernal. Que levantaba su arma de tres puntas y mataba de un solo golpe en el vientre. Dejando tras de si a sus victimas empaladas, marcadas con tres trazos rojos alineados.

Adamsberg se incorporo en su sillon. Las tres chinchetas rojas alineadas en la pared de su despacho, los tres agujeros sanguinolentos. El largo tenedor de tres puas que manejaba Enid, el reflejo de las puntas del Tridente. Y Neptuno, levantando su cetro. Las imagenes que tanto dano le habian hecho, provocando los tornados, haciendo que afluyera la pesadumbre, liberando como un chorro de lodo su renacida angustia.

Deberia haberlo sabido, pensaba ahora. Relacionado la violencia de esos golpes con la magnitud dolorosa de su larga historia con el Tridente. Puesto que nadie le habia causado mas dolor y espanto, angustia y rabia que aquel hombre. Fue necesario, dieciseis anos atras, rellenar, emparedar y, luego, olvidar la abertura que el asesino habia excavado en su vida. Y ahora se abria, brutalmente, ante sus pasos, sin razon.

Adamsberg se levanto y recorrio la estancia, con los brazos cruzados sobre el vientre. Por un lado, se sentia liberado y casi descansado al haber identificado el ojo del ciclon. Los tornados no regresarian. Pero la brutal reaparicion del Tridente le asustaba. Aquel lunes 6 de octubre reaparecia como un espectro, atravesando subitamente las murallas. Inquietante despertar, inexplicable retorno. Guardo la botella de ginebra y lavo cuidadosamente su vaso. Debia entender por que ese viejo fantasma habia regresado. Entre su apacible llegada a la Brigada y la aparicion del Tridente le faltaba, de nuevo, un vinculo.

Se sento en el suelo con la espalda contra el radiador, apretandose las rodillas con las manos, pensando en el tio abuelo asi aovillado en un hueco de la roca. Tenia que concentrarse, fijar la mirada en un punto, zambullir sus ojos en lo mas profundo sin soltar la presa. Regresar a la primera aparicion del Tridente, a la rafaga inicial. Cuando hablaba de Rembrandt pues, cuando explicaba a Danglard el fallo en el caso de Hernoncourt. Repaso en su memoria la escena. Memorizar las palabras le exigia un laborioso esfuerzo, porque las imagenes se incrustaban facilmente en el, como guijarros en la tierra blanda. Volvio a verse sentado en la esquina de la mesa de Danglard, volvio a ver el rostro descontento de su adjunto bajo un gorro con pompon segado, el vaso de vino blanco, la luz que venia de la izquierda. Y el, hablando del claroscuro. ?Con que actitud? ?Con los brazos cruzados? ?Sobre las rodillas? ?Con la mano en la mesa? ?En el bolsillo? ?Que hacia con sus manos?

Tenia un periodico. Lo habia tomado de la mesa, donde lo habia desplegado y hojeado sin verlo durante la conversacion. ?Sin verlo? ?O, por el contrario, mirandolo? ?Con tanta fuerza que el mar de fondo habia brotado de su memoria?

Adamsberg consulto su reloj: las cinco y veinte de la madrugada. Se levanto rapidamente, se arreglo la arrugada chaqueta y salio. Siete minutos mas tarde, desconectaba la alarma del portal y entraba en los locales de

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