Retancourt se habia equivocado de topo, pensaba Adamsberg atizando el fuego. ?Como decian los quebequeses eso de «atizar»? Ah, si. «Hurgonear», hurgonear el fuego. Ambas mujeres se habian dormido y el no podia conciliar el sueno. Hurgoneaba. Nunca identificaria a ese topo que, sin duda, nunca habia existido. Habia sido, en efecto, el guarda del edificio, y solo el, quien habia informado a Laliberte. En cuanto al registro de su domicilio, se basaba en muy poca cosa. Una llave desplazada unos pocos centimetros, sin seguridad alguna, y una carpeta que Danglard creia haber guardado mejor. Es decir, casi nada. Nunca encontraria al improbable companero del sendero de paso. Aunque reconstruyera todos los crimenes de Fulgence, permaneceria solo para siempre en aquel macabro sendero. Adamsberg sintio que los hilos se rompian uno tras otro, aislandole del mundo como un oso asesino en un trozo de iceberg que se alejaba del continente. Agazapado aqui, al abrigo de los oporto-flip de Clementine y las pantuflas grises de Josette.

Se puso la chaqueta, se encasqueto el gorro polar y salio a la noche sin hacer ruido. Las destartaladas callejas de Clignancourt estaban vacias y oscuras pues el alumbrado publico desfallecia. Cabalgo en la vieja mobylette de Josette, pintada con dos azules distintos y, veinticinco minutos mas tarde, frenaba bajo las ventanas de Camille. El instinto de otro refugio, el deseo de respirar, aunque solo fuera mirando el edificio, un poco de aquel aire saludable que procedia de Camille, o que se formaba en la conjuncion de Camille y el mismo. Son precisas dos ventanas para crear una corriente de aire, habria afirmado Clementine. Sintio como un golpe al levantar los ojos hasta los cristales del septimo piso. La luz encendida. Habia regresado, pues, de Montreal. A no ser que lo hubiera realquilado. O, claro esta, que el nuevo padre se moviera alli arriba como propietario. Con sus dos labradores, babeando uno bajo el fregadero y el otro bajo el sintetizador. Adamsberg examino el brillo provocador de los cristales, acechando su sombra. Aquella toma de posesion del lugar le atraveso como un taladro, abocandole a la vision de un hombre desnudo, paseando con las nalgas firmes y el vientre plano; y aquella imagen le desarmo.

Del pequeno cafe bajo el edificio brotaban un olorcillo picante y el zumbido de un follon de alcoholicos. Exactamente como en La Esclusa. Perfecto, se dijo Adamsberg encadenando nerviosamente la mobylette a un poste. Una buena copa de conac para convertir en polvo aquel tipo en pelotas que se atrevia a dejar que sus labradores babearan en el suelo del estudio. Ante hombres y perros optaria por la misma tecnica definitiva de Caraco, descanse en paz: transformar al tipo en una viscosa bola de papel secante.

Segunda trompa programada de su madurez, se dijo Adamsberg empujando la puerta empanada. Tal vez esta noche intentaria no mezclar. O tal vez si. Dentro de cinco semanas estaria clavado en el sillon de Brezillon, despues de haber perdido la memoria, el empleo, a su hermano, a su chica del norte y su libertad. No era el momento de preocuparse por mezclar. Jodidos labradores, penso ya en el primer conac. Iria a incrustarlos directamente en la torre de la fachada de la catedral, con las patas traseras removiendo el aire. Cuando todas las salidas de aquella joya del arte gotico estuvieran obstruidas por aquel zoo salvaje, ?que sucederia con el monumento? ?Acabaria asfixiandose por falta de aire? ?Se pondria cianotico y agonizaria? ?O, tal vez, paf, paf, paf, y estallido? Y luego, se pregunto con la segunda copa, ?se derrumbaria la catedral como una masa? ?Y que haran con el monton de escombros, sin hablar de las bestezuelas caidas entre los restos? Seria un buen problema para Estrasburgo.

?Y si obstruia las ventanas de la GRC con los animales que sobraran, impidiendo la llegada de oxigeno, saturando el aire con las emanaciones fetidas de las bestias? Laliberte caeria muerto en su despacho. Habria que salvar de la asfixia a Sanscartier el Bueno, y tambien a Ginette, con su pomada. Pero ?tendria bastantes animales? La pregunta era importante, la operacion exigia bestias grandes, no caracoles o mariposas. Necesitaba buen material, que echara humo a ser posible, como los dragones. Y los dragones no se encontraban ante las patas de tu caballo, sino que se escondian como cobardes en cavernas inaccesibles.

Si, claro esta, habia un buen monton en el Mah-Jong, penso dando un punetazo a la barra. Lo unico que sabia de aquel juego chino era que tenia montones de dragones, de todos los colores ademas. Bastaria con sacarlos de alli como Guillaumond padre, con tres dedos, y atrancar las puertas, las ventanas e incluso los intersticios con todos los reptiles necesarios. Rojos en Estrasburgo, verdes en la GRC.

Adamsberg no pudo apurar su cuarta copa y se encontro titubeando ante la mobylette. Incapaz de abrir el antirrobo, empujo de golpe la puerta del edificio y subio los siete pisos agarrandose al pasamanos. Solo para charlar un momento con el nuevo padre, solo para decirle la hora y darse el piro. Y chorizarle los dos chuchos. A los que tambien anadiria los dobermans del juez, pues colmarian a las mil maravillas las aberturas de la catedral. Pero Caraco no, de ningun modo, era un baboso simpatico y estaba de su lado, al igual que el escarabajo portatil. Un plan perfecto, se dijo apoyandose en la puerta de Camille. Un flujo de pensamiento detuvo su dedo cuando se disponia a apretar el timbre. Una alerta de su memoria. Cuidado. Estaba borracho como una cuba cuando habia matado a Noella. Cuidado, no entres. No sabes ya quien eres, no sabes ya que vales. Si, pero necesitaba aquellos labradores, carajo.

Camille abrio, pasmada al descubrirle en su rellano.

– ?Estas sola? -pregunto Adamsberg con voz pesada.

Camille inclino la cabeza.

– ?Sin perros?

Las palabras se deformaban en su boca. No entres, le susurraba el rugido del Outaouais. No entres.

– ?Que perros? -pregunto Camille-. Pero si estas como una cuba, Jean-Baptiste. ?Llamas a medianoche y me hablas de perros?

– Te hablo de Mah-Jong. Dejame entrar.

Incapaz de reaccionar con bastante rapidez, Camille se aparto ante Adamsberg. El se sento en desequilibrio en la barra de la cocina, donde quedaban restos de la cena. Jugo con el vaso, con la botella, con el tenedor, tanteando sus agudas puas. Perpleja, Camille se habia refugiado en el centro de la estancia, sentada con las piernas cruzadas en el taburete de su piano.

– Se que tu abuela tenia un Mah-Jong -prosiguio Adamsberg desvariando-. Sin duda, no queria que se chapurrara, ?verdad? ?Si chapurras, te empitono!

Que harton de reir, las abuelas son la hostia.

LII

Josette dormia mal y el apogeo de una pesadilla la desperto a la una de la madrugada: las hojas de papel salian rojas de su impresora, volando por la estancia y cubriendo el suelo. No podia leerse nada, los resultados quedaban ahogados por aquel color invasor.

Se levanto sin hacer ruido, se instalo en la cocina y se preparo un plato de tortas con jarabe de arce. Clementine se reunio con ella, envuelta en su gruesa bata, como un vigilante nocturno que hiciera su ronda.

– No queria despertarte -se excuso Josette.

– Hay algo que te ronda por la cabeza -afirmo Clementine.

– No consigo dormir. No es nada, Clemie.

– ?Te preocupa tu maquina?

– Supongo que si. En mi sueno solo salian de ella hojas ilegibles.

– Lo conseguiras, Josette. Confio en ti.

?Conseguir que?, se pregunto Josette.

– Tengo la impresion de haber sonado con sangre, Clemie. Todas las hojas estaban rojas.

– ?Tu maquina perdia tinta?

– No. Solo aquellas hojas.

– Bueno, entonces no era sangre.

– ?Ha salido? -pregunto Josette advirtiendo que el sofa estaba vacio.

– Eso parece. Algo ha debido inquietarle, eso no se domina. Tambien el esta preocupado. Come bien y luego bebe, eso hace dormir -aconsejo calentando una taza de leche.

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